Capítulo 20

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Los truenos resuenan en el cielo, las nubes oscuras lo cubren por completo. Las gotas inundan las tierras cerrando todo a su paso.

- ¿Por qué la temporada de lluvias se adelantó este año? – se preguntan los plebeyos del reino Anra, quienes no estaban contentos de que el cielo derramara sus lágrimas.

Los campos se inundaron estropeando los cultivos, los caminos se encharcaron sin dejar paso. Era raro que el tiempo cambiara tan de repente, se acercaban las festividades y el cambio de clima devastó los preparativos.

- Informa al emperador sobre lo que está sucediendo en la capital y en los pueblos bajos, - comunica el príncipe Hans al mayordomo encargado de los mensajes.

- Como ordene, su majestad, - el hombre da media vuelta y sale de la oficina del príncipe.

Al ver que se encuentra solo, se acomoda en su silla y suspira agotado.

- ¿Por qué el rey nos dejo su trabajo a nosotros? – pregunta de la nada una voz.

- Porque padre nos esta poniendo a prueba, - responde Hans como si supiera desde un principio que esa persona se encontraba ahí.

- ¿No había alguien más capacitado para hacer eso? – pregunta nuevamente la voz.

- Padre no le dejaría el reino a cualquiera, - aclara el príncipe Hans como si la respuesta fuera lo más notorio del mundo.

- Es un tirano, - dice la voz con resentimiento hacia el rey.

- Los dos sabemos que, aunque no sea el mejor padre, - la voz bufa al escuchar lo último causando que el príncipe gire los ojos, - es un buen rey y sabe cómo gobernar justamente.

- Simplemente porque se lo han inculcado desde que era un infante, - contrataca la voz, - nosotros solo recibimos heridas, nada mas que heridas ¿Y espera que algún día logremos mantener a flote un reino? Ese hombre está loco.

- Jaén, - habla Hans suavizando la voz, sabe que, si él también se altera sobre su pasado, le haría mal a su hermano, - los dos sabemos que ninguno será príncipe heredero, eso le pertenece a alguien más.

- ¿A quién? – pregunta la princesa Esther entrando por la ventana.

- Ustedes deberían de avisarme que vendrán, no pueden tomarme desprevenido, - demanda el príncipe Hans, - puede que no se me note en el rostro, pero me asustan.

- Somos un par de felinos, - se ríe Jaén molestando a su hermano.

- Grrr, - le sigue la corriente Esther.

- ¿No tienen trabajo que hacer?

- Yo ya terminé mis deberes y revisé todos los documentos, - responde Jaén.

- Soy mujer, no me dejaron encargarme de nada, - se encoje de hombros al decir aquello, - ya conocen al mayordomo, me mira con superioridad y de vez en cuando con una mirada lasciva.

Los hermanos no pudieron evitar sentir enfado ante las palabras que decía la princesa. El mayordomo ya era un hombre de edad, con piel arrugada y el cabello canoso. En los reinos era habitual que las jovencitas se casaran con hombres mayores y así poder tener mayor descendencia, pero Esther era una princesa y no se casaría con un simple mayordomo. Les causaba repulsión tan solo pensarlo.

- Llama al mayordomo inmediatamente, - hablan los hermanos al unísono.

- No es necesario, ya sabemos lo que sucederá mas adelante.

- Deberíamos de anunciarlo con anticipación, de esa forma no sucederían este tipo de cosas, - habla resignado el príncipe Hans.

De un momento a otro, las puertas de la oficina son abiertas abruptamente dejando a la vista a uno de los guardias.

- ¿Qué maneras son esas de interrumpir en mi oficina? – habla Hans enojado por la interrupción en un momento importante de la conversación.

- Lo siento, su majestad, pero es urgente, - habla el guardia a punto de darle un ataque de nervios, de su frente caían pequeñas gotas de sudor por haber corrido y la pesada armadura que portaba.

- ¿Qué es lo que sucede? Dilo rápido si es tan urgente, - habla el príncipe Jaén tomando desprevenido al guardia al no haberse dado cuenta de su presencia.

- En la entrada, - toma aire para dejar salir las palabras, - apareció un hombre, exige la presencia del emperador y de su heredero.

- ¿Qué tonterías son esas? – pregunta el príncipe Hans, la situación le causa un poco de gracia, - expúlsenlo del reino. No permitiré blasfemias en mi presencia.

- Su majestad, - comienza a hablar el guardia, pero se detiene sin saber si creerían o no sus palabras, sin más, lo suelta todo resignándose a lo que puede suceder con su vida, - el hombre dice ser un inmortal, uno de los 12 hombres de la profecía.

...

Expedición hacia la unión de los 5 reinos.

- ¿Qué haces aquí? – pregunta el rey, alguien se encuentra frente a él.

- Ha llegado el momento, su majestad, - habla la persona, lleva el rostro cubierto por una capucha y mantiene la cabeza gacha.

- Pensé que aun faltaban años, - el rey suspira resignado y pasa su mano por el pelo y rostro mostrando lo fatal que lo ha dejado la presencia de esa persona y aún más, de las palabras que sabe que dirá.

- Así era, pero su poder despertó antes, - el rey comenzaba a entender a que se refería, pero no quería creerlo, - adivino, culpa de los magos, esos malditos magos.

- No es el momento, aun no decido cual será mi sucesor, - habla el rey, buscando la manera de librarse.

- Usted y yo sabemos que ya no hace falta que decida tal trivialidad.

- No lo puedo aceptar, los demás emperadores estarán en desacuerdo.

- ¡Deje de buscar excusas! – levanta la voz el hombre, quien dejó de mirar hacia el suelo y poso sus ojos en los del rey, sin apartar la mirara, siguió hablando, - lo lamento, pero debe de entender que llevamos siglos, algunos décadas para que este momento llegara.

- Deja que yo se lo informe, no esta preparada para esto, - dice el rey resignado aceptar la verdad.

- Ya es tarde, él ya se encuentra en el castillo... 

Muchísimas gracias por seguir leyendo, lo aprecio enormemente

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Queen: Una mujer igual puede gobernar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora