T R E I N T A Y O C H O

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Las puertas del ascensor se abren al momento en que la luz del botón que marca el cuarto piso se enciende

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Las puertas del ascensor se abren al momento en que la luz del botón que marca el cuarto piso se enciende. Logan empuja la silla de ruedas y salimos de la caja de metal. Nos desviamos por un pasillo e ingresamos por unas puertas dobles que nos llevan a una sala de espera lo bastante amplia para marcar el hecho de que no hay nadie en ella.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunto.

Mis ojos barren la habitación en lo que nos lleva en dirección a la siguiente entrada. Las letras del cartel sobre las puertas indican que estamos en el ala de terapia intensiva.

Frunzo el ceño, sin entender qué hacemos aquí.

—Dame un momento —murmura.

Abre las puertas y una enfermera viene junto a nosotros, intercambian un par de palabras y nos deja seguir. Siento un terrible déjà vu al ser transportada en una silla de ruedas a través de los pasillos de este hospital, pareciera que fue ayer que tras una de las puertas de este lugar encontré a Bruce postrado en una mesa sin signos vitales.

—Logan, háblame —susurro—. ¿Quién es Estelle?

Detiene los pasos frente a la última puerta, 567.

—Estelle Wale —dice a mis espaldas, puedo palpar la tensión que nos rodea—, quince años, huérfana, con dos hermanos esperándola en un orfanato en el centro de Toronto. Adicta a la cocaína desde los once años, fue ingresada a rehabilitación a los trece, salió seis meses después y fue derivada a un orfanato, dado que se descubrió que ella y sus hermanos de no más de cinco y ocho años no tenían una casa, un padre o tan siquiera alguien que les diera comida. Recayó en el vicio dos meses después de salir, volvió a ser internada y se descubrió que padecía de Leucemia.

Agacho la cabeza.

—¿Sabes por qué me enfade tanto cuando mi madre me dijo que tú vendías drogas?

No muevo ni un pelo porque sé hacia dónde va la conversación.

—Conocí a esa niña hace un año, me contó como tuvo que empezar a vender drogas para sustentar los alimentos de sus hermanos, como el peso de ello la llevo a probar ese veneno y como no pudo dejarlo más, como con catorce años descubrió que tenía cáncer y que intentó suicidarse. —Gira mi silla y quedamos cara a cara, su expresión es tan fría que no lo reconozco— Me ardió la sangre creer que tú podrías ser como una de las personas que le vendieron droga a una niña, que jugaron con sus sueños y sus esperanzas.

—Logan…

—Pensé que eras igual ellos, a los que hicieron que  ella hoy esté detrás de esta puerta con dos putos meses de vida antes de que su cuerpo no pueda seguir.

Acuno su rostro en mis manos siendo consiente de cada palmo de piel que toco.

—Jamás lo hice —aseguro. No sé por qué, pero ahora necesito que me crea, que sepa que nunca lo hice, que Bruce y yo fuimos y sigo siendo inocente—. Fue una trampa.

Querido, Sol: SánameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora