Capítulo 10: I missed you.

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Joy recordaba todos los momentos que había vivido al lado de Doyoung mientras una canción sonaba en sus audífonos, la misma que solían escuchar cuando se escapaban de la escuela para ir al viejo edificio abandonado a jugar UNO en la azotea.

Las carcajadas de Doyoung cuando le tocaba un "+2", o sus enojos cuando sus jugadas no salían como esperaba y terminaba acumulando cartas, seguían tan vivos en su memoria. El tiempo parecía volar en esos momentos, donde solo existían ellos dos.

Extrañaba escaparse de casa por las noches para encontrarse con Doyoung en ese mismo edificio. A él le encantaba observar la ciudad desde lo alto; decía que la paz que se sentía allí, junto con las luces de la ciudad, eran lo más hermoso que había.

Ahora, se preguntaba cuántas veces habría pensado en saltar. Esa duda le rondaba constantemente en la mente.

Siempre llegaba a sentarse a su lado, y Doyoung, sin decir nada, le pasaba un audífono. Duraban horas escuchando música japonesa, y había veces en las que él apoyaba la cabeza en alguno de los hombros de Joy.

Cuando reunía el valor suficiente, lo abrazaba y recargaba su cabeza sobre la de él. Si tenía suerte, Doyoung no se quejaba de que le iba a pegar los piojos. Tal vez, en esos momentos, él se sentía tan mal que no le importaba recibir ese cariño tan anhelado.

"¿Cuántas veces habrá esperado un poco de cariño?", pensaba, una y otra vez. Joy lamentaba no haber sido capaz de demostrar lo mucho que lo quería.

Se sentía agradecida de no haber faltado ni una sola noche. En su mente, quería creer que con su presencia había evitado que Doyoung cometiera alguna locura.

Pero también sentía un profundo arrepentimiento por sus actos durante las últimas semanas de vida de Doyoung. No siempre había sido así y no encontraba justificación válida para su comportamiento.

Le hubiera gustado llamarlo por su cumpleaños, invitarlo de nuevo a ese edificio abandonado a escuchar música, y quizás, si tenía suerte, comprar algo para comer con sus escasos ahorros. Sin embargo, el orgullo había pesado demasiado sobre ella.

Todo se sentía frío sin la risa de Doyoung a su lado, sin la paz de esos momentos compartidos. Se perdía en sus pensamientos y nunca tuvo el valor de preguntarle qué pasaba por esa mente creativa.

Un sollozo la sacó de su triste realidad.

El día estaba nublado, y varias luces de la ciudad habían dejado de funcionar. El entorno ya no transmitía la paz que antes disfrutaban juntos, y las canciones en sus audífonos ya no parecían cantar con la misma pasión de antes.

Las lágrimas de Joy cayeron sobre su cuaderno, arruinando el dibujo que estaba haciendo de Doyoung. Solo había escrito dos palabras, pero dolían más que quemarse lentamente.

"Te extraño."

Tan simples, pero cargadas de un dolor profundo para Joy.

Un pensamiento irracional cruzó por su mente y, de repente, le pareció una buena idea.

¿Qué sentido tenía seguir viviendo de esa manera? No soportaba escuchar a su madre llorar cada noche porque el dinero no era suficiente para mantenerse. Joy sentía que era una carga, especialmente ahora que había perdido su trabajo nuevamente. Y la única persona que la escuchaba, Doyoung, estaba bajo tierra.

Creía que le haría un favor al mundo.

No le importaba que su alma fuera al infierno, según las creencias de su madre. Si ese era el precio a pagar, lo aceptaría.

Justo cuando iba a dejarse caer, alguien la sostuvo del brazo, impidiéndole moverse.

—¿Por qué eres tan idiota?

Esa voz.

Esa bendita voz la hizo voltear con más rapidez de la que había tenido al tomar la decisión de acabar con todo.

Frente a ella estaba Doyoung, con los ojos llenos de lágrimas, sujetándola con fuerza. No quería dejarla ir por nada del mundo.

No estaba asustada, solo confundida. Pero por primera vez, se dejó llevar por sus sentimientos y, sin pensarlo, bajó del borde para abrazar a Doyoung, llorando desconsoladamente.

Doyoung cerró los ojos y la abrazó con todas sus fuerzas. No iba a permitir que alguien a quien había perdonado repitiera su error.

—Sé que quieres morir, pero yo te quiero viva —sollozó Doyoung. —Piensa en tu madre, ¿la vas a dejar sola con todo lo que está pasando? Ahora más que nunca te necesita. Aunque no tengas un trabajo estable, ella solo necesita llegar a casa y verte ahí, siendo su motivación diaria, no encontrarte en una tumba. Prométeme que nunca más vas a volver a pensar en algo así.

—Lo siento mucho —fue lo único que Joy pudo decir, incapaz de detener las lágrimas. Quería que ese momento durara para siempre y, si era un sueño, no deseaba despertar jamás.

Finalmente, tras un largo rato, Joy logró calmarse. Y para su sorpresa, Doyoung seguía ahí, como siempre, para consolarla.

—Sé que estás confundida —dijo Doyoung, observando la expresión de su amiga. —Pasaron muchas cosas que serían muy largas de explicar. Se supone que no debería dejar que me vieras, pero no iba a quedarme sin hacer nada. No te diré que vengas conmigo porque necesitas estar aquí, aún no es momento, pero te pido que no le cuentes a nadie sobre esto, ¿puedes hacerlo?

—Claro que sí —respondió Joy sin dudar.

—Por cierto...

—Claro que te perdono, Joy —Doyoung se colocó la gorra de su sudadera negra. —No sigas sufriendo por eso. Solo fue un simple desacuerdo entre amigos.

Doyoung caminó hacia la puerta de la azotea bajo la atenta mirada de Joy.

—¿A dónde vas? —gritó antes de que él cruzara la puerta.

—Nos veremos de vez en cuando, Joy —respondió Doyoung con una pequeña sonrisa, mirándola por última vez antes de irse, dejándola con más preguntas que respuestas.

Joy se quedó un rato más, reflexionando sobre las palabras de Doyoung. Finalmente, tomó sus cosas y se dirigió a su hogar.

Lo primero que haría al llegar sería abrazar con fuerza a su madre.

Joy caminó lentamente por las calles de la ciudad, su mente aún atrapada en los recuerdos de ese encuentro imposible con Doyoung. Cada paso parecía pesado, como si el peso del mundo aún descansara sobre sus hombros, pero una pequeña chispa de esperanza empezaba a encenderse en su interior. Recordó las palabras de Doyoung, las promesas que le había hecho, y sintió una nueva responsabilidad: no solo hacia su madre, sino hacia sí misma. Doyoung no quería que se rindiera, y de alguna manera, aunque ya no estuviera físicamente con ella, seguía protegiéndola.

A medida que se acercaba a su casa, las luces tenues de los faroles iluminaban su camino, y aunque el cielo seguía cubierto de nubes, el ambiente ya no se sentía tan triste. Sabía que enfrentar el dolor no sería fácil, pero ahora entendía que no estaba sola en su lucha.

Cuando finalmente llegó a la puerta de su casa, tomó una profunda bocanada de aire y se preparó para lo que vendría: abrazar a su madre con todo el amor que todavía tenía para dar y, por primera vez en mucho tiempo, intentar empezar de nuevo.

Ojalá funcionara.

Kim DongYoung's RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora