2. Un polvo.

2.4K 129 325
                                    

Valentina

El morocho se estaba terminando de cambiar y lo veía cansado, luego de veinte minutos en los que la mujer lo dominó, yo estaría igual. La pasé bastante bien a decir verdad, no sé si decir que él había ganado la "apuesta", pero me hizo sentir bastantes cosas. Yo seguía desnuda abajo de las sábanas mientras miraba cómo atardecía por la ventana, todavía sentía sus manos en mi cuello y eso me daban ganas de repetirlo, pero no se lo iba a decir porque me va a descansar toda la semana con que me ganó.

—¿Querés ir a una joda mañana?— preguntó acomodándose la remera, yo lo miré frunciendo el ceño y a los segundos negué.— ¿Por qué no?

—Porque no quiero ver a Ignacio.— contesté acomodándome en la cama.

—Venís conmigo.— propuso haciéndome reír.— ¿Y ahora por qué te reís?— rió él también, si supiera porqué me río, el chiste ya le va a dejar de dar gracia.

—Flasheaste una banda.— chisté agarrando mi celular para mirar Instagram, más que nada para ignorarlo.— Si voy es con las chicas, no con vos.— aclaré viendo unas cuantas historias.

—Total ni quería ir con vos.— admitió cambiando por completo lo que había dicho antes.

—Aparte no quita el hecho de que lo vea a Ignacio, vaya con vos o con ellas.— recordé, su cara cambió a una de culo, haciéndome reír de vuelta.

Me llegó un mensaje de mi papá preguntándome si me había llegado el paquete y qué me parecía, ahí fue cuando me acordé del regalito de hace como una hora. Me asomé por debajo de mi cama y tomé la caja para abrirla.

—¿Y eso?— interrogó curioso Mateo, levanté la mirada para verlo a los ojos y él alzó las manos cuando se dio cuenta que no se tenía que meter.

Saqué otra caja que se encontraba ahí y le saqué la cinta que lo rodeaba, encontrándome con un reloj que brillaba más que mi futuro, no solo eso, sino que también había otra caja más, la cual desempaqueté y había un celular nuevo. Los aparté de mi vista y me retuve las ganas de llorar, odio todo esto.

—Qué envidia.— murmuró el morocho viendo con detenimiento lo que había en la cama, pero al ver que no contestaba o hacía algo, se sentó a mi lado.— ¿No pensás saltar de la felicidad?— consultó confundido.— Si querés lo hago yo por vos...

—Quedatelo.— pedí dándole las cosas.

—¿Eh...?

—No lo quiero, quedatelo.— interrumpí nuevamente con un nudo en la garganta.— Por favor, quedatelo, me da asco.— insistí cansada.

—¿Cómo que asco? ¿Sos boluda?— hizo montón con la mano devolviéndome lo que le di.

—No lo quiero ver.— repetí corriéndolo para un costado.— Sabe que odio que me regale cosas que cuesten montones de plata, parece que lo hace a propósito.— informé pasando mis manos por mi rostro para tranquilizarme.

—Pero tampoco para que te dé asco, por lo menos te compra cosas.— acotó tratando de mirarme a los ojos.

—No entendés, Mateo. Dejá.— negué con la cabeza y agaché la mirada.— Como se siente culpable de no cumplir el rol de padre, me compra cosas carísimas pensando que queda bien, es un pelotudo.— continué revoleando la caja para alguna parte de mi habitación.

—Ya quisiera que mi viejo me regale todo eso.— bufó riendo, pero yo no lo hice.— Escuchame polaca, decile que no lo querés y listo, no creo que te cague a pedos por no quererlo.— argumentó acariciando mi mejilla. Si sigue siendo así de cariñoso lo voy a sacar a la calle a patadas en el culo.

polaca; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora