El silencio se apodero del castillo y del reino Anra por tan solo un par de segundos para dar paso a un fuerte estruendo, el suelo retumbo como si un gran terremoto estuviera pasando por el lugar. Los grandes ventanales del castillo resonaban con fervor y se destrozaban para caer y chocar con el suelo.
El enojo de los príncipes no se hizo esperar, los guardias entraron rápidamente en el despacho del rey después de escuchar como las espadas que portaban estaban siendo desenvainadas. Al entrar, se encontraron con una imagen tan distorsionada y sacada de otro mundo que muchos artistas quisieran pintar.
Los príncipes apuntaban hacia el rey sus espadas, sus ojos brillaban con furia. El rey sentado, en la misma posición desde que entraron los príncipes, con los ojos cerrados esperando su destino por la noticia que acabada de soltar. Un hombre se interponía entre ellos, entre la vida y la muerte. Aquel hombre encapuchado, sirviente del rey lo protegía con su cuerpo. Ningún arma estaba entre sus manos o siquiera en su cuerpo.
Los papeles se mantenían en el aire, como si el tiempo se hubiera detenido o estuviera corriendo demasiado lento como para notar su movimiento. Una lagrima recorre el rostro del rey, desapareciendo en el instante en que uno de los príncipes habla.
- ¿Cómo te atreves a intentar terminar con su vida? – el príncipe Jaén fue el primero en dejar salir su enojo.
- ¿Cómo te atreves a siquiera pensar en tomar una decisión como esa? – el príncipe Hans dejo de lado su cordialidad.
- Que descaro más grande, no tienes el derecho ni la autoridad para tomar esa decisión.
- Puede ser el rey de un castillo, un guerrero prominente o un sabio, incluso un dios, pero si le llega a tocar un solo cabello a Esther, tenga por seguro que su vida terminara en ese mismo instante y no tendré ningún remordimiento en manchar mis manos con su sangre.
El emperador no se atrevía abrir los ojos y notar el odio que sus hijos sienten por él. Sus palabras son más que suficiente para que su corazón siguiera siendo destruido.
- No permitiré que se acerque a mi hermana... - lo interrumpe nuevamente el rey.
- Ya es tarde, - dice aun sin abrir los ojos y atreverse a mirar a sus hijos.
- ¿Qué...? – el príncipe Hans dejo la pregunta en el aire y rápidamente trata de salir del despacho, pero algo se lo impedía.
Los guardias estaban reteniendo la puerta por fuera impidiendo que estas se abrieran, eran ordenes exclusivas del rey y debían hacer todo lo posible para acatarla al pie de la letra. Incluso un hechizo fue puesto en esas puertas para impedir que sean abiertas.
La fuerza de los príncipes era enorme, aun mas si estaban juntos. No debían de correr ningún riesgo de que impidieran llevar a cabo esa locura.
- ¡Déjanos salir! – gritaba el príncipe Jaén intentando nuevamente ir a por la vida del rey.
No les importaba si eran acusados de traición y así mismo eran ejecutados. Ellos solo querían que su hermana viviera esa vida que la emperatriz les arrebató. Querían que fuera feliz y si tenían que destruir el mundo entero para que sucediera, lo harían sin pensarlo.
Los 5 reino arderían en llamas si la princesa Esther terminaba sin vida, los cielos serian destruidos y cada ser humano con vida terminaria pereciendo. Los dioses no impedirán que los príncipes destruyan todo a su paso.
- No puedo hacer eso, - repite nuevamente el rey.
- Abre los ojos y mírame, - habla el príncipe Hans sin que el rey hiciera lo que estaba pidiendo, - solo eres un maldito cobarde que no es capaz de mirar a sus propios hijos. Te atreves a quitarle la vida a mi hermana sin siquiera haberla visitado una vez desde que llego al castillo.
- ¿Qué has hecho por ella? ¿Has visto siquiera su sonrisa cuando está feliz? O ¿Una lagrima cuando esta triste? – le sigue el príncipe Jaén.
- ¿Acaso siquiera has escuchado uno de sus gritos de auxilio? ¿Le has brindado tu ayuda? – las palabras dichas por los príncipes eran aún más dolorosas que las heridas en batalla. Eran más penetrantes que las espadas cortando su piel.
- Después de 4 meses, no has hecho absolutamente nada por ella.
- Ni siquiera cuando desapareció hiciste algo por tu hija.
- Te hiciste la victima cuando Esther estaba reviviendo todas esas pesadillas.
- Cuando ella estaba siendo torturada.
- No has hecho nada por ella en 15 años, no tienen ni un maldito derecho en decidir por su vida.
El aire en la habitación estaba espeso por las emociones en la atmosfera. Se podían escuchar fuertemente los latidos de sus corazones. El rey miro a sus hijos, vio el dolor en sus expresiones, la ira en sus ojos y como la desesperación los estaba dominando. Amaban a su hermana y sin ella, no estarían tranquilos hasta ver el mundo destruido.
¿Qué podía hacer por sus hijos? Estaba claro que no recibiría el perdón de ellos. Después de todo, tenían razón. No ha hecho nada por su hija, ni la ha visitado, pero el sufrimiento que le causa ver el cuerpo de su hija inerte en aquella cama y como se iba deteriorando al pasar los días era algo que no deseaba sentir.
- Déjanos ir, - suplicaba el príncipe Jaén en un susurro.
- Diles que nos dejen ir con ella, - habla el príncipe Hans.
- Ella no merece morir sola, sin nadie que la ame a su lado.
Ambos príncipes no querían pelear con el rey, solo deseaban ir con su hermana. Si iba a ser la última vez que estuvieran con ella, debían de estar a su lado.
- Déjalos ir, - hablo el rey apartando nuevamente la mirada.
- Pero su majestad...
- ¡Es una orden! – grita el rey, - que cada guardia y mago se aparte del camino de los príncipes.
Dicho y hecho, ningún hombre, mago o caballero se interpuso en su camino. Corrieron rápidamente hacia la habitación de su hermana, pero al llegar, los magos de la torre no les permitían el paso.
Si la princesa moría, podrían ocupar su cuerpo para investigar el raro poder proviene de ella. Debian impedir a toda costa que esos niños se interpusieran en su camino del conocimiento.
- Apártate, - ordena el príncipe Jaén desconcertado y enojado.
- Por órdenes de su majestad no podemos dejarlos entrar, - habla uno de los magos.
- El rey ya ha anulado esa orden, - Habla el príncipe Hans.
Aun así, los magos no se apartaron de la puerta.
De un momento a otro, una explosión se escuchó desde la habitación de la princesa. El humo comenzó a salir por debajo de la puerta.
- ¡Apártate! – gritan al unísono los príncipes, con espada en mano le arrebatan la vida a varios magos que se interponían.
No les importaban las consecuencias, solo esperaban que su hermana estuviera bien.
Las puertas son abiertas de par en par. Los ojos de los príncipes se abren hasta no poder más, al igual que sus bocas. No pueden creer lo que ven sus ojos.
La cabellera blanca los consternó en un principio, pero cuando el individuo giro la cabeza y sus ojos se encontraron, supieron de inmediato de quien se trataba.
- Esther...
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Queen: Una mujer igual puede gobernar.
FantasyUna emperatriz torturada desde su infancia. Un rey perdido entre los plebeyos de otro reino. Un reino destruido por un mal desconocido. Un reino repleto de traidores. La sangre de los corruptos correrá por las calles cuando esa pequeña niña suba al...