V E I N T I U N O

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Pov: Kiera.

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Guardo mi nueva adquisición dentro de uno de los bolsillos de la gabardina (que por cierto es innecesaria con los veinte grados que está haciendo) ocultándola al igual que el conjunto de lencería que llevo puesto. Bajo por la escalera que da al patio trasero escabulléndome de las miradas indiscretas de la señora de la limpieza y de Sasha. Desde que regresé del hospital hace unas horas no ha tenido intenciones de irse, al igual que Lina y María que tomaron un día de sus vacaciones para venir hacerme compañía.

De verdad que se los agradezco, pero lo único que necesito ahora es olvidar todo lo ocurrido, y la manera de conseguirlo es dejar que mi alter ego despierte y la rusa tome el timón por unas cuantas horas.

Salgo a la calle y subo al Uber que pedí, lastimosamente me toca un hombre que no despega sus ojos de mí a través del retrovisor.

—¿Se te perdió algo? —espeto mirándolo con cara de póker. Pasa saliva y niega apartando la vista y fijándola a la carretera.

Saco un pequeño espejo de mano de mi abrigo y me coloco más del labial rojo que me apliqué, aunque sé que no podrá verlo, lo hago más para sentirme en el papel. Llegamos al establecimiento y bajo respirando hondo.

Bien, Kiera, es hora de ir a dormir. La rusa se divertirá un rato.

Ingreso con mis tacones resonando en el piso de mármol, las paredes de un gris tormenta, idéntico a sus ojos, se imponen sobre mí cambiando y desechando el aura del exterior. Una araña de cristal cuelga del techo absorbiendo la iluminación cálida de las lámparas de la pared. La mujer tras la recepción me sonríe dándome la bienvenida.

—¿Temnyy? —pregunta saliendo detrás de su puesto. Asiento. Miro las esquinas buscando algún tipo de cámara de seguridad. No hallo nada—. No tenemos circuito cerrado —explica—, por políticas internas.

Arrugo el entrecejo.

—Sígame.

Me guía a través de los pasillos. Cruzamos distintas secciones, masajes, baños, salones de belleza y un área donde un grupo de personas practican yoga. Abordamos un ascensor y subimos dos pisos y salimos a un corredor con ventanales y olor a incienso, doblamos a la derecha y abre la puerta que da a una antesala.

—Hasta aquí llego —informa deteniéndose en el umbral—. El señor Walsh la espera adentro, deje allí su ropa y tome una de las toallas de la barra. —Miro hacia donde me indica y veo la barra de madera sosteniendo las batas perfectamente dobladas y taquillas para dejar la ropa. Leo el letrero sobre las puertas francesas de madera pesada. ‘Sauna’ rezan las letras—. Que disfrute la estadía —dice antes de irse y dejarme sola.

Querido, Sol: SánameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora