D O C E

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Siento sus pasos seguirme

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Siento sus pasos seguirme. Doblo en la siguiente esquina rodeando a un grupo de chicas que juegan a fondo blanco, miro por encima de mi hombro y lo veo caminando con rapidez, la música amortigua su voz llamándome.

—¡Rusa! —logro captar antes de salir del antro. La tranquilidad nocturna me recibe en la calle, el hombre que se quedó con las llaves de Porsche me pasa el llavero.

Le doy su propina y subo al automóvil. Espero a que él salga del interior de la discoteca y bajo la ventanilla del lado del copiloto.

—Doktor, priyatno poznakomit’sya.

«Doctor, gusto en conocerte»

Antes de que pueda acercarse, piso el acelerador y me adentro en el tráfico canadiense riendo como un niño después de realizar una travesura.

¿En serio no me reconoció?

Nunca creí que mi verdadera nacionalidad serviría para algo. No voy a negar que me gustó hacer esto, ver al doctorcito en esta versión fue… estimulante. Más aún el oír cómo su voz adquirió un tono más ronco y vikingo. Podría volverme adicta a ese sonido.

Apago el motor y estaciono el auto frente a la casa, todas las luces están apagadas. No me extrañaría si papá no estuviese, hay días que no aparece hasta que se acuerda que sigue teniendo una esposa. La culpa de ello es atribuida a mí, antes de mi “crisis” como lo llama mamá, esto no era así, eran la pareja perfecta.

No tengo muchos recuerdos antes de que me adoptaran, solo cosas vagas del orfanato de Rusia, lo que sí tengo latente es el día en que ellos aparecieron. Un empresario hijo de latinos y una mujer descendiente de etíopeses.

Me sentí tan desdichada cuando supe que me habían adoptado.

Estaba tan perdida, tenía apenas cuatro años y había perdido a mi familia en un atentado terrorista. Solo tenía una cosa a la que aferrarme y al llegar ellos tuvieron que separarme de eso.

Con el pasar de los años fui olvidando y aprendí a amarlos, se convirtieron en mi segunda oportunidad.

Apresar de todo, ellos se encargaron de que no perdiera mi cultura materna, me contrataron profesores rusos para que lo estudiara paralelamente al instituto de mi nuevo país: Canadá, dónde tuve que aprender el inglés y el francés. Siendo una niña no me costó tanto.

También me inculcaron su propia cultura enseñándome un poco somalí y español y hablándome de los países de origen de sus familias.

Ellos me dieron una nueva familia y hoy, diecinueve años después, con un cigarrillo en los labios y sentada en el porche, siento que estoy perdiéndola. No sé cómo recuperarla porque no sé cómo recuperarme a mí.

[…]

A la mañana siguiente me levanto con una cara de zombi, consecuencia de la resaca que me mande luego de pedir a domicilio dos packs de cervezas.

Querido, Sol: SánameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora