12.- CAMBIOS DE TEMPERATURA Y REMODELACIONES.

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-No me provoques. - amenazó -. Recuerda qué con quien fuego juega, se quema.

Seductoramente dio un pequeño lengüetazo a los labios del mayor y se acercó a su oreja.

-Te daré una pequeña clase de química. - dijo con voz ronca -. El frío. - concentró el cosmos sobre sus manos metiéndolas por debajo de la camiseta del otro -. También puede quemarte.

La frías manos del acuariano sobre su abdomen lo hicieron temblar de placer. Colocó sus manos sobre las caderas del otro apretándolas ligeramente.

-¿Siempre has sido así de sensual? - preguntó excitado -. Porque sí es así, el bicho es un completo idiota al dejarte ir.

Subió lentamente las manos acariciando la piel desnuda de su espalda. Ambos buscaron unir sus labios en un fogoso beso. Rápidamente sus lenguas comenzaron un húmedo vaivén, interactuando entre sí. Se separaron un breve instante a causa del poco oxígeno.

No pasó mucho tiempo antes de que volvieran a besarse. Sin dejar de tocar al francés, el griego desató el nudo de la toalla aventándola al suelo. Bajó las manos hasta su redondo trasero apretándolo con un ardiente deseo.
Ambos podían sentir la dura excitación del mayor, crecer entre sus pantalones. Desesperadamente y casi sin despegar sus labios, el acuariano lo despojó por completo de sus prendas. Se levantaron y a trompicones caminaron hacia la habitación principal.

~ TEMPLO DE CÁNCER ~

El cuarto custodio se encontraba acostado en su sofá cambiando continuamente el canal de su televisor. Sin encontrar algo que llamara su atención, bajó la mirada hacia la mesa de centro hecha de vidrio. Justo en el medio, yacía un pequeño marco. Se estiró hasta alcanzarlo mirando la foto que había dentro.

Ahí estaba él, mirando perdidamente enamorado al Santo de Piscis que sonreía ampliamente para la cámara. Pasó suavemente las yemas de los dedos por el marco y levantó la mirada hacia una pequeña estantera de madera que tenía empotrada a la pared. Allí había más fotos, algunas juntos, pero en su mayoría, fotos que él le había tomado al pisciano.

Observó detenidamente su casa, mirando los muebles, volteando hacia la cocina y su mente, de forma automática divagó hacia todas las veces que estuvieron juntos.

Recordó la primera vez que se acercaron, su primer película, las incontables horas que se habían quedado acostados sin hacer nada en el mismo sofá donde se encontraba, todos los baños de esponja y todas las veces que hicieron el amor en diversos lugares de la casa, pero la punzada más grande llegó cuando recordó la voz del doceavo caballero decirle "Te amo".

De alguna manera sabía que esa casa no era totalmente suya. Después todos esos años en el Santuario, Piscis siempre estuvo ahí. Él lo ayudó a pintar y a decorar, él lo visitaba tan frecuentemente que entraba como si nada, tomaba lo que necesitaba y lo compartían juntos.

¿Acaso no fue lo suficiente para él? ¿Qué hice mal? ¿Qué me faltó darle para que buscara cariño en otros lugares? Esas tres preguntas rondaban su cabeza sin cesar. Las lágrimas se asomaron en sus ojos, y sin poder detenerlas, rodaron amargamente por sus mejillas.

Tomó de nuevo la foto contemplándola unos instantes. La ira, subió rápidamente por su sistema, se levantó decidido y aventó el marco contra la mesita de vidrio rompiéndola en mil pedazos. Cegado, avanzó a la estantera y de un fuerte golpe, la rompió. Caminó hasta la cocina para tomar uno de sus finos cuchillos. Sin pensarlo demasiado, comenzó a apuñalar los sillones, desgarrándolos al instante.

Unos fuertes brazos lo rodearon por detrás, deteniéndolo, él intentó luchar, pero aquel hombre no lo soltaría. Sabía perfectamente de quien se trataba, así que sólo aventó el cuchillo y se giró para llorar amargamente contra su pecho.

~ TEMPLO DE ACUARIO ~

La temperatura del templo, a su gusto, se sentía sofocante, inclusive las ventanas se encontraban empañadas y con la marca de sus manos.
No sabían exactamente cuánto tiempo estuvieron haciéndolo, pero el cansancio era evidente. Despeinados, sudados y con la respiración irregular, el geminiano se acostó sobre el pecho del onceavo guardián, quien lo abrazaba con ternura, acariciando su brazo.

-Muero de hambre. - dijo el peliazul.

-Si, yo también, pero no preparé nada, así que, será mejor que me levante para comenzar. - dijo intentándolo, pero Saga no se lo permitió.

-No, mejor vamos a comprar algo, podríamos pasar por Deathmask y salir a comer los tres.

-Me agrada esa idea.

Luego de unos minutos más de besos y caricias, se pusieron de pie, arreglándose un poco. Bajaron lentamente las escalinatas platicando de su semana, atravesando los templos sin contratiempo alguno.

-Caballero de Leo, ¿nos permites pasar? - preguntó el de ojos verdes.

-Saga. - dijo serio el castaño saliendo a su encuentro -. Camus, qué sorpresa, ¿qué te trae por aquí? - lo miró obsequiándole una encantadora sonrisa.

-Para salir del Santuario tengo que atravesar tu templo. - dijo confundido.

-Si... Yo... Qué idiota, tienes razón - respondió sonrojándose -. A... Adelante, pasen.

-Gracias. - dijo Géminis.

Con una mirada, Camus le indicó a Saga que salieran cuánto antes, y así lo hicieron, a la mitad de las escalinatas entre Cáncer y Leo, el geminiano se detuvo, observando socarronamente a su compañero.

-¿Qué?

-Le gustas a Aioria. - soltó burlón.

-No es cierto. - respondió frunciendo el ceño.

-¡Vamos, Camus! ¿Acaso eres ciego? Está claro que Aioria babea por ti.

-¿Quieres bajar la voz? - dijo apenado -. No le gusto y fin de la discusión.

Lo tomó por el brazo obligándolo a bajar, mientras él se reía. Llegaron rápidamente al templo de Cáncer, antes de poder llamarle escucharon un fuerte estruendo. Entrando de inmediato. Divisaron al guardián destruyendo su sala. Camus corrió hacia a él, abrazándolo por detrás, llevándolos al suelo.

-Death, cálmate. - pidió ejerciendo más fuerza.

-Todo va a estar bien. - soltó Saga acariciando su espalda.

Luego de un rato más de incesante llanto, el abrazo del acuariano y las caricias que Géminis le regalaba, lo tranquilizaron poco a poco.

-Yo... Gra-gracias. - dijo sollozando.
-Hey, ¿qué pasó? - preguntó con ternura el francés.

-Supongo que enloquecí. - respondió mirando su sala ahora destruida.

-Venga, levántate. - dijo Saga -. Saldremos a comer.

-Yo no tengo ánimo.

-Pues no te estoy preguntando.

-Saga... - dijo el acuariano.

-No, nada de Saga. - dijo levantando al canceriano-. Lávate la cara y cámbiate,  necesitamos cambiar tus muebles. Te ayudaremos a remodelar este lugar.

El italiano sólo asintió y caminó directo a su habitación, mientras que el acuariano lo miraba sorprendido.
Cuando el canceriano salió, ninguno de los tres pronunció palabra alguna. Caminaron tranquilos hasta un pequeño restaurante donde comieron y charlaron.

Emprendieron camino hacia las diversas tiendas, donde buscaron nuevos muebles. Luego de pequeñas discrepancias decorativas, al fin eligieron algo. Acordando con el vendedor que enviaría su mercancía en dos días.

Volvieron al Santuario entre risas y postres. Saga, prácticamente obligó al canceriano a quedarse en su templo, mientras que Camus, subió al suyo.

EL CLUB DE LOS CORAZONES ROTOS (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora