CAPÍTULO VEINTICINCO - LOBEZNO

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Mihail

Los secretos son cadenas que condenan a quienes los llevan dentro a vivir preso de cada uno de ellos sin la oportunidad de ser libres.

Escuchar la manera en que Eleora se aferra a la idea de crear una familia como si eso la haría la mujer más feliz del mundo me hizo replantearme lo que por años me ha dejado preso del sueño de ser padre, por ello, debo enfrentarme a uno de mis mayores secretos.

«Mi mayor cadena que me tiene preso obligándome a ser esclavo de mi propio ser»

Por eso me comuniqué con ella; Natasha, la única mujer que puede ayudarme a buscar la manera de darle a Eleora lo que quiere porque si no tendré que verla vivir al lado de ese pelele que, aunque las ganas me sobran para cortarle la cabeza es a quien ella ha elegido para cumplir su maldito sueño.

Respiro profundo cuando ordeno a mis hombres volver a América mientras tomo un vuelo comercial a mi destino con mis documentos falsos ya que nadie puede enterarse del destino al cual iré, me frustro cada vez que paso por los escáneres de control de seguridad por la puta bala que llevo en el abdomen retrasando mi viaje.

Agradezco llegar a tiempo y verla a ella parada esperándome con un traje blanco que a pesar de quitarle un poco de feminidad la hace lucir bastante sensual. Se acerca con las manos en los bolsillos moviendo sus caderas candentes y esa sonrisa en la cara que puede debilitar a cualquiera.

—Mihail — me nombra.

—Natasha — me acerco tomándola de la cintura incitándola a caminar — ¿Cómo están? — cuestiono.

—Prefiero que determines su estado con tus propios ojos — susurra.

Abordamos el vehículo y no sé por qué siento latir mi corazón rápido sabiendo que estaré frente a ellos, hace trece años que existen como parte de un proyecto, pero verlos ya grandes puede causarme estragos.

Dejamos la ciudad detrás adentrándonos a mi propiedad donde residen ellos, Natasha es la primera en salir y temo por enfrentarme a mi realidad, a mis demonios y a mis monstruos.

— ¿Saben quién soy? — cuestiono cuando empieza abrir la puerta.

—No — responde calmadamente.

Nos adentramos despojándonos de las prendas de frio y agradeciendo la temperatura cálida de la calefacción.

Sigo sus pasos mientras abre puertas llevándome hasta el gran laboratorio. Mis ojos arden cuando entro observando el lugar.

Los estantes con los recipientes con fetos me hacen tragar en seco, no puedo decir el número exacto, pero son bastantes que se han obtenido por más de diez años.

— ¿Dónde están? — cuestiono.

Se quita sus tacones para reemplazarlos por zapatos planos, se coloca su bata de laboratorio y guantes de látex mirándome.

—No perdamos tiempo — me acerco— porque podrás verlo luego.

Los minutos que tarda tomando muestras de sangre me deja reflexivo a lo que significa verdaderamente este lugar, evado su mirada cuando intenta conectar nuestros ojos, pero mis cavilaciones me mantienen concentrado en el enfrentamiento que hago para finalizar este proyecto si no obtengo los resultados que preciso tener porque mis razones para diseñarlo son las mismas que me trajeron aquí en este momento.

—La encontré — murmuro cuando se aleja de mí.

— ¿A quién? —pregunta preparándose para examinar mi sangre.

—A la estrella del cazador —digo sincerándome con ella cuando vuelve a fijar su vista hacia mí mientras levanta una de sus cejas marrones.

— No me estás mintiendo, ¿cierto? — pregunta burlona.

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