Capítulo 17

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— Este capítulo contiene escenas de tortura no aptas para personitas sensibles. Un abrazo. —

Venganza con sabor a hierro

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Venganza con sabor a hierro.

Perspectiva de Erika Anderson:

Estocolmo. Una ciudad que llama más la atención que yo y lo odio. Tuve que mezclarme entre la gente mediocre, adoptar una apariencia acorde a sus bajos estándares.

Mi cabello ahora es de un rubio anaranjado, un completo desastre, pero que me ayuda a pasar desapercibida. Mis ojos, que antes eran de un azul zafiro, ahora se esconden bajo las lentillas marrones.

Casi no salgo del lugar donde me hospedo, un bloque de pisos entre tantos iguales, el cual arrenda mi amiga Clóe desde hace más de dos años. Estuvo contenta de recibirme, aunque sigue sin saber el verdadero motivo de todo esto.

Entre nosotras sí puede haber secretos, porque cuando estás sumergida en un mundo de dobles caras, de ambición y sed por triunfar, sabes que nada es trigo limpio y que a veces es mejor no meterte en los asuntos de los demás, aunque se trate de tu mejor amiga o de tu hermana.

Lo que ocurre es que yo voy más haya y estoy metida en pleno con la Alianza Plateada. Mafia encabezada por Benett Taylor. Y mi error fue utilizar mi belleza y el arma de la seducción para enamorarlo. El tiro de querer tenerlo todo, me salió por la culata. Y ahora no tengo nada.

Me arde ser un número más entre todos los habitantes de Suiza. Pero, esta vez, sobrevivir se antepone ante triunfar.

No utilizo las redes sociales desde que llegué aquí. No me quiero ni imaginar qué ocurrió con mi carrera en estos meses. Tan solo estoy segura de que todo por lo que he luchado estos años se ha derrumbado. Ser modelo o mejor dicho, ser yo misma, ya no es una opción que pueda elegir.

Mis tripas rugen de hambre, Cloe no aparece desde hacia cinco días y a pesar de que trato de convencerme de que es por su trabajo, no puedo evitar morderme las uñas de la preocupación. La ansiedad se ha instalado permanentemente en mi sistema y he tratado de convivir con ello.

Cloe fue la que siempre se ha encargado de pagar las cuentas y traer comida a casa, ya que, cuanto menos aparezca mi cara por las calles, mejor. Sin embargo, estoy llegando a mi límite, termine toda la comida que había. Miro los armarios vacíos y me termino las pocas migajas de pan que quedaban. Lo que me es contraproducente, ya que mi estómago empieza a funcionar esperando una cantidad razonable de alimento que no puedo ofrecerle. La acidez gástrica maltrata mi garganta.

Si supiesen de mí, ya me hubiesen venido a buscar. Me digo a mi misma tratando de calmarme. Con la mano temblorosa sobre el manillar de la puerta, vacilo a la hora de decidirme si salir. Pagaré en efectivo, nadie va a sospechar, llegaré aquí a salvo y gozaré de algo que llene mi estómago. Me mentalizo. Con unas gafas de sol que cubren bastante mi cara, salgo y me meto en el ascensor. La ropa holgada esconde mi figura de infarto, que desperdicio. El cabello lo tengo recogido en un moño alocado.

Dulce y posesivo © (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora