Capítulo 18

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El regalo.

Perspectiva de Joseph:

Las gotas de sudor bajan por mi frente, doy los últimos golpes del día a la pera de boxeo, con fuerza y agresividad. Actualmente así descargo mi rabia, en el gimnasio. Sin embargo, no me funciona para apagar mis pensamientos. Mi mente continuamente está maltratándome.

Las únicas luces prendidas son las que están arriba de mí, el resto de la sala está totalmente a oscuras. Y es que poca gente se queda a entrenar por aquí a altas horas de la noche. Mi trabajo me ha tenido ocupado durante el día, la compañía está haciendo todo lo posible para volver a equilibrar las ventas.

Me cuesta concentrarme, porque con los ojos cerrados o abiertos, solo puedo ver una imagen. Y es la de ella. Al principio, ponía todo mi esfuerzo en bloquearla en mi cabeza y enfocar la atención en mí mismo y en sanarme por dentro. Luego, cuando me fue imposible, dejé fluir su recuerdo y lo uso como inspiración para mis diseños.

Es cierto que, cuando queremos algo, tenemos mucho interés en ello. Cuando lo obtenemos, ignoramos aquello que conseguimos y tanto deseamos. Y cuando lo perdemos, es cuando las ganas se vuelven infinitas y la tristeza te corroe. Yo no la supe apreciar la felicidad que ella me regalaba cuando estaba en mis narices, entonces vino otro y supo valorarla.

Mis músculos me dan a entender que ya debo parar y me quito los guantes rojos para meterlos en mi bolsa deportiva.

Fui al mejor psicólogo que he encontrado. Porque sé que mi jodida infancia, mis malas vivencias y la falta de amor y tacto de mis padres ha dejado grandes secuelas en mi personalidad. Entre ello, los celos. Los malditos celos, que durante las primeras semanas eran como cuchillas afiladas en mi corazón.

Asumir que la mujer a la que quieres ahora está bajo el techo de otro, no es precisamente fácil. Sé que no vive con Bettany ni con Fedra, Adley se ha encargado de buscarla allí, así como por Mar y Tierra. Mi cerebro trata de buscar otras posibilidades en las que no estaría con el doctor en aquel apartamento.

Con suerte encontraría un piso con el dinero que dejé en su cuenta bancaría, si es que no renunció a ella. Ni siquiera sé si sigue dentro del país, porque después de lo que le hice no me extrañaría que optase por irse a otro continente.

Paso la mano por mi cabello húmedo. Necesito una buena ducha fría. Me adentro en el pasillo que conduce a los vestuarios y una voz femenina me obliga a girarme en su dirección. Me sorprendo un poco, puesto que ni me percaté de que hubiese alguien más aquí.

— Lindo, las duchas femeninas no funcionan, ¿te importaría que me meta en las masculinas? A parte de ti, no hay nadie y... — juega con los mechones de su cabello. — No creo que te desagrade la vista que puedo ofrecerte.

Sí, definitivamente la mujer rubia que tengo a unos pasos me está coqueteando. Y sí, está buena. Tiene un cuerpo muy bien ejercitado y se mantiene muy femenina. El pecho y el culo que tiene podrían ser la envidia de muchas.

No me interesa. No es ella.

— Adelante. — digo y sonríe de oreja a oreja. — De todas formas me ducharé en casa. — prosigo y la decepción de su rostro es evidente.

— Tú te lo pierdes. — es directa y pasa por mi lado dándome un golpe con su hombro.

Desde que voy al gimnasio las admiradoras que tengo se han duplicado. Algo que no me afecta en lo absoluto porque me niego a aceptar cualquier número de su parte o cualquier intento de ligue como el que acabo de vivir.

Me despido de Sam, el recepcionista, que ya se prepara para el cierre del local. Tomo el ascensor y bajo hasta el aparcamiento. Me meto en mi coche y pongo las manos en el volante, dejando caer mi cabeza en el respaldo de la silla.

Dulce y posesivo © (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora