Q U I N C E

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Dos golpes en la puerta me sobresaltan

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Dos golpes en la puerta me sobresaltan. Cierro las cortinas dejando la habitación oscura y sin ningún tipo de iluminación.

Me acomodo el cabello, doy tres respiraciones largas. Suelto una maldición, ahora tengo menos alcohol en la sangre y me puedo dar cuenta que lo que acabo de hacer es una pendejada monumental.

Pero la vida es corta, estoy excitada y sigo un poco borracha, así que a cagarla cómo se debe.

Tomo el pomo de la puerta y la abro ligeramente. Entra con sus 1.90 intimidantes, su aroma toma la habitación elevando el aura afrodisíaca.

Me quedo cerca de la puerta mientras él busca mi presencia. No puedo distinguir muy bien, pero me doy cuenta de que se ha cambiado.

—¿Rusa? —su voz me alienta a acercarme a su espalda y colocar una mano en su hombro.

—YA zdes’

«Estoy aquí»

Hablo detrás de él. Se da la vuelta y sus ojos recorren mi rostro mientras se adaptan a la oscuridad, veo el atisbo de sorpresa en su expresión, sin embargo, desaparece con rapidez. Trata de encender la lámpara que está a su costado, pero tomo su mano y lo detengo.

—¿Por qué? —me pregunta en ruso.

Vuelvo y lo repito: su voz hablando ruso es una de las cosas más sexys que puedan existir.

—Me gusta… —respondo en el mismo idioma, tomo el cuello de su camisa y paseo los dedos sobre él— el misterio —termino susurrando.

—Déjame verte —pide colocando una mano sobre mi cuello—, necesito ponerle rostro a la dueña de mis sueños húmedos.

—¿No te gusta mi máscara? —Pone una mano en mi cintura y me apega a su torso, ni con tacones le llego más allá de los hombros— La última vez no te vi quejándote.

Baja el rostro a la altura de mi oído y se queda allí unos instantes, su respiración sobre mi piel lanza una electricidad que me estremece.

—Me encanta. Así como tú.

Me alejo lo suficiente para mirarlo. Sus ojos grises llamean presos del deseo que le causo.

—¿Qué te gusta de mí?

Su mirada desciende a mis labios rojos.

—Esto —dice tocándolos con el dedo pulgar—, y todo lo que resta de ti.

—¿Y quieres besarlos? —murmuro con la voz melosa, acariciando sus brazos con mis uñas.

—Quiero hacer muchas cosas con ellos, pero sí, quiero besarlos.

Se acerca un poco más rozando nuestras bocas sin llegar a tocarnos.

—Lástima —me alejo—, se acabó el tiempo mientras venías.

Querido, Sol: SánameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora