D I E C I N U E V E

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Mi cabeza palpita y me pesa con molestia

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Mi cabeza palpita y me pesa con molestia. Mis párpados se levantan y la luz blanca me impacta con fuerza, vuelvo a cerrar los ojos hasta sentirme acostumbrada a la claridad de la habitación. Dos minutos después lo intento una vez más.

Las paredes blancas me indican que estoy en un hospital.

Me llevo la mano a la cabeza, una venda rodea mi cráneo. Apoyándome en mis codos me incorporo sentándome en la camilla, una intravenosa en el dorso de la mano me conecta a una bolsa de suero y una de sangre.

Caramba, sí que me pegue fuerte.

Ignorando el dolor de cabeza me fijo en el hombre que está acostado en la esquina del sofá, su melena rubia le tapa la cara, pero eso no impide que recuerde sus facciones.

—¡Hey! —lo llamo— Tú, ricitos de oro.

Se despierta de golpe mirando a todos los rincones.

—Acá —capto su atención, sus ojos celestes recaen en mí, sonríe con alivio al verme—, ¿qué hora es?

—Las doce con no sé —responde—, me quedé sin carga en el móvil. Por fin despertaste, pollito, ya estaba considerando besarte para que lo hagas.

Ruedo los ojos con irritación.

—¿Ha venido mi madre? ¿Ya sabe que estoy aquí?

—No y no —se pone una pierna sobre la rodilla contraria y se acomoda la espalda en el respaldo del sofá—, ni sé quién eres, yo solo hice mi caridad mensual salvándote.

—Joder, ¿siquiera llamaste a la policía? —inquiero alterándome, a esta altura ella ya debe estar al borde el colapso.

—Obvio, pero como te golpeaste y no tenías intención de despertar, tuvieron que irse. ¿Por qué no tienes tu identificación contigo?

—La tenía en mi mochila.

—Eso explica mucho, esos bastardos se la llevaron.

Joder, el ensayo.

Me paso la mano por la cara, bendita suerte la mía. Me han robado, casi abusan de mí y mi rescatista es un hippie marihuano, un hippie marihuano que está muy bueno… ¡Pero eso no viene al caso! Debo contactarme con mis padres antes de que piensen que me han secuestrado o que me he escapado.

—¿Puedes conseguir un móvil? —pido— Necesito contactar a mis padres.

—Claro —se encoge de hombros. Se levanta y se sacude la chaqueta—, vuelvo en un momento, pollito.

—Deja de llamarme así.

—¿Cómo?

—Así, “pollito” ya te he dicho que no me parezco a un pollo.

Querido, Sol: SánameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora