The past (parte 02).

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18 de enero del 2020.

Doyoung llegó ese día al colegio con el ánimo por los suelos. Era uno de esos días en los que, sin razón aparente, despertaba sintiéndose mal simplemente por existir. Esa sensación de vacío lo acompañaba desde hacía tiempo, aunque nunca le daba la importancia suficiente. No lo comprendía del todo, pero tampoco se esforzaba en entenderlo. Solo lo aceptaba como parte de su vida.

—Me siento muy mal, Doyoung —la voz de Joy lo sacó de sus pensamientos cuando se sentó a su lado, soltando un suspiro cansado.

Doyoung la miró, notando de inmediato las profundas ojeras que adornaban su rostro.

—¿Qué sucede? —preguntó, algo preocupado por el aspecto de su amiga.

—No pude dormir nada anoche, y en la mañana, saliendo corriendo, se me olvidó el dinero para el almuerzo —se quejó mientras se recargaba en el respaldo de la banca con gesto cansado. —Además, no tengo dinero para comprarle el regalo de cumpleaños a mi mamá. Estoy al borde del colapso.

Doyoung la observó en silencio un momento antes de sonreír levemente, intentando consolarla.

—No te preocupes por eso, yo te invito el almuerzo hoy —ofreció, con la voz serena. —Y sobre el regalo de tu mamá, yo puedo ayudarte con el dinero. No es un problema.

Los ojos de Joy se iluminaron, y un gran alivio se dibujó en su rostro.

—Dios, de verdad que te debo la vida, amigo —dijo, lanzándose a abrazarlo con una sonrisa agradecida.

Doyoung rió por lo bajo, pero en el fondo, seguía mal.

—¿Sabes? Yo también hoy me sentí un poco mal... —comenzó a decir, intentando abrirse por primera vez.

—Perdón, espera un segundo, tengo una llamada —interrumpió Joy, levantándose apresuradamente mientras sacaba su celular del bolsillo.

Doyoung la observó alejarse y, tras unos segundos, vio cómo se quedaba hablando con su mejor amiga al teléfono. Aunque sabía que no lo hacía con mala intención, la sensación de ser ignorado le caló hondo. Un suspiro silencioso escapó de sus labios mientras rascaba su nuca, incómodo. ¿A quién le interesaría algo tan banal como sus sentimientos? Se sentía estúpido por haber intentado hablar de lo que le ocurría. A fin de cuentas, siempre había alguien con problemas más importantes que los suyos.

Joy regresó justo a la hora del receso y retomó la conversación, pero esta vez se centró completamente en sus propios problemas. Durante varios minutos, descargó sobre Doyoung toda la frustración y las quejas acumuladas, mientras él la escuchaba en silencio, intentando ofrecerle apoyo.

—Estoy preocupado —dijo finalmente, con la mirada fija en su sándwich a medio comer. El hambre se le estaba yendo últimamente, como si cada vez le costara más disfrutar de algo tan simple.

—¿Por qué? —preguntó Joy distraídamente, como si no le diera mayor importancia.

—Me he estado sintiendo raro... no sé si debería ir con un psicólogo.

El comentario provocó una carcajada inmediata en Joy.

—¿Un psicólogo? ¡Eso es para locos! —respondió entre risas, sin siquiera notar el cambio en la expresión de Doyoung. —¿Por qué te sentirías triste? Mírate, lo tienes todo. Un novio guapo, amigos, un primo que te adora, tu hermano te consiente en todo. A lo mejor no tienes mucha inteligencia, pero ¡oye! Tienes dinero, y eso te abre todas las puertas. Deja la tristeza para la gente como nosotros.

Doyoung permaneció en silencio. Las palabras de Joy lo golpearon de manera inesperada. ¿Era eso lo que realmente pensaba de él? ¿Que no tenía derecho a sentirse mal porque su vida parecía perfecta desde fuera?

—Pero el dinero no necesariamente te hace feliz, Joy. Al menos no a mí.

—Pero todos preferimos estar llorando encima de un Ferrari.

Después de la escuela, Doyoung se quedó acostado en su cama, mirando el techo. Las palabras de Joy resonaban en su cabeza una y otra vez. "Lo tienes todo". Pero, ¿realmente lo tenía todo? En teoría, sí. Un novio guapo, una familia que lo apoyaba, amigos... pero había algo que no encajaba.

Sabía que Joy no lo decía con mala intención, pero su risa al mencionar al psicólogo le había dolido. ¿Estaba mal pedir ayuda? ¿Realmente era para locos? Doyoung no quería parecer débil, pero cada día que pasaba le resultaba más difícil ocultar lo que sentía. Le daba vergüenza admitir que, a pesar de lo que otros veían como una vida perfecta, estaba lidiando con una tristeza inexplicable que salía de quien sabe donde.

Esa noche, Doyoung se giró en la cama, buscando una posición cómoda que lo ayudara a dormir. Pero el sueño no llegaba. Las palabras de Joy seguían dando vueltas en su mente, como una espiral incesante que no podía detener. Le dolía saber que, aunque Joy era su amiga, no comprendía la profundidad de su malestar. Tal vez no era justo culparla, pensaba, después de todo, ni siquiera él entendía del todo lo que le sucedía.

El silencio de la habitación lo abrumaba, y cada pensamiento se volvía más ruidoso dentro de su cabeza. En medio de esa quietud, la sensación de soledad se hacía más palpable, como si lo envolviera en una manta pesada y fría. Sabía que algo andaba mal, pero cada vez que intentaba abrirse a los demás, lo minimizaban. "Un psicólogo es para locos", esas palabras aún lo herían, porque, en el fondo, él sabía que necesitaba ayuda, que algo no estaba bien en su interior, y temía que, si no hacía algo pronto, el malestar crecería hasta volverse insoportable.

Se levantó de la cama y caminó hasta el pequeño escritorio que tenía en la esquina de su habitación. Allí, sacó una libreta que no había tocado en meses; su diario. Tal vez escribir le ayudaría a desahogarse. Abrió el cuaderno y comenzó a escribir, sin pensarlo demasiado, solo dejando fluir lo que sentía.

"Me siento como si estuviera roto. No sé cómo arreglarme. No sé si alguien pueda ayudarme, o si siquiera lo merezco.

Todos creen que porque tengo ciertas cosas debería ser feliz, pero no lo soy.

El vacío está siempre ahí, creciendo cada día.

Y no sé cómo detenerlo.

Tengo miedo.

-Kim DongYoung."

Su mirada se desvió hacia el cajón junto a su cama, donde guardaba su bufanda de color verde.

"No tienes derecho a sentirte así", se repetía una y otra vez, intentando convencerse de que debía ser más fuerte.

Doyoung cerró los ojos, deseando que, al abrirlos, todo fuera diferente.

O deseando no abrirlos.

Kim DongYoung's RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora