~capítulo 3~

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Me despierta el sonido de mi móvil, pero no es una alarma, si no una llamada.

Con los ojos entrecerrados y palpando el mueble, lo agarro y sin mirar quién es me lo llevo a la oreja.

—¡Talía! —Mi hermana Marina me grita como si no hubiese un mañana.

—¡¿Qué?! ¡Sí, estoy levantada! —Miento gritando también, mis neuronas recién levantadas no son las mejores.

—¿Porqué gritas? —Pregunta.

—No sé, como tú también has gritado. —Respondo frotándome la sien con la mano libre.

—Bueno, da igual. A las 7:00 te quiero en la puerta.

—Que sí que sí. —Digo mientras cuelgo y tiro el móvil a la cama.

Aún dormida me visto como puedo y cojo un paquete de galletas para el camino.

Menuda mierda de uniforme, una falda hasta la mitad de mis muslos, una camisa blanca y una chaqueta azul marino con rallas rojas. Los he visto más modernos.

A las seis y cuarentena y cinco, salgo de casa. Soy muy consciente de que voy a llegar como mínimo 10 minutos tarde. Me arriesgo a que mi hermana me mate.

Me monto en el taxi y suspiro. No quiero ver a Ander. Pero sí a todos los demás. Bueno, a Lu no tanto.

Me quito de la cabeza al maleducado de anoche y a la pija estirada y salgo del coche a las siete y seis minutos. El edificio impone bastante, pero no puedo pararme a mirarlo.

Me pongo las gafas de sol. Tengo bastantes ojeras de ayer y hoy no me ha dado tiempo a hacer otra cosa que no fuera comer e ir al baño.

Entro por la puerta. Hay un control como el del aeropuerto por el que no paran de pasar estudiantes, les pita a la mayoría. Y parece que no soy la única que llega tarde el primer día, así que no se pueden quejar.

A mí, como no, también me pita. Me quito mis anillos y pulseras de plata y las dejo en el mostrador. Paso de nuevo y vuelve a pitar. El señor harto de mí, me señala la nariz.

Ah cierto, el piercing. Me quito el arito de plata de la nariz y por fin paso.

Me lo vuelo a poner todo y cojo el móvil de nuevo. 10 mensajes de Marina. Ups, 15 minutos tarde.

Como es el primer día aún no han empezado estrictamente las clases. Hay un montón de alumnos por los pasillos, recibiéndose con abrazos y besos.

No veo a mis hermanos ni a gente que conozca. Así que me apoyo en la pared al fondo del segundo pasillo y me dedico a mirar a todo el mundo que pasa. Intentando reconocer cualquier cara.

Conecto mis auriculares y me los coloco, estoy dispuesta a aislarme de esta mierda todo lo que pueda.

Canciones tristes con las que te podrías montar un videoclip depresivo van sonando, y yo las tarareo en mi mente mientras sigo intentando reconocer a gente.

¿Dónde coño se han metido Marina y Guzmán?

Me fijo en un tío que está en una posición parecida a la mía, en el otro lado del pasillo.

Este levanta la mirada y me sonríe, le devuelvo la sonrisa incómoda y aparto la mirada.

De repente noto que alguien me toca el brazo. El tío ese me está tocando el brazo con una sonrisa torcida. Me giro y le sonrío de la mejor manera que puedo.

—Hola —Me saluda moviendo la mano como un niño pequeño.

—Buenas —Le respondo.

—¿Qué música escuchas? —Pregunta mirándome con curiosidad.

Extraviados -Ander y tú-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora