Nota: Pueden escuchar Arabian Nights mientras lo leen.
Nota 2: Sí, si vi la novela de la sultana Hurrem y de Kosem para inspirarme KJASNHAS
El desierto era un lugar difícil de vivir. Creía de agua y vegetación. Sólo había arena y rocas. Para colmo, habían muchos animales peligrosos y venenosos que terminarían con tu vida en una mordida o solo con un piquete.
Era difícil sobrevivir en las afueras de la ciudad.
Sin embargo, en la ciudad le daban poca relevancia a los fuereños. Había temas más importantes como por ejemplo, el regreso de su sultán.
El sultán Tobio.
Después de declarar la guerra al país vecino, el sultán fue al campo de batalla para honrar a Allah.
Regresó victorioso con la cabeza del rey entre sus tesoros.
El grandioso sultán decidió realizar una fiesta para festejar la conquista de un nuevo reino. Gente noble de todos los rincones del reino de Edirne asistieron a la maravillosa fiesta de su sultán.
La fiesta se realizó dentro del Gran salón principal. Estaba lleno de antorchas y alfombras con estampados orientales de colores fríos. La comida y las bebidas abundaban como el agua, al igual que la elegancia y la riqueza. Habían incrustaciones de piedras preciosas en cada pared del salón. En medio del salón, había un howz tan grande como la luna.
Frente a el, se levantaba lo que era el asiento del rey. Un precioso trono de oro fundido con rubíes.
El sultán Kageyama estuvo sentado sobre él durante la mayoría de la velada, tomando vino en su copa de oro y comiendo frutas de la mano de sus odaliscas.
— ¿La pasa bien, majestad? — preguntó su segundo al
mando, el Gran Visir del reino, Iwaizumi.
— Sí, paşa. Estoy feliz — respondió Kageyama —. Gracias a Allah pudimos vencer a ese infiel de Atsumu.
— Me alegro, majestad.
Iwaizumi miró a Oikawa que estaba felizmente hablando con las hijas de los otros políticos del reino, quienes eran grandes admiradoras de su trabajo. Carraspeo lo suficientemente fuerte para que logrará escucharlo y Oikawa miró en su dirección. Iwaizumi señaló al sultán con la mirada.
Oikawa entendió a que se refería a su compañero y amigo más cercano.
Para eso, tuvo que dejar solas a las señoritas e ir a pararse en medio del salón. Levantó su copa, captando la atención de todos los presentes, incluida la de su sultán.
— En honor a nuestro sultán, he podido traer a varias flores exóticas del desierto — anunció Oikawa con una sonrisa. Los presentes comenzaron a susurrar entre sí y el paşa hizo una señal al jefe de los eunucos, quien rápidamente supo de que se trataba —. Así que por favor, su majestad, deléitese con su belleza.
El jefe de los eunucos regresó en poco tiempo con un grupo de señoritas con bedlahs lilas, a excepción de una que llevaba un bedlah rojo.
Todas ellas se colocaron en un sitio especifico detrás del howz. Se pusieron de cuclillas mientras que la del bedlah rojo se paraba en el centro de todas ellas.
El jefe de los eunucos les pidió a los músicos interpretar una melodía que el mismo Oikawa pidió componer. Los tambores y las flautas comenzaron tomar otro ritmo. Las bailarinas empezaron a mover sus brazos envueltos en tul lila delicadamente.