Odio esa sensación de caos mental que se origina en tu mente cuando pierdes a alguien. Estás dividido en dos; no quiere-ni puede-imaginarse algo después de ello.
Hace cuatro meses perdí a mi abuelo y todo fue tan borroso y extraño... Sabía que estaba muerto, pero no podía creerme que aquella caja de madera fuera lo único que quedaba de él. No podía asumir que nunca más lo vería sentado en su butaca viendo viejas cintas de vídeo. No quería creerlo.
Pero te acostumbras; aprendes a vivir sin esa persona. Yo lo hice, dos veces.
Sentada en las sillas del velatorio me quedó pensando y caí en la triste conclusión de que nunca me despedí ni de mi abuelo ni de mi ángel.
No pude darles el último adiós.
Ella sólo dijo: "¡Hasta mañana!" y resultó ser un "hasta siempre".
Supongo que esa es la peor parte de perder a alguien. Los recuerdos te abruman, ahogan y por eso nunca para de doler.
Te sientes tan indefenso e inútil.
Somos como un gran edificio. Sostenido por pilares, entre ellos están las personas; nuestra familia, amigos más cercanos... Si nos quitan esos pilares, nuestra estructura se queja y siempre los echamos en falta.
Sé que no es una gran metáfora, pero es la más real.
Todos hemos perdido a alguien.
Todos queremos aún dar ese último adiós.—M
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El Año De Los Fugitivos
Non-FictionSólo el día a día de una chica normal en el peor año de su vida. ¿Conseguirá escapar de sí misma? Copyright © 2014, 2015. Todos los derechos reservados.