El sonido de las alabanzas resonaba por cada una de las paredes de la catedral. El incienso se esparcía por el aire con tanta rapidez que tu nariz se sentía sensible por el olor. Agitaste la cabeza y seguiste rezando al son que el padre hablaba.
— ¡Dios nos libre del pecado y de todo lo que Lucifer manda a este tu mundo, mi señor! — gritó desde el lugar donde se encontraba y levantó una ostia blanca con ambas manos.
— ¡Tuyo es el poder y la gloria por siempre, Señor! — gritaron todas las personas presentes.
Las mujeres de tu fila se pusieron de rodillas y apoyaron sus brazos en el respaldo de la silla de enfrente. Tu hiciste lo mismo. Rezaste como te lo inculcaron desde que entraste al convento de monjas.
Una vez terminaron de rezar, la misa finalizó.
Te sacudiste la falda negra y te acomodaste la cofia. Tus hermanas empezaron a limpiar la iglesia. Algunas tomaron algunas escobas, otras fueron a limpiar el lugar donde estaba el padre, otras fueron a confesarse y las demás seguían rezando.
— Hermana (Nombre) ¿Podrías ayudarnos a limpiar las cenizas de las porta velas? — te pidió una de las hermanas superiores. Asentiste.
Tomaste de cada pilar de la iglesia las porta velas, llenas de cenizas y cera fría o medio tibia. Tomaste dos entre tus manos y caminaste al exterior de la inmensa iglesia.
Saliste al jardín, el bello jardín que ahora mismo estaba en oscuridad debido a la noche. Tiraste las cenias en un bote de metal grande que estaba cerca de los árboles. Antes de que te fueras escuchaste pasos que venían por el bosque, te asomaste al camino de piedras y viste a un hombre corriendo hacia ti o ¿a la iglesia? Sí, lo más probable es que iba a la iglesia.
— ¡Ayuda, por favor! — exclamó cerca de ti. Te tomo bruscamente de los hombros y empezó a sacudirte de adelante hacia atrás. El hombre parecía ser alguien del pueblo, de bajos recursos por las ropas que vestía y estaba aterrado, lo reflejaba su rostro.
— ¿Qué es lo que sucede? — preguntaste apenas.
— ¡Mi esposa...! — exclamó, — ¡Mi esposa está siendo violada!
Tu expresión se horrorizo ante lo dicho.
— ¿Por quién? ¡Quién es el que está haciendo esta atrocidad?
— ¡El demonio, señorita! ¡El demonio está violando a mi esposa! — gritó con desespero. No supiste reaccionar bien, pero los internos de la iglesia salieron por el grito del hombre.
El padre se acercó al hombre y lo siguió con algunos curas acompañándolo. Las monjas te tranquilizaron y le desearon lo mejor al hombre y a su esposa.
Tú y tus hermanas monjas regresaron a su convento. Ayudaste a preparar la cena en lo que el padre y los curas regresaban. Sirvieron la mesa y colocaron los platos. El padre y los curas regresaron directamente a la hora de la cena.
— ¿Qué paso, padre? — preguntaste.
— Tuvimos que quemarla — respondió, — Quedó embarazada e iba a dar a luz a un niño del demonio.
Todos los presentes se sorprendieron, pero no refutaron las acciones del padre. Antes de comer, agradecieron los alimentos y empezaron a cenar. Tú no tocaste tu comida, no tenías apetito después de lo que respondió el padre sobre aquella pareja.
Te estabas imaginando al pobre hombre, desconsolado y dolido por la muerte de su esposa. Que cruel.
— Hijas mías, recuerden bendecir sus habitaciones antes de dormir. Me retiro — anunció el padre mientras desaparecía por el pasillo.