CAPÍTULO TREINTA Y TRES- DIEZ MIL Y UNA RAZONES

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Eleora

Por años he escuchado que los errores que cometen los padres son pagados por los hijos y antes de enterarme de mi realidad creía que todo lo que me pasaba era por el mal que Damon había hecho y esa fue una de las razones por la que volé a Italia hace cinco años, pero ahora, ahora que sé que soy hija de otras personas pienso en que tantos errores, daño y mal hicieron para que sus hijos sufrieran tanto en este mundo.

Siento a Mihail a mi lado, no se ha apartado de mí en ningún momento y sé que está cansado, agotado y con sueño porque no ha dormido nada desde el ataque. Me han dado suficientes calmantes para apaciguar el dolor en todo mi cuerpo, pero es como si golpearan cada órgano al mismo tiempo.

Escuché lo que dijo el hombre, solo veinticuatro horas me quedan de vida, veinticuatro horas que la pasaré en una cama al lado de un hombre que ha destruido medio mundo por tenerme a su lado y que a pesar de eso no me deja escuchar de sus labios lo quiero oír.

—Nos vamos — dice de repente.

Lo veo echar en una bolsa todos los medicamentos que han estado administrándome, sale de la habitación regresando con una mochila en su hombro. Me toma en brazos sacándome de la propiedad, logro ver a Fabrizio y a Lorenzo junto a Macon y Jasón y les dedico una sonrisa porque quizás sea la última.

— ¿Dónde está Donato? — cuestiono cuando no lo veo.

—Murió — responde Mihail.

Trago con dificultad intentando asimilar la noticia, mi chico rubio de ojos avellanas que me acompañó a tantas misiones. Tantas conversaciones y tantas infusiones de jengibre compartidas no fueron suficientes para todo lo que deseaba compartir con él.

Cierro mis ojos aferrándome a los brazos de Mihail disfrutando del calor que me da como si eso calentara mi alma. Me duermo no sé por cuanto tiempo, pero despierto cuando el vehículo se mueve por una carretera de tierra.

— ¿A dónde me llevas? — cuestiono en un hilo de voz.

Siento mi garganta como si tuviera dos grandes bolas dentro impidiendo hablar y tragar bien.

—He tenido miedo todo este tiempo, pero mi miedo a perderte es más grande a decirte lo que siento — habla sin dejar de conducir.

—Te dije que jugaríamos tanto al amor que uno de los dos perdería muriendo.

—Te dije que ese no sería yo — deja su vista por unos segundos sobre mí.

—Tenías razón — toso — ¿Te arrepientes de algo?

—De todo — confiesa—. Más de lo que no hice que de lo que hice, pero al final perdí mucho tiempo ideando como matarte.

—Pietro te quitó ese honor — bromeo.

—No intentes hacer eso que haces cuando quieres aparentar que todo está bien cuando no lo está — se estaciona.

Sale del vehículo regresando por mí, me carga en brazos mientras intento ver donde estoy, pero mueve su cabeza cada vez que muevo la mía impidiendo que logre ver algo con una sonrisa en su cara. Me deja sobre el suelo apartándose dejando frente a mí la mejor imagen que han podido ver mis ojos, es un lugar de ensueño, parece una pintura y tener a este hombre al lado hace el momento más especial. Me toma el rostro entre sus manos.

—No puedo ser el hombre que pides en tus deseos de cumpleaños, pero si quien te ayude a cumplir cada uno de ellos — me besa.

Las lágrimas no tardan en salir de mis ojos cuando veo como una se escapa de los suyos, sabe que es mi final y quiere darme uno muy bonito a su lado.

ÉXTASISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora