La bajó con sumo cuidado en medio de un enorme vestíbulo, sobre la mullida y fina alfombra árabe. Frente a ellos habían unas enormes puertas abiertas dándole la bienvenida a ese lugar, que al recorrerlo con la mirada le pareció frío y lúgubre.
Él le tomó la mano llevándola había el salón principal. La decoración era muy masculina entre las paredes de gris pálido. Los sillones de piel oscura frente a una enorme chimenea en la que cabrían varias personas de pie que estaba encendida le daba una atmósfera cálida e intima a la habitación a pesar de carecer por completo de color y vida.
Las pesadas cortinas ocultaban las enormes ventanas, que podia calcular unos cinco metros de altura del piso al techo. No había adorno alguno, excepto un reloj antiguo sobre la chimenea y una caja de cigarros elegantemente labrada.
A un costado del salón estaban las escaleras de piedra gris que llevaban a la planta alta de la que bajaba una mujer regordeta de agradable rostro, era como sí no fuera parte de aquel siniestro escenario.
- Has llegado temprano, - anunció con voz agradable y se acercó algo inquieta a ellos.
- Esperó que eso no haya sido un problema para ti. - respondió con un tono de sarcasmo.
- ¿Ella es tú esposa? - Preguntó haciendo caso omiso a la actitud de Naruto.- Eres tan bella como me imaginé. Bienvenida Rectory Mayor.
hinata se dejó abrazar por la mujer, todavía en shock ante su nuevo hogar.
- Ella es Anko Mitarashi, la ama de llaves.
- También soy la cocinera. - le sonrió dándole la mano educadamente. - Es un gusto conocerla señora Namikaze.
- Mucho gusto.
Logró sonreír cuando al fin la mujer la soltó encantada.
-¡Estoy tan feliz que Naruto al fin se haya decidido a sentar cabeza!, ya era hora que lo hiciera, realmente no quisiera que...
- ¡Basta ya! - la silenció en un duro tono y sé acercó a hinata colocando una mano en su espalda. - Hoy ha sido un día cansado, llevaré a mi esposa a nuestra habitación para que sé refresque y descanse un poco antes de la cena.
- Por supuesto, - anko se hizo a un lado sonriente a pesar de el brillo de tristeza que inundó sus ojos castaños. - Ya está todo arreglado.
Se dejó guiar por su esposo consciente de la mano en la espalda. Subieron las escaleras en silencio. La presencia a su lado por el pasillo oscuro apenas iluminado por una pequeñas lamparas que pendían de las paredes cubiertas por un tapiz de colores oscuros, la hizo sentir como si poco a poco fuera llegando hacia su prisión en la que ya no podría devolverle la libertad.
¿Dónde se había metido? Miró la larga y angosta alfombra persa sintiendo como el pánico le anunciaba esa nueva realidad, y el hecho de que estaba lejos de su familia, en un mundo lejano a lo que conocía. Prisionera en un oscuro pozo, del que no volvería a ver la luz que antes tuvo en su vida.