Hinata pudo darse cuenta del cambio operado en su esposo después de esa noche.
El regreso a rectory mayor fue tranquilo. Naruto se comportó con ella como todo un caballero. Durante los pocos días de su estancia en Londres la trató con delicadeza, como si se tratara de una pieza preciosa que no podía maltratarse.
Y cada vez que pasaban los días la joven se enamoraba cada vez más de él.
Las noches él no la tocaba a pesar del intenso deseo que crecía cada vez que estaba cerca de ella.
Sus ojos se perdían en el cabello azulado y su pálida piel. Ella estaba envolviendo todo su mundo de colores que antes de ella sólo había sido gris y negro.
A veces negaba que esto estuviera pasando. Durante toda su vida se hubo negado a creer en otra cosa que no fuera el desproporcionado placer de golpear sin piedad al mundo que siempre lo desprecio, incluso a su propio padre que nunca le mostró su cariño paterno.
Podía lanzar miles de maldiciones sobre su cadáver, pero no harían nada por volver al presente ese pasado lleno de soledad y desprecio de sus propios progenitores.
Al fin y al cabo él tuvo que descubrir el porque de tanto odio y humillaciones.
Pasó una mano por su cabellera rubia mientras miraba por el viejo campanario en donde cada noche se refugiaba para no acercarse a ella y caer en la tentación de sentir su cuerpo suave y blanco en sus manos.
La deseaba como un sediento en el desierto. Sus labios parecían necesitar el dulce néctar de sus labios para calmar la sed que no tenia fin. Cerró los ojos imaginando cada uno de sus gestos cada vez que sus manos recorrían esa suave piel que lo hacia estremecer despertando sus sentidos hasta lograr que su cuerpo se quejara ante el anhelo de no poder sentirla.
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Hinata se acercó acalorada a la ventana de la habitación. La oscuridad de la noche le impidió ver más allá de las copas de los árboles. Suspiró colocando una mano sobre su agitado corazón. Su tacto le estremecía su cuerpo que deseaba enloquecido el tacto de otra mano grande y fuerte, la única que podía despertar los deseos más intensos en su cuerpo.
¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía desearlo de esa manera, después de lo que había visto aquel día?
Casi gimió ante el anhelo que su cuerpo tenia por él.
Nada tenía que ocultar. Ante ella y ante el propio hombre que a pesar de las circunstancias era su esposo.
Lo deseaba, lo amaba y dejar de aceptarlo, seria como negarse así misma esos sentimientos que le gritaban hasta ensordecerla.
Giró su cuerpo.
Se detuvo en seco. Sus ojos brillaron y la sombra oscura se fue acercándo a ella.