┊Miedo.

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Trabajar como mesera muchas veces te traía grandes ventajas, o bueno, únicamente los descuentos en las comidas y postres en el lugar, y buenas propinas.

Y grandes desventajas, entre ellas los comentarios malintencionados, los toqueteos y las miradas lascivas que ponen en la abertura de tu uniforme.

A pesar de ser una simple cafetería concurrida en el centro de la ciudad, también era conocida por el tipo de hombres que iban con intenciones de ligar o echar un polvo.

En múltiples ocasiones tuviste que recurrir al gas pimiento que siempre cargas contigo, o un buen golpe en las partes bajas cuando las situaciones lo ameritan. Tu novio insistía constantemente en que dejaras ese trabajo, pero tenía buena paga, en un buen horario que no interfiera con tus clases y las propinas eran bien pagadas. 

—Puedo conseguir otro empleo mientras tu buscas otro.

—Nada de eso, estoy bien. Tenemos muchas cuentas por pagar y no puedo darme la libertad de dejarlo solo porque quieres.

—No es porque quiero, sino porque me preocupo por ti. ¿Qué pasa si un día no llego a tiempo para acompañarte al departamento? No quiero que vayas sola hasta la parada y de la parada al departamento.

—Amor, estaré bien. Si eso pasa, es cuando tomo un taxi o consigo un aventón con alguna compañera.

—Pero de todos modos me preocupa, si de venida a plena luz es peligroso, no me imagino de noche y cuando te tienes que quedar hasta el cierre.—Parecía agobiado mientras caminaban a tu trabajo, así que te pusiste delante suyo y pasaste tu mano por su mejilla.

—Sé como defenderme, y sé que es peligroso pero no siempre puedo vivir aislada. Las cosas suceden por algo y sabes que creo que siempre tengo un ángel guardián sobre mi espalda, sé como pelear y tengo todas las prevenciones siempre, sabré como arreglármelas. 

—No debería de ser así.

—¿Qué tal si mejor pensamos en cosas positivas? Ya sé, ahorremos para comprar un auto, de esos que van en remate y que tuvieron sus mejores días, pero lo usaremos para el trabajo exclusivamente para no tener que preocuparnos.

Te observó por un largo momento pero asintió, rendido. —Está bien, compraremos un auto, pero eso no resta que seguiré preocupado por ti hasta entonces.

Te paraste sobre la punta de tus pies y estampaste por un momento tus labios con los de él, para luego alejarte rápido. —Bien, ahora corramos antes de que se me haga tarde.

(...)

Esa noche había demasiada gente, y agradecías en cierto modo para ganar más propinas, pero no podías negar que querías salir corriendo del lugar.

Sobre todo cuando un señor que te doblaba la edad se había querido propasar contigo al tomarle la orden, pero habías cambiado la mesa con otro compañero y te habías alejado de ahí. Pero no podías no sentir su mirada en todo el rato, y antes de cerrar, se marchó del lugar.

Te sentiste mejor cuando lo viste caminar lejos de ahí, así que cuando limpiaron y cerraron la cafetería, te dirigías a casa mientras sacabas el celular de tu bolso. Apenas estabas abriendo el mensaje que tu novio te había dejado cuando sentiste como alguien te jaló del brazo con brusquedad.

—¿Qué...?

Se trataba del hombre de la cafetería, y cuando te puso una mano sobre tu boca para evitar gritar y te arrastraba lo más lejos de la parada donde se encontraban las personas, trataste de llegar a tu gas pimientas pero su otro brazo te mantenía inmóvil contra su cuerpo.

Tu corazón martilleaba con fuerza contra tu pecho y temías lo que pudiera pasar, pero antes de que pudieras intentar flanquear su pierna y liberarte, alguien llevó desde atrás y golpeó su cabeza con una botella, haciéndose añicos. 

—Maldito, hijo de...—Te soltaste de su agarre y corriste lejos de ahí, pero cuando giraste te percataste que se trataba de tu novio, el cual le había quebrado la botella contra el hombre.

—¿Te encuentras bien?—Corrió hacia ti y tocó tu rostro con cuidado, buscando alguna señal de daño.

Asentiste con temor, pero cuando viste sobre su hombro soltaste un chillido. El gran hombre venía detrás suyo, y jalándolo de su camiseta, lo estrelló contra el suelo. Tu novio soltó un jadeo por la falta de aire, y actuando por instinto, alcanzaste tu gas pimienta y te arrojaste hacia el hombre, presionando el gas contra sus ojos. 

—Maldita perra.—Bramó y soltó manotazos al aire.  

Ayudaste a tu novio a levantarse, y una vez incorporado, tomó fuerzas y golpeó su puño contra el rostro del hombre, para luego derribarlo y soltar otro golpe contra su quijada.

—Espera, cariño, tienes que detenerte.—Lo jalaste contra ti, haciendo que dejara al hombre en el suelo y con un hilo de sangre brotando de su labio.

—¡Pero él te quería hacer daño!

—Lo sé, por favor vámonos, quiero irme de aquí.—La mirada de temor en tu rostro lo hizo entrar en razón y colocó un brazo sobre tus hombros, atrayéndote hacia él.

—Vamos a casa.

(...)

Cuando abriste la puerta del departamento, te desprendiste de tus zapatos y corriste hacia el refrigerador, donde sacaste una bolsa de hielos, para luego ir al baño y sacar el botiquín. 

—¿Qué haces?—Preguntó mientras te veía desde la cocina.

—Pienso limpiar y cuidar de ti, toma asiento.—Pusiste el botiquín sobre la isla de la cocina y lo viste tomar asiento en uno de los pequeños bancos. 

Agarraste sus manos y viste los raspones en sus palmas. Con un algodón mojado en alcohol, lo pasaste sobre ellas y esperaste una mueca en reacción al líquido frío.

—Perdón pero es necesario.

—¿Pero qué es lo que haces? Yo debería de cuidar de ti.

—Pero yo no resulté lastimada.

—Porque llegué a tiempo, ¿Cómo estás? ¿Te alcanzó a lastimar?

—Estoy bien, pero tú no. Te jaloneó muy feo, tienes rasguños en el rostro y en tus manos, deja desinfectarlos. 

—¿Segura? No quiero pensar en lo que pudo pasar si no hubiera llegado a tiempo, yo...

—Hey, no traigamos estos recuerdos a casa, no quiero manchar nuestro hogar con ello. Agradezco que hayas llegado, no sé que hubiera pasado de lo contrario, fue un muy mal rato pero estamos ahora aquí, en casa.

Suspiró resignado y cuando dejaste sus manos libres y pasaste al rasguño en su mejilla, te envolvió en sus brazos y te acercó a su pecho.

—No quiero decir te lo dije, pero te lo dije.

—¿Podemos tener esta conversación mañana? Lo último que quiero es recordar los últimos acontecimientos. 

—Está bien, pero cualquier cosa que necesites decir o que quieras que haga, dímelo sin pensarlo.

Asentiste y sonreíste, recargando tu peso sobre su pecho, recorriendo tus manos por su rostro y trazando cada pequeño detalle de él. —¿Qué tal si vamos a dormir?

Él sonrió y te quitó el algodón de tu mano. Pasó sus manos por tus muslos y te cargó, envolviendo tus piernas a su alrededor. 

Porque no sabías que hubiera pasado si él no hubiera llegado, decidiste pensar en lo que estabas viviendo en el presente y no lo que hubiera podido pasar.

✎ Imaginas (I) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora