𝒹𝓎𝒾𝓃𝑔 𝒶𝓉 𝓌𝒶𝓇

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𝖈𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖈𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓𝖙𝖆 𝖞 𝖈𝖚𝖆𝖙𝖗𝖔

Alfie prendió el tabaco que antes acomodó en la pipa, sus pies estaban cruzados sobre el escritorio y en sus piernas reposaba el periódico con el que jugaba segundos antes, suspiro viendo de reojo a ambos judíos frente a él, leyendo cartas que dur...

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Alfie prendió el tabaco que antes acomodó en la pipa, sus pies estaban cruzados sobre el escritorio y en sus piernas reposaba el periódico con el que jugaba segundos antes, suspiro viendo de reojo a ambos judíos frente a él, leyendo cartas que durante la semana llegaron.

Aunque le llegasen muchísimas de estas, no podía leerlas todas, era un desgaste emocional y de tiempo, leyendo a familias sufriendo de hambre, pidiendo un poco de clemencia para que sus hijos menores pudiesen trabajar para los Solomons, muchos otros con letra casi ilegible, exigiendo más tiempo para pagar el ron con el que se endeudaron. A los últimos le gustaba leerlos porque siempre había algo interesante de lo que burlarse, algo que seguramente lo haría reír por las estúpidas comparaciones con seres gloriosos, o donde le halagaban diciendo que era un enviado de Dios, un ayudante de Abraham.

Les dirigió la mirada sin pudor, escuchando el sonido bajo del tabaco consumiéndose, para que después saliera humo de la punta.

Eran días complicados, por supuesto que sí, con más acción de la que encargarse, con golpes de desesperación que lo ponían centrado y minucioso, aquel no era un juego de niños pequeños, y los últimos tres días le hicieron confirmarlo.

Recordó el estado de Scarlett, dándole el golpe de realidad que necesitaba, ella llorando en silencio, con pesadillas que no revelaba y durmiendo con suerte tres o cuatro horas, agregando que cuando lograba conciliar el sueño ella lo abrazaba con fuerza, con el miedo de que al despertar él estuviese muerto.

Tres noches atrás, cuando llegó en un estado frágil y tembloroso, se encargó de peinar su cabello enredado con paciencia, pasando el peine con delicadeza, viendo como su mandíbula temblaba de frio y sus piernas tiritaban como si hubiese soportado un tanque en la espalda, al finalizar con su cabello envolvió con cuidado sus heridas, que entristecían la mirada de su solecito.

Había muy pocas cosas que le afectaban hasta tan punto de querer llorar, más con el impedimento de que era hombre y no podía hacerlo, pero aquella noche, esa maldita noche, fue terrible. Lagrimas cayeron por los laterales de su rostro, tapando los sollozos con la palma de la mano, asegurándose constantemente de no ser escuchado por la menor que no se alejaba de él.

Al amanecer siguiente se aseguró de que Scarlett durmiese hasta tarde, quedándose estático en la cama, aprovechando de levantarse cuando ella abrazó una almohada, se bañó con agua caliente que ardió en su piel, saltándose pasos del judaísmo sin importarle que aquella rebeldía más tarde le traerían consecuencias morales. Se había visto con repudio al espejo empañado, pensando que la tortura de Scar era su culpa, diciendo frente a los italianos que la vida de su hermana no le importaba una mierda, al final se secó con fuerza, queriendo quita los rastros de culpa repentina, al salir ya vestido, la encontró sentada viendo las vendas en las muñecas, tocando la herida del hombro con melancolía.

𝔓𝔩𝔢𝔞𝔰𝔞𝔫𝔱 ℌ𝔢𝔩𝔩 [Thomas Shelby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora