Capítulo 08, parte 2: The revenge: Joy.

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—A ver, Jungwoo —Joy suspiró, tallando su rostro debido al cansancio. —Estás siendo un completo paranoico. Muchas veces nuestra mente nos hace imaginar cosas que nunca han estado ahí —explicó, tratando de calmar a su amigo que se encontraba del otro lado de la línea.

—Te juro que lo vi, incluso me habló —sollozó Jungwoo. —Tengo demasiado miedo, Joy.

A estas alturas ya no le creía.

—Tranquilo, no sucederá nada —Joy internamente se rio, aunque el recuerdo de Doyoung le hizo detenerse casi seco. No debía de repetir su mal comportamiento. —Solo respira.

Media hora después Jungwoo había retomando la calma, así que Joy finalizó la llamada para poder continuar con sus deberes de la universidad. Sinceramente era la primera vez que se sentaba a escuchar los problemas de las demás personas, y no tenía ni idea de lo agotador que podía ser a nivel mental.

Doyoung siempre se había dedicado a escucharla, sin importar la hora que fuese, le buscaba cualquier tipo de solución a sus problemas y trataba de hacerla sentir mejor con sus palabras o acciones, incluso llevándola a comprar lo que quisiera del centro comercial.

¿Quién escuchaba a Doyoung cuando todo salía mal y sentía que su mundo se estaba cayendo a pedazos?

Ella nunca lo hizo.

No de una manera que fuese capaz de ayudarlo.

El sonido de una moneda cayendo al suelo de su habitación le hizo voltear. Esperaba que solo fuese su imaginación, pero el brillo que fue capaz de percibir de reojo le hizo saber que no estaba en su mente. 

—Bueno, mi día de suerte —dijo Joy una vez que logró tomar la moneda.

Sin embargo, una pequeña idea se cruzó por su mente.

—¡Mamá! Voy a salir —gritó Joy mientras cerraba la puerta de su casa con prisa. No iba a tomar el autobús, era demasiado caro y solo le quedaba esa única moneda para cualquier gasto imprevisto. Caminando por las calles tranquilas, decidió hacer algo diferente ese día.

En su trayecto, pasó por una florería y vio una rosa blanca en exhibición. Sin pensarlo mucho, utilizó la moneda que se había encontrado para comprarla. Por primera vez en mucho tiempo, estaba haciendo algo desinteresado, algo que no tenía consecuencias para nadie más, y sentía que le debía ese gesto a su amigo.

—Hola, Doyoung —murmuró Joy al llegar al cementerio, mientras se sentaba frente a la tumba de su amigo. Un suspiro escapó de sus labios al notar cuánto había crecido el pasto alrededor. Pronto cubriría parte de la lápida. —Hoy no vengo a contarte mis problemas —dijo con un toque de melancolía.

Con paciencia y cuidado, comenzó a arrancar las malas hierbas que rodeaban la tumba. Poco a poco, su esfuerzo se vio recompensado cuando todo quedó limpio y ordenado. Una pequeña sonrisa se asomó en su rostro al ver lo bonita que había quedado la tumba.

—Escucha, nunca te di las gracias por todo lo que hiciste por mí. Debió de ser difícil para ti escuchar mis quejas todos los días —dijo mientras colocaba la rosa blanca sobre la lápida de cemento. —Me ayudaste tanto, pero yo nunca estuve ahí para ti. No sabes lo culpable que me siento por eso. Si pudiera regresar el tiempo, te agradecería y te pediría perdón. Sé que es demasiado tarde para hacerlo, pero por favor no me regañes por eso —agregó con una sonrisa triste.

Estaba a punto de seguir hablando cuando una ráfaga de viento hizo que su gorro saliera volando. Se levantó rápidamente para recogerlo, pero al regresar a la tumba, se dio cuenta de que la rosa que había dejado ya no estaba.

—¿A dónde fue? —preguntó en voz alta, buscando con la mirada, pero la rosa había desaparecido por completo. Decidió no darle más vueltas al asunto y volvió a sentarse frente a la tumba. —Doyoung, no intentes asustarme, sabes que no soy buena con los sustos —bromeó nerviosamente.

Justo en ese momento, sintió una leve presión en su hombro, como si alguien lo tocara. Su corazón comenzó a latir más rápido mientras su mente buscaba una explicación racional para lo que acababa de sentir.

Si Joy se hubiera dado la vuelta en ese instante, habría visto a Doyoung de pie detrás de ella, con lágrimas deslizándose por su rostro y la rosa blanca firmemente apretada contra su pecho.

—Vendré a verte seguido, pero solo si no me asustas, ¿de acuerdo? —murmuró con una pequeña sonrisa. —Prometo mantener tu lugar limpio y buscaré un trabajo fijo para traerte muchas flores, como te gustaba. Esa será mi forma de pedirte perdón. Espero que algún día logres perdonarme, para que, cuando sea el momento de reencontrarnos, pueda abrazarte sin remordimientos, sin que nada quede pendiente entre nosotros.

Joy acarició las letras doradas de la lápida con su mano temblorosa, sus lágrimas comenzando a nublar su visión.

—Me haces tanta falta —susurró antes de dejar escapar un sollozo fuerte, su mano cerrada en un puño. —Me duele no haberme dado cuenta de lo que pasaba por estar tan ocupada pensando solo en mí. No estaba mal que quisieras ir al psicólogo, ¿ok? No era para locos... No debiste haberle dicho eso a alguien tan ignorante como yo, que te hizo sentir mal con mis palabras. No tengo excusa para mis errores, fui una persona horrible. Te prometo que voy a cambiar, que haré algo para que nadie más en nuestro grupo de amigos tenga que pasar por lo mismo. Tú cuidaste de todos nosotros, ahora es mi turno de cuidarlos.

Las lágrimas corrían libremente por sus mejillas. Cada segundo que pasaba era un peso que se añadía a su corazón.

—Te pediría perdón una y mil veces si fuera necesario, daría mi vida si con eso pudiera tenerte de vuelta. No lo merecías, nadie merece pasar por lo que tú pasaste. Te quiero mucho, Doyoung. Nos vemos.

Joy se levantó lentamente, sacudiendo su ropa y secando las lágrimas que aún quedaban en su rostro. Cuando estaba a punto de dar un paso, un mareo repentino la atacó, y cayó desmayada sobre el suelo frío del cementerio. Sorprendentemente, no sufrió ningún golpe ni herida.

Doyoung la observaba con lágrimas aún en sus ojos. Su mano helada rozó suavemente el rostro de Joy, acariciándolo con ternura. Ella era la única que realmente se había arrepentido, la única que había venido a pedirle perdón de corazón.

Ojalá lo hubiese hecho a tiempo, así no se habría sentido tan solo.

El cuidador del cementerio, un hombre de avanzada edad, se apresuró a llegar hasta ella. Se arrodilló a su lado y, con un toque suave, la movió ligeramente para comprobar si estaba bien. Al ver que respiraba con normalidad, suspiró aliviado.

—Debe haber sido el cansancio —murmuró para sí mismo, sacudiendo la cabeza.

Mientras Joy seguía tendida, el cielo comenzó a nublarse ligeramente. Una brisa suave movió las hojas de los árboles cercanos. La quietud era extraña, casi sobrenatural. El cuidador decidió cargar a la joven y llevarla a un lugar más seguro dentro de la pequeña oficina del cementerio.

Sin embargo, cuando la levantó en brazos, una sombra tenue pareció moverse detrás de él. No dijo nada, pero su piel se erizó como si una presencia invisible lo estuviera observando. Giró lentamente la cabeza, pero no vio nada fuera de lo común. Solo el cementerio, quieto y silencioso, como siempre.

Que hipócrita.

Vámonos —susurró Doyoung antes de que se desatara cualquier problema, alejándose de ahí.

Kim DongYoung's RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora