Capítulo 3

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Su nombre es Justin, sin apellido, de modo simple, sólo Justin.

Justin era un ángel.
No en forma subjetiva, él era literalmente un ángel. O eso fue lo que explicó.

"Si, vengo del cielo, pero no es tan divino como suena. En realidad vine a la Tierra como castigo, me quitaron mis alas y por eso quedé desterrado, no puedo volver sin antes haber recuperado mis alas y para ello debo re dirigir el camino de alguien. Y tú me fuiste asignada. Es mi deber que tú puedas entrar al Paraíso en tu vida después de la muerte y no vayas derecho al infierno... No, no es cuestión de si crees en la religión o no, simplemente es así, cuando eres buena persona entras al Paraíso, cuando por tu culpa la vida de alguien sufre o se desvía, vas al infierno. No es como en la Divina Comedia, el infierno es la repetición de las veces donde tomaste la decisión equivocada y eso influyó en la vida de terceros. Tu castigo es ver como tus actos hieren en los demás una y otra vez.
Oh, Hailey, no te mientas a ti misma, sabes que has arruinado más de una vida y continuas haciéndolo, el único modo de salvarte es con mi ayuda, no te confundas, a mi tampoco me gusta demasiado la idea, pero te necesito para recuperar mis alas, y tú me necesitas para descansar en Paz una vez que hayas pasado a tu siguiente vida.
No depende si estás de acuerdo o no, así será aunque no te guste, así que más vale que te vayas acostumbrando, porque hasta que no endereces tu camino y yo recupere mis alas, seguiré merodeando por siempre."

El grito del rubio la despertó, lo vio entre ojos pues la luz del sol le lastimaba la vista.

-¿Qué es esa maldita cosa y por qué no para de sonar?- chilló Justin frustrado señalando el celular de Hailey, la alarma sonaba desde hacía bastante tiempo.

Aguarden, ¿luz del sol? Ella se levantaba siempre antes de que salieran los primeros rayos de sol para que le diera tiempo de todas sus responsabilidades del día. Miro la hora y supo que era bastante tarde, hoy no podría hacer yoga antes de ir a trabajar, ni siquiera estaba segura de que alcanzaría a llegar a tiempo a la oficina.
Salto de la cama todavía atareada por la conversación que había tenido con el ángel en su habitación, habían estado conversando hasta muy entrada la madrugada, con esfuerzo había dormido máximo cuatro horas. Entro a la ducha y tomo el baño más corto que hubiera experimentado antes, se cercioró que no tuviera ningún vello fuera de su lugar en las cejas y al estar frente al espejo noto las enormes ojeras que la acechaban.
Maldijo de nuevo su día, y corrió a sacar parches de colágeno para sus ojos.

Cuando salió del baño dispuesta a vestirse, no encontró por ningún lado a Justin. Poca importancia le prestó. Continuó poniéndose la ropa y bajó aprisa hacia el estacionamiento donde sacó a toda velocidad su bonito Volvo negro. Condujo en diez minutos el traslado que regularmente hacía en treinta, estaba muy segura que tendría varias multas.
Entro corriendo al edificio donde trabajaba, nunca en los ocho años y medio que llevaba de carrera había llegado tarde, hasta ahora. Por culpa de un maldito ángel desterrado.
Espero pacientemente que el ascensor  se detuviera en el último piso, su oficina, y unos pisos antes de llegar, cuando se quedó sólo ella en el cubo de metal, el rubio volvió a aparecer.

-¡Debes de dejar de hacer eso!- le grito Hailey, temblando por el susto.

-Lo siento, todavía no estoy muy acostumbrado a las reglas humanas, ¿qué es eso bajo tus ojos?

Ella lo miro confundida sin saber a qué cosa bajo sus ojos se refería, el elevador abrió la puerta y entonces lo recordó, los parches de colágeno, todo este tiempo traía los parches de colágeno bajo sus ojos. Sintió que todo el mundo la miraba, pero la realidad es que solo Ly se había dado cuenta que los traía.
Hailey se los quito de inmediato y los aventó a Ly.

-Su café se enfrió un poco por su retraso, si gusta lo puedo calentar.- se ofreció su asistente sin quitar la mirada examinante del rubio con ropa harapienta que la acompañaba.- ¿Usted quiere algo de beber señor eh, uhm...?

-Justin, ¡hola!- interrumpió, presentándose.

-No, él no quiere nada porque ya se va. Ly, sal de mi oficina, cierra las puertas y no me interrumpas a menos que sea de vida o muerte.

La chica asiática obedeció, por suerte, a diferencia de muchas oficinas, la de Hailey no tenía cristales por pared, así que estaba en total  privacidad.

-Creo habértelo dicho, no me iré de aquí.- le recriminó el rubio.

-¡Oh por favor! Es mi trabajo, es algo bueno que hago ¿no? Déjame trabajar en paz por favor.- intentó hacerlo sonar como súplica, pero había salido más como una orden.

-Lo siento, debo vigilar cada decisión que tomes dentro y fuera de la oficina. Yo no puse las reglas, habla con mi jefe.

-Oh genial, así que para deshacerme de ti tengo que contactar con otro endemoniado ser celestial. A la mierda todo. Siéntate en esa esquina y por favor, déjame concentrar en los reportes de ingresos de este mes.

Él obedeció, volvió calmado su cuerpo y se colocó en la silla de la esquina. Su mirada se clavó fija en Hailey y aunque ella lo noto y le incomodaba, prefirió ignorarlo y seguir en los asuntos importantes que tenía entre manos. Era martes y el jueves debía presentar los cambios de cifras en ventas a sus jefes y dar sugerencias de cómo mejorar la revista para volver a elevarlos números.

No podía evitar mirar de reojo cada cuánto al rubio, siempre que volteaba lo atrapaba mirándola fijo, como si nunca se moviera.

Pero qué bonitos ojos amielados tenía ese ángel, pensó ensimismada.

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