Capítulo 1:

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Tal y como él dijo ellos se opusieron rotundamente a dejarme marchar. Utilizaron las mismas frases de siempre.

Que no estaba en condiciones de salir de la mansión.

Que era demasiado inocente para comprender la crueldad del mundo.

Que era peligroso.

Que debería estar agradecida de los sacrificios que hacían por mí.

Que de ser otra familia hace mucho que me hubieran abandonado.

Escusas, puras escusas. Siempre era lo mismo.

Yo ya sabía que sería así pero tenía la esperanza que luego de tantos años encerrada en aquella mansión, limitada a ser libre únicamente tras las cuatro paredes de la que era mi habitación, sin entrar en contacto con nadie más allá de mi hermano, pues no es que ellos me fuesen a ver mucho que digamos y sin haberles pedido nada en años, como mínimo lo considerarían.

Pero cualquier tipo de conversación que pudiera ser considerada, por así decirlo, civilizada se fue al carajo cuando dijeron que sería una carga para mi hermano. En menos de un parpadeo comenzaron los insultos, que poco a poco iban subiendo de tono resonaron por toda la mansión hasta que nuestro padre y mi hermano comenzaron a pelear a base de hechizos siendo seguido los gritos de nuestra madre tratando de calmarlos.

Yo permanecí en el mismo lugar, mirando toda la escena que se estaba desarrollando en el despacho, apretando los puños hasta sentir como mis uñas traspasaban la piel haciéndome sangrar, mordiendo mis labios para evitar soltar cualquier tipo de comentario que pudiese empeorar aún más las cosas y tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir de mis ojos.

Las cosas comenzaron a empeorar cuando de los hechizos pasaron a las maldiciones. Estaba por intervenir cuando una de las maldiciones impacto en mi cuerpo y todo a mí alrededor se volvió negro.

Cuando recobré la conciencia lo primero que note fue la suavidad bajo mi cuerpo y el familiar olor a menta que inundaba mi habitación. Lentamente fui abriendo los ojos siendo recibida por una mirada plateada que reflejaba preocupación.

—Drac. – le dedique una pequeña sonrisa.

—Despertaste. – el alivio en su voz era casi palpable. – ¡Estaba tan preocupado!

—Lo siento... no quise...

—Shhh... – colocando un dedo sobre mis labios. – No tienes que disculparte. – dijo mientras me acariciaba la mejilla izquierda. – Es mi culpa por no haber estado más atento.

—Tú no tienes culpa, si yo no te hubiese dicho nada. – le dije apartando la mirada.

—Hey, mírame. – ordeno. – Tú no hiciste nada malo. Olvida lo que paso y solo céntrate en recuperarte y descansar para que estés al cien por ciento cuando vallamos para Hogwarts.

—Pero ellos dijeron...

—No importa. Ya todo está arreglado.

—¿De verdad? – pregunte aún sin poder creer lo que escuchaba.

—Aja, mañana iré al Callejón Diagón para comprar tus libros. – me dijo sonriendo.

—Drac.

—Dime.

—Gracias

—No hay nada que agradecer, pídeme lo que quieras y te lo traeré.

—¿Incluso la luna? – le pregunto bromeando.

—¿Donde la quieres? – me responde.

Así nos pase el reto de la tarde, recibiendo mimos de mi hermano haciendo bromas el uno con el otro, jugando al ajedrez mágico y escuchando historias sobre Hogwarts hasta que quede dormida entre sus brazos.

Los Hermanos Malfoy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora