polaca; trueno.

7. Fingir amor.

Valentina

Sentía que alguien me tocaba el hombro y no paraba de hacerlo, cosa que me molestaba y me daban ganas de cagar a piñas a quien sea que me esté molestando. Cansada, abrí de una buena vez los ojos y el rayo de sol impactó justo contra mi cara, me olvidé de bajar la persiana antes de irnos a dormir. Me costó acostumbrarme a la luz, pero una vez que lo hice, pude caer de que era Mateo el que me intentaba despertar.

—Buen día.— me saludó con esa voz de dormido, era la primera vez que lo escuchaba y me encantó.

—¿Qué hora es?— pregunté esquivando lo que me dijo y escondiéndome aún más en las sábanas.

—Las seis y media de la mañana.

—¿Por qué verga me despertás a esta hora, enfermo?— me quejé volviéndolo a mirar, él rió y se acercó para darme un pico.— Salí...

—No voy a dejar que faltes al colegio.— interrumpió dejándome con un sabor amargo en la boca, no puedo creer que me levantó solo para esto.

—Te voy a matar.— advertí tratando de pegarle, pero no tuve ni un poco de fuerza después de lo que hicimos anoche.

—Es la última semana, polaca.— insistió mientras yo me ponía cabeza abajo contra la almohada.— No me dejes solo, dale.— murmuró y comencé a sentir cómo dejaba un camino de besitos por mi espalda hasta llegar a mi cuello, en donde corrió un poco mi pelo y se dedicó a seguir dejando besos, eso me daban más ganas de dormirme que de levantarme.

—Dejame dormir.— pedí cerrando los ojos. Mateo se rindió y terminó destapándome por completo. Con eso me mató, no solo que me cago de frío porque el aire seguía en 16, sino que también estaba semidesnuda, solo tenía la tanga puesta.— Nunca odié a alguien tanto en mi vida como te estoy odiando a vos.

—Tu papá se fue.— avisó y eso hizo que me asustara al toque.

—¿Cómo sabés que se fue? ¿Te vio? ¿Lo viste? ¿Subió a la habitación?— lo llené de preguntas mientras me sentaba, tapándome la parte de arriba con la sábana.

—Primero, buen día.— me retó.— Subió a la habitación, pero se ve que no me vio. Yo justo estaba despierto, así que me escondí medio por abajo y siguió de largo.— explicó y solté un suspiro aliviada.

—No puedo seguir ocultándole cosas a mi papá, no quiero traer pibes a escondidas.— me negué aún tratando de despertarme.

—Tampoco es un telo tu casa.— recordó haciendo que lo mire a los ojos. Si supiera.— Dale, levantate.— me animó, pero yo estaba rotundamente en contra de hacerlo.

—No quiero ir, no quiero ver a Ignacio.— dije como una nena caprichosa.

—¿Qué vas a hacer? ¿Quedarte encerrada?— interrogó obvio y yo asentí sin problema.— Si no vamos a hacer nada.

—Por eso mismo, prefiero quedarme encerrada en vez de salir a la una y diez de la tarde del colegio "sin hacer nada".— ejemplifiqué con la intención de convencerlo de una vez por todas.

—Siempre ponés la excusa de voy a ver Ignacio, pegale una piña y listo.— me propuso.

—¿Como la que te pegó a vos?