CAPÍTULO DIECISIETE - ADELPHOS

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Versalles, Francia.

27 años atrás...

La noche en ese diecinueve de julio estaba tenebrosa, la violenta lluvia golpeaba las ventanas de la gran mansión de los Monroe, haciendo que el temor que ya sentía la familia creciera más en su interior al percatarse de que la amenaza de muerte ya había llegado a ellos.

Para el recién nombrado líder del clan italiano descubrir que el hombre que se hacía pasar por un sicario más de la mafia siciliana Cosa Nostra era un agente infiltrado fue de los peores errores que había cometido lo cual lo hizo que mandara a sus hombres con la orden de aniquilarlo a él junto a su familia, pero el enojo era tan palpable en aquel primogénito de uno de los más grande mafiosos italianos; Francesco Martinelli, que decidió el mismo ir por él para demostrarle a todos los de su familia que su padre no se equivocó en entregarle un liderazgo de la mafia que pertenecía a su casta y la cabeza de un Esqueleto de mafias en su totalidad.

Los Monroe, los capitanes Bennet Monroe y Leonora Monroe, quienes llevaban mucho tiempo infiltrados dentro de la mafia Cosa Nostra, ordenaban a sus escoltas y demás hombres presentes; algunos agentes militares del Cuerpo Especial Militar de Seguridad Internacional de la INTERPOL de Lyon, en Francia en sus siglas CEMSI, estar alerta mientras empacaban lo que se llevarían para abandonar Francia en unas horas.

Leonora Monroe miraba a la pequeña que yacía en sus brazos con tres meses de nacida, sus ojos eran como dos faroles de luces azules y verla tan tranquila sin percatarse de lo que ocurría a su alrededor le daba una esperanza de que pronto saldrían de ahí dejando su vida como agentes para disfrutar de una vida fuera alejada de su propia condena, aunque su mayor condena la tenía mirándole el rostro, pero que Bennett entrara a la habitación agarrando la mano de su hijo le indicaba que lo que temía había llegado, ya que estaban cayendo en su propia trampa.

—Están aquí — dice Bennet —, tenemos que esconder a los niños — empieza abrir el escondite debajo del piso de la habitación de la pequeña bebé.

Los disparos empezaron a retumbar en el lugar indicándoles que sus hombres no eran suficientes para aplacar a la mafia italiana, porque si con la tormenta que estaba cayendo se podían escuchar las detonaciones era porque los soltados italianos estaban usando artillería pesada para hacerlos pagar por su infiltración.

—Nicolás, vamos a necesitar de tu ayuda — se agacha su padre frente a él—, te esconderás aquí hasta que tu abuelo venga por ti y tu hermanita, ¿está bien? — el niño asiente —. Dejaremos a tu hermanita en su cuna, pero cerraremos con seguro afuera para que los malos no entren — explica —. Toma esto — le pasa un retrato familiar—. Ten siempre presente que te amamos como nada en el mundo y muéstrale esta foto a tu hermana cuando crezca para que sepa que sus padres la amaron mucho antes de ser concebida.

—Papá — empieza a llorar el niño —, mamá no quiero quedarme aquí — dice sollozando —. Déjenme ir con ustedes.

—Cuando crezcas enteraras lo que está pasando, en el mundo hay mucha gente mala y tu padre no supo manejar la situación — dice Bennett—. Sé el agente que tanto quieres ser y supera esta misión escondiéndote aquí y vigilando a tu hermana desde aquí abajo.

—Está bien — empieza a bajar las escaleras—. Los amo mucho— susurra con sus ojos llenos de lágrimas preparándose para bajar al escondite.

Su padre cierra el escondite colocando una mesa decorativa rosa sobre ella, mueve las mecedoras junto a los estantes de libros infantiles para proteger completamente el suelo y mira a la pequeña que amenazaba con dormirse viendo en sus ojos los cuales tiene un tinte hechizador con un halo azul oscuro, sobre otro de un azul zafiro fuerte y un último halo rodeando sus pupilas de un añil como el mar profundo.

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