Capítulo 9

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En el castillo

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En el castillo.

- ¡¿Dónde están mis hijos?! – el rey se había levantado después de días en cama buscando exageradamente a los príncipes como si supiera lo que había sucedido.

- Por favor majestad, debe calmarse, - la sirvienta encargada del cuidado del rey lo seguía apresuradamente tratando de que guarde tranquilidad.

Se encontraba tan exaltado que su respiración comenzaba a ser irregular. De su frente comenzaban a caer pequeñas gotas de sudor, su rostro estaba perdiendo el poco color que tenía volviéndose cercano al color blanco.

- ¡¿Dónde están?! – volvió a gritar desesperado.

- Aquí estamos, - de pronto se escucha la voz del príncipe Hans, lo buscan con la mirada y al verlo corre apresuradamente hacia él, - Usted debería de estar descansando.

- ¿Dónde está? – pregunta el rey sin que los demás sepan de lo que habla a excepción del príncipe.

- En su habitación, - termina de decir eso y el rey se encamina a la habitación de la princesa Esther.

Al abrir las puertas y ver a su hija recostada en la cama con los ojos cerrados piensa lo peor.

- No se acerque, - dice el príncipe Jaén tomándolo desprevenido, - tiene un hechizo, mejor dicho, dos hechizos en su cuerpo que no nos permite acercarnos a ella.

- ¿De qué hablas? ¡Llama al mago! – grita el rey a quien sabe quién.

De pronto una persona apareció de rodillas detrás del rey, el rostro cubierto con una tela negra dejando solo a la vista los ojos azules del sujeto.

- Los magos podrían negarse, su majestad, - los príncipes observaban fijamente la figura expectante a lo que podría hacer o decir.

- No estoy pidiendo tu opinión, es una orden, - el rey estaba enojado, estaba furioso, - ¿Por qué tenía que pasar esto ahora?

- Como ordene, - dice eso para luego desaparecer.

- ¿Quién era él? – pregunta el príncipe Hans con el ceño fruncido.

- Yo también tengo secretos, - responde el rey sin mirarlo, - ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Dónde la encontraron?

- ¿Ahora te importan tus hijos? – pregunta el príncipe Jaén enojado.

El rey los ignoro por 15 años y el que demostrara preocupación sacaba de quicio al príncipe.

- Siempre me han importado, - responde el rey con tristeza.

- ¡Pero tu reino estaba antes que tu propia sangre! – el príncipe Jaén tenía los ojos húmedos. – El maldito reino era más importante que tus hijos.

El rey no quería seguir con esa conversación, después de todo. no llegarían a ningún lugar si seguían. Se abrirían heridas pasadas y el ya no quería verlos sangrar.

- Detente, - habla el príncipe Hans entrometiéndose entre ellos.

- No callare ahora, no cuando su preocupación no es bienvenida, - no había manera de detener al príncipe Jaén, su enojo era mayor de lo esperado.

Fue rechazado por el rey cuando pedía ayuda y eso dejo una gran marca en su corazón y memoria. Cuando tenía 9 años, se escapó del cuarto donde se encontraba encerrado y corrió por los pasillos en busca de alguien que pudiera ayudar a sus hermanos. Cuando su cuerpo se estrelló contra uno más grande, grito por auxilio, sin embargo, cuando levanto la mirada y se encontró con esos fríos ojos que hasta el día de hoy recuerda claramente. Lloro como un bebé suplicando como nunca lo había hecho, pero solo se llevó un empujón que lo llevo directo al suelo y un grito aterrador.

Luego de eso fue llevado por guardias de vuelta al cuarto de donde había escapado.

- ¡Jaén! – grita el rey en un estúpido intento de hacerlo callar.

- No me llames por mi nombre, no eres digno de ser nuestro padre ni mucho menos de preocuparte por ella, - las palabras que soltaba el príncipe se clavaban como cuchillos en el cuerpo de su padre, - te enamoraste de otra mujer mientras nosotros éramos torturados por nuestra madre, tu esposa, - ya había comenzado hablar y no se detendría hasta sacar todo lo que llevaba guardado, - la mujer que nos dio a luz y quien debería de habernos protegido del dolor y la tristeza fue la causante de todo nuestro sufrimiento y tú, tu no hiciste absolutamente nada para impedirlo, sin embargo, eras feliz con tu nueva familia olvidándote por completo de nosotros - de los ojos del rey caían lágrimas, - tu eres cómplice de ese monstruo.

Los traumas de los trillizos no serían borrados jamás de sus memorias, las cicatrices de sus cuerpos les recordarían toda su vida el pasado que vivieron cuando solo deberían de a ver disfrutado su infancia y haber crecido como cualquier otro niño; pero viven en un mundo repleto de crueldad y ese tipo de crianza no solo se limita a la realeza.

- ¡Lárgate! – el rey no tuvo más opción que salir de la habitación dejando, nuevamente, solo a sus hijos.

- No debiste decir todo eso, - el príncipe Hans siempre se ha guardado sus pensamientos y palabras.

- ¿Y qué esperabas? – la furia de su hermano no sería apagada hasta que la princesa Esther despertara, después de todo, ella era la única que podía calmarlo, a él y a su sentimental hermano.

- En estos momentos es más importante que nuestra hermana despierte en vez de reclamar por cosas del pasado, - la expresión de tristeza la compartían ambos hermanos cada vez que miraban el cuerpo dormido de su hermana.

- Lo sé muy bien, pero no podía quedarme callado cuando veía esa expresión hipócrita de preocupación, me saca de quicio cada vez que coloca esa maldita expresión.

- Te entiendo, sabes que compartimos los mismos pensamientos, pero no es el momento, - el príncipe Hans comenzaba a desesperar, no sabía cómo calmar a su hermano y se le estaba saliendo de las manos - No sé qué aremos ahora, el rey era el único que podía ayudarnos, él tiene el oro suficiente para darle a la torre de magos.

- ¡Maldición!...

Queen: Una mujer igual puede gobernar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora