Hay situaciones que nos hacen tocar fondo, puede ser algo tan simple como estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado, o demandar una acción que puede ocasionar la muerte de otra persona. Pocas cosas en mi vida me han llevado al extremo, la peor fue aquella noche de mayo, una palabra me bastó para acabar con lo que más amaba. Hoy, a dos semanas de cumplirse un año, vuelvo a experimentar ese peso en el alma, aunque esta vez no es mi culpa, no, es de aquellos en los que confié y me traicionaron, me apuñalaron por la espalda de una manera vil y terminaron con lo poco que me quedaba.
Ahora, parada sobre la fina baranda del edificio, en donde mi madre y yo estamos escapando de la realidad, miro hacia abajo y me pregunto una vez más si no he vivido ya lo suficiente, si el dolor no puede parar ya, me pregunto si puedo descansar. No me cuesta nada dar un paso y caer, terminar con todo. Con la culpa que me atormenta. Con la pena de perder a todos. Con las constantes voces que me recuerdan que ya nada tiene sentido, que no vale la pena, que yo morí con él.
Para aquellas personas que no viven la constante lucha de seguir adelante o tirarlo todo por la borda, es fácil dar un discurso de amor a la vida, les es fácil gritar a los cuatro vientos, que hay miles de oportunidades a la vuelta de la esquina y que todo tiene un final. A esas personas quiero decirles que sí, todo tiene un final, también la felicidad, porque yo era feliz, tenía un padre para el cual era la niña de sus ojos, una madre que me consideraba su orgullo, un grupo de amigos con los que pasaba los fines de semana riendo y disfrutando, un novio al que amaba, seguía una carrera que me apasionaba y ahora, ahora no tengo nada, no tengo ni la sombra de lo que era aquello.
No sé si fui yo la causante de todo, la que se encargó de perderlo o si acaso es que simplemente la vida es una gran hija de perra que no nos puede ver felices, que no se conforma con alguien que lo tiene todo.
Y es que yo lo tenía todo!
Sí, mi vida no era perfecta, tenía sus pros y sus contras, pero era feliz. Y luego se acabó. No tengo a mis padres, no tengo a mis amigos, ya no disfruto de mis pasiones y Bruce está muerto.
Se suponía que ellos eran mi segunda oportunidad, que yo ya lo había perdido todo cuando era una niña y esta vida era la recompensa por soportar aquella desgracia, que me desprendí Ciaran para venir a Canadá y empezar de nuevo, pensé que al tenerlo de vuelta era una bendición de la vida, un pequeño sabor de lo que no pude disfrutar, sin embargo, duró tan poco, también me arrebataron mi segunda oportunidad. Es que yo ya no soy nada, no tengo nada.
Soy un pequeño polvo en la infinidad del universo. ¿Qué significa mi existencia? ¿Qué se supone que significa el que esté aquí hoy? Soy efímera, un nada en medio de un todo, entonces, ¿qué significaría mi muerte?
Nada.
Unas lágrimas para otro puñado de polvo.
Podría saltar y todo terminaría, en dos décadas no seré más que un recuerdo y en dos siglos ya nadie sabría que pisé este planeta.
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Querido, Sol: Sáname
RomanceHay amores que duran poco, pero que impactan con la fuerza de la explosión de una supernova. En los libros son comunes, en la vida real son escasos. Bruce fue mi supernova. Llegó y arrasó con todo lo que me hacía ser quién era, me pintó el universo...