Capítulo 11, parte 3: Memories.

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Desde el momento en que le dijeron que tendría un hermanito, Taeyong imaginó que sería el tipo de hermano mayor que cualquier niño soñaría tener: protector, confiable y siempre dispuesto a guiar. Sin embargo, mientras ambos crecían, la realidad empezó a distorsionarse. La adolescencia lo arrojó a un pozo oscuro de frustración y carencias que no sabía cómo manejar. La ausencia de su padre era un vacío en el que se ahogaba cada día, un dolor que parecía incapaz de expresar con claridad. Taeyong estaba acostumbrado a ser el centro de la vida de su madre, a que todos los ojos giraran en torno a sus problemas y desafíos. Por eso, ver a Doyoung asumir todo con calma, como si el divorcio de sus padres apenas fuera un inconveniente menor, lo llenaba de una rabia corrosiva.

—¿Cómo lo haces? —susurró en una noche de insomnio, observando a su hermano dormir serenamente. —¿Cómo puedes vivir tan tranquilo con todo esto?

Pero lo que Taeyong no sabía era que Doyoung cargaba su propio peso en silencio. Había escuchado, sin que nadie lo supiera, al abogado de la familia decir que la separación era por su "culpa". Era un secreto que lo llenaba de lágrimas nocturnas, de una tristeza que nadie percibía. En la escuela, los compañeros se burlaban de él por no tener padre, por ser el "niño abandonado", y, sin embargo, nadie parecía notar lo solo que se sentía. Pero Doyoung jamás dejaba ver esa vulnerabilidad; su risa, sus bromas, su manera de enfrentar la vida se volvieron escudos impenetrables.

Mientras tanto, Taeyong recibía toda la atención. Su madre estaba al tanto de cada calificación que obtenía, de cada desafío que enfrentaba, y pasaba incontables horas con él. Los vínculos entre ambos se hicieron cada vez más profundos, pero a costa de dejar en el olvido al niño que habitaba el cuarto del fondo. No había un solo día en el que Taeyong no sintiera el amor de su madre y, al mismo tiempo, un temor creciente de perderla. Sabía que ese cariño exclusivo era la única cosa que lo mantenía de pie, su único refugio en un mundo que cada día le parecía más cruel.

Así llegó el cumpleaños catorce de Doyoung. Era un día que en teoría debería estar lleno de celebraciones, pero que pasó casi como cualquier otro. Su madre estaba ocupada llevándose a Taeyong de compras, diciéndole que necesitaba ropa nueva. No importaba que fuera el cumpleaños de su hermano menor.

Doyoung pasó el día matando el tiempo con Jaehyun, su único amigo leal, el único que parecía recordar qué día era. Cuando su madre por fin llegó, casi de noche, su primera reacción fue de disculpa, envuelta en una sonrisa de falsa despreocupación.

—¡Perdón, perdón! —dijo apresuradamente mientras abrazaba a Doyoung. —Oh dios, cariño, es tu cumpleaños...

—Sí, cumplo catorce —respondió él, tratando de ignorar la amargura que sentía.

Ver esa decepción, aunque disimulada, en el rostro de su hermano hizo que Taeyong sintiera un poco de remordimiento. Decidió salir y encontrarle un regalo de último momento, y en la tienda más cercana encontró una bufanda verde. Era espantosamente fea, pero pensó que a Doyoung, con su típica actitud positiva, le encantaría de todos modos.

Nunca había sido fan de comprar regalos para otros, y sentía que era un gasto innecesario. Sin embargo, al ver a su hermano en ese estado, sintió que quizá esta vez valía la pena el esfuerzo.

Ya en casa, mientras la familia improvisaba una cena rápida y sin mucho entusiasmo, Taeyong notó que la atención que tanto anhelaba volvía a dirigirse hacia Doyoung. Esa mirada suave y maternal que él creía suya por derecho estaba ahora sobre su hermano, y eso encendió en su pecho una chispa de resentimiento.

En un gesto algo abrupto, le extendió la bolsa con la bufanda.

—Te compré esto —dijo, evitando su mirada.

—¡Me encanta este verde! —exclamó Doyoung con entusiasmo.

—Deberías probarla —dijo Taeyong, tomando la bufanda y ajustándola alrededor del cuello de su hermano con una presión innecesaria.

—La apretaste demasiado —dijo Doyoung con una risita, sin captar la hostilidad en el gesto de su hermano.

—Es resistente, por si algún día decides colgarte del techo —replicó Taeyong con una sonrisa sarcástica.

—¿Yo por qué haría eso? Ni que fuera Miley Cyrus —bromeó Doyoung, sacándole la lengua.

Durante el resto de la improvisada "fiesta", Doyoung no se quitó la bufanda ni un momento. Eso hizo que Taeyong sintiera una punzada de culpa, pero el rencor que crecía dentro de él pronto la ahogó. Con cada nueva burla o desdén que le lanzaba, una parte de él encontraba cierto placer. Sabía que su hermano solía quedarse solo en casa mientras su madre y él compartían cada momento, y no se lo admitiría jamás, pero le gustaba ese poder que sentía cuando hacía que Doyoung se sintiera inferior.

Los años pasaron, y Taeyong comenzó a odiar cada aspecto de la vida de Doyoung. Le molestaba que tuviera un grupo de amigos que realmente lo apreciaban, que su primo y él fueran tan cercanos, y, sobre todo, que hubiera encontrado en John a alguien que lo amaba genuinamente. Parecía injusto que, a pesar de toda la soledad y desamor que él mismo experimentaba, Doyoung lograra encontrar algo de felicidad en medio de la tragedia familiar. Y Taeyong no podía soportarlo.

John se convirtió en el blanco de su envidia, la pieza más preciada del rompecabezas que Taeyong estaba decidido a desarmar.

Y lo hizo.

A su manera, con sutiles palabras y gestos que lentamente fracturaron la relación de su hermano. Cuando finalmente consiguió que John se alejara de Doyoung, sintió una satisfacción amarga, como si con ese acto confirmara su superioridad.

Su hermano era vulnerable, había caído en su trampa.

La sensación de poder era embriagadora. Ver a Doyoung perder, poco a poco, aquello que alguna vez había dado sentido a su vida resultaba mucho más satisfactorio de lo que Taeyong había anticipado. Sabía que John había sido especial para él, y verlo marcharse había sido solo el primer paso. Observó con una sonrisa oculta cómo la luz en los ojos de su hermano se apagaba, cómo su carácter optimista y despreocupado se desmoronaba, día a día. Con cada mirada desesperanzada, Taeyong sentía una satisfacción oscura y profunda, una victoria silenciosa en su guerra personal contra aquel al que, alguna vez, había prometido cuidar.

Ahora, tras la muerte de Doyoung, Taeyong debía aparentar un luto que no sentía. Los demás podían verlo afectado, desgarrado por la pérdida de su hermano menor, pero en su interior, una parte oscura y callada celebraba su triunfo definitivo.

Sabía que era un monstruo, y por primera vez, se sintió cómodo en esa piel.

Kim DongYoung's RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora