III

159 73 10
                                    

Cuanto odié equivocarme. La fiebre me postró en cama toda la noche, pero milagrosamente se fue a tiempo para poder ir a la escuela. Habría estado más que feliz de faltar hoy y quedarme en las comodidades de mi acogedora casa si no fuera por el examen de álgebra de hoy.

Me visto y me preparo como puedo, pues aún estoy algo débil. Casi puedo estar segura de que tengo una cara horrible que espantaría a cualquiera a estas horas. Literalmente.

-Te ves horrible- dice mi hermana observándome mientras desayuna en frente mío. Llega mamá.

-No digas esas cosas Lilian, no es muy agradable...- se voltea- Ay hija te ves toda demacrada, ¿pudiste dormir bien? Tienes la nariz roja y los ojos llorosos.

-Muchas gracias madre, sí, dormí bien-.

-Pues no parece, ¿estás segura de ir hoy al colegio? ¿no quieres quedarte aquí? -

-Tengo examen de álgebra y, por cómo me va en esa materia no me puedo dar el lujo de faltar y hacer enojar a la profesora.

-Bueno, pero te venís directo a casa después de eso, ¿quieres que vaya tu papá a buscarte antes? -

-No sirve de nada, es al final del día la prueba. Estaré bien-.

Salgo por la puerta y me arrepiento al instante de no haberme abrigado más y de no ponerme unas botas o algo. Ahora no solo parezco una zombie con nariz rojiza sino también paciente de párkinson con todos los pies húmedos por los tres charcos de agua que piso en el camino al instituto.

Tropiezo con gente en mi camino demasiadas veces y sigo como puedo pidiendo perdón a todas las víctimas de mi torpeza. Cuando quiero comer la barrita de cereal que pensaba que traía me doy cuenta que la dejé en la mesa del desayuno junto con mi billetera. Genial, ahora no tengo comida ni tendré almuerzo. Rebuscando en mi bolso noto que tampoco traigo mis apuntes de álgebra por lo que no me queda más opción que intentar encontrar a alguien que pueda prestármelos para repasar.

Intento buscar en mi memoria algún compañero de mi clase al que pueda pedir ayuda, pero no recuerdo a nadie. La profesora de literatura no se presentó por lo tanto nos dieron la hora libre antes del examen para estudiar. No sé qué hacer.

¡Claro! ¡La biblioteca! Cualquier idiota estudioso con dos dedos de frente iría allí para estudiar.

Llego y doy una mirada rápida a la habitación. Hay varias hileras de estantes con libros y dos mesas con bancos a su alrededor para quienes deseen sentarse a leer. Una de ellas está llena de chicos y chicas de otros años y en la que queda solo hay un chico de pelo castaño sentado. No veo otra opción que sentarme en su mesa, espero que no le importe.

Aparentemente hoy tengo dos pies izquierdos porque cuando me estoy sentando mis piernas se enredan y hacen que caiga en el banco sentada, pero que todo el contenido de mi mochila salga desparramado por la mesa.

Hoy no es mi día.

El chico se sobresalta, pero rápidamente empieza a recoger mis cosas y a ayudarme. Lo miro, sus ojos azules como el cielo me resultan conocido de algún lado.

-Está bien, gracias. Yo puedo hacerlo- guardo todas mis cosas excepto un par de hojas y mi cartuchera.

-No es nada. ¿Estás bien? No tienes muy buen aspecto.

- ¿Por qué todos me preguntan si estoy bien? No respondas, olvídalo. Estoy teniendo un día espantoso. No, una semana espantosa.

-Lo siento- me mira con lástima.

Asiento en respuesta. Me levanto y empiezo a buscar un libro de álgebra que me sirva y no encuentro ni uno. Todos tomaron alguno. Estupendo. Vuelvo a mi lugar y suelto un suspiro. Me quedo mirando al chico en frente mío; sus ojos contrastaban muchísimo con su piel trigueña. Sé que lo conozco de algún lado, pero no logro recordar nada. Parece que no fui muy disimulada, porque algo incómodo el chico me pregunta.

Guía para enamorar a Eider (GUÍA PARA AMAR #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora