La luz de la luna

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Recogimos lo último que había en la sala y ambos nos miramos exhaustos. Stan se sentó en el sofá y respiró cansado.

— Me alegro que Derek no me haya matado — dijo y me reí.

— ¡Me decepcionó! — dije en tono de broma y solo sonrió.

— ¡Qué mala! — fue su respuesta.

Palmeó el lado libre del sofá y me dejé caer junto a él.

— Gracias por dejarme ayudar — me dijo y le sonreí. Nos quedamos en silencio, de esos silencios que son cómodos y reconfortantes.

Antes de quedarme ahí profundamente dormida, me levanté y eso pareció sorprender a un ya muy relajado Sebastian.

— Debería asegurarme que Lizzie ya esté dormida — le dije y se levantó del sofá para caminar detrás de mí.

Al llegar a la habitación, vimos a Lizzie profundamente dormida, mi hija era lo más hermoso que había visto jamás. Era tan parecida a Sebastian, sus ojos, sus expresiones, su cabello... Stan jamás podría negar que era su hija.

— Es preciosa — susurró detrás de mí y una corriente eléctrica recorrió mi espalda.

— Lo sé, me gusta que se parezca a ti — dije y él puso sus manos en ambos lados de mi cintura, automáticamente me pegué a él.

— No digas tonterías, ella es igual de hermosa que su madre — dijo y dejó un beso en mi cuello. Si fuera coherente con lo que digo, en ese momento tendría que haberme separado, pero hice todo lo contrario, le di paso y señales para que siguiera con lo que estaba haciendo.

Hace mucho tiempo ningún hombre me tocaba, estaba segura de que lo mejor era renunciar a ser mujer y concentrarme en ser madre. Pero vamos, este hombre fue el que me embarazó. Sabía donde tocar, donde besar.

— Sebastian... — mordió el lóbulo de mi oreja y me volteé para verlo a los ojos. Eso solo provocó que enredara mis brazos en su cuello y lo acercara lo suficiente para disfrutar de esos deliciosos labios.

El beso era lento, nuestros labios se acariciaban con sumo cuidado, él me pegó contra el marco de la puerta y metió sus manos debajo del vestido.

— Vamos a mi habitación — le dije y me levantó para cargarme como un costal de papas.

Entramos y cerró la puerta con seguro, me pegó contra ella y ahora sí se dedicó a tocar y besar todo lo que podía. Eso solo me hizo gemir y creo que esa fue la señal que él buscaba.

Sin pudor alguno con sus dedos acarició por encima de mis bragas, eso solo me hizo gemir un poco más fuerte, mientras hacía eso besaba mi cuello, clavícula, labios y se pegaba más a mí.

Luego de estar un rato haciéndome ver estrellas, descaradamente arrancó mis bragas y eso me hizo pegar un grito, comenzó a reírse.

Me puso en el suelo y se arrodilló frente a mí, me sonrió de lado y luego metió su cabeza debajo de mi vestido. Sentí como sus dedos eran remplazados por sus labios y su lengua.

Estuvo haciendo un trabajo magnifico con esa lengua, pero cuando estaba a punto de venirme sacó su cabeza de allí y lo vi mal.

— Tranquila preciosa, prometo que voy a hacer que te corras muchas veces — me dijo con una voz ronca y profunda que me hizo ponerme mal.

Me volteó bruscamente y quedé de cara a la puerta, levantó mi vestido y masajeo mi trasero. Luego bajó el cierre del vestido y lo dejó caer.

Quitó el broche de mi sostén para aventarlo en algún lado de la habitación y sentí su boca en mi espalda, fue dejando besos a medida que bajaba. Pronto llegó a mis glúteos y los mordió, eso me tomó por sorpresa, pero su risa me hizo reír a mi también.

— Stan — le dije y él se levantó para pegarse a mí.

— Mi niña, hace tanto tiempo que no te tengo así, pienso disfrutarlo al máximo — susurró pegado a mí y con una de sus manos entre mis piernas, eso me hizo llegar al primer orgasmo de la noche.

— ¿Te acabas de correr? — preguntó burlón y se pegó aún más para que pudiera sentir el bulto que se formaba entre sus pantalones.

— Eso... eso creo — dije tratando de recuperarme.

— ¿Ya te había dicho que eres preciosa? — besó mi hombro y lo mordió.

— Puedo escucharlo un par de veces más — dije volteándome y tomando el cuello de su camisa para guiarlo a la cama.

Me deshice de la camisa y me senté sobre él para seguir besándolo. Sus manos se encargaban de acariciarme.

— No podemos hacer mucho ruido, nuestra hija duerme en la habitación de al lado — le dije y él soltó una carcajada.

— Cielo, la que está gimiendo como loca eres tú — me contestó y eso hizo sonrojarme.

Me levanté para que terminara de quitarse la ropa y me dispuse a quitarme lo único que aún tenía puesto.

— Quiero cogerte en tacones — me dijo y eso solo hizo que sonriera y me mordiera el labio.

Se paró y ahora ya desnudos ambos, me pegó a su cuerpo, gemí al sentir lo erecto que estaba. Eso era tan grande como lo recordaba.

Me cargó y yo enredé mis piernas en su cintura, bajó la mano y colocó su erección justo en mi entrada, solté otro jadeo. Luego él tomó el control de mi cuerpo y me hacía subir y bajar. Yo lo ayudé enredando bien mis piernas para poderme mover con facilidad.

Estábamos ahí parados en medio de la habitación disfrutando el uno del otro.

—Voy a volver a córreme — le dije y él me mordió el cuello.

Acto seguido me bajó antes de que sucediera y me arrastró hacia el otro lado de la habitación, me recostó en una mesa que yo usaba como escritorio. Mi trasero quedó a su disposición y me dio una nalgada fuerte, gemí automáticamente y luego sentí como entró de un solo, el dolor y la excitación se hicieron presentes. Me aferré a la mesa mientras entraba y salía. Entonces mi segundo orgasmo vino.

— Buena chica — dijo y me levantó para besarme.

Me condujo hasta la cama y primero se acostó él para poderme encima. Me acomodé y comencé a moverme, él solo veía y disfrutaba de la sensación. Me acomodé poniendo mis manos en sus piernas y me hice hacia atrás.

— Stan... te extrañé tanto — le solté y él se sentó para poder acercarme a él y besarme.

Luego me puso debajo de su enorme y sexy cuerpo para continuar con el trabajo. Los movimientos eran fuertes y constantes, sentí como mis paredes comenzaban a contraerse.

— ¡Dios Sofía! — me dijo y terminó dentro, en ese momento yo terminé igual.

Las piernas me temblaban, mi pecho subía y bajaba de forma estrepitosa por mi respiración. Mi cabeza daba vueltas y hasta puedo asegurar que mi vista se nublaba.

Pero lo más preocupante era como sentía palpitar mis labios vaginales.

Definitivamente cada terminación nerviosa y cada rincón de mi cuerpo seguía abrazándose en el orgasmo prolongado que sentía.

Él seguía sobre y dentro de mí, estaba intentando regresar a la calma igual que yo, mis recuerdos viajaron 10 años atrás, mi cuerpo rejuvenecido, parecía el cuerpo de la chica de 18 años que era en ese entonces.

Todo se sentía tan familiar, tan conocido, era abrumador.

Sus preciosos orbes azules se posaron en mis ojos y me vio el alma, su mirada era tan profunda que era intimidante.

— Sigues siendo mi niña — me susurró y esa voz tan grave y envolvente fue capaz de provocar un orgasmo más solo con esa estúpida frase.

Se recostó a la par mía y veía al techo. Yo aún disfrutaba de la sensación, la luz de la luna entraba por mi ventana y bañaba el cuerpo perfecto del hombre que tenía a mi lado.

—Sofía... yo — dijo y realmente no quería que arruinara el momento, me voltee, enredé mi pierna en su cadera y puse uno de mis dedos en sus labios.

—Duerme Stan, no lo arruines —le dije y él besó mi frente para luego abrazarme.

Nos quedamos dormidos.

Por segunda vez [Sebastian Stan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora