Amistad

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Chisa Yukizome estaba orgullosa de sus niños, y le llenaba de orgullo poder volver a ser su profesora ese año escolar.

Cuando le dijeron a la pelinaranja que su primer año de trabajo sería como profesora de primaria tuvo miedo, pensando que le tocaría la típica clase llena de niños revoltosos y chillones que la volverían loca, pero la realidad fue una completamente diferente. Su clase, sin dudarlo, era la más calmada y amigable de toda la escuela.

Por eso mismo sabía que hizo un buen movimiento al solicitar al director transferir a un pequeño castaño a su clase, una donde le brindarían calidez. El año pasado Chisa se dio cuenta de la situación de la antigua clase de Hajime Hinata, un amigo de una de sus alumnas, Chiaki Nanami, y de las palabras ofensivas de los otros niños que, si no hacía algo ahora, podrían afectarle gravemente en el futuro. Era algo ácido pero afectuoso a la vez, una combinación que aún estaba a tiempo de cambiar y moldearse al verdadero corazón que albergaba en su interior.

Su sonrisa fue enorme cuando vio llegar al niño, parado nervioso delante de la entrada principal de la escuela y con los ojos fijos al suelo, seguramente auto-consolándose con el hecho de ingresar a un aula totalmente nueva para él, hasta que vino el niño que Yukizome bautizó como 'el angelito'. No fue para ella ninguna sorpresa que Nagito Komaeda fuera el primero en presentarse.

El de suaves cabellos blancos se presentó al chico nuevo con una enorme sonrisa en su cara blanca como las muñecas de porcelana. Fue una sonrisa brillante e inocente, dándole seguridad al castaño para adentrarse en la clase. Tuvo que admitir que le hizo mucha gracia la imagen de Komaeda, unos centímetros más bajo que Hinata, agarrándole la mano mientras le guiaba por el aula y le presentaba a todos los compañeros de la clase, sin olvidar de la mueca seria del castaño para intentar disimular el pequeño rubor en sus mejillas. Para la hora del recreo el nuevo niño ya estaba rodeado de nuevos amigos.

Ese día fue el inicio de algo grande.

Nagito no se esperaba que, al día siguiente, fuese Hinata el que le agarrara de la mano para llevarle casi corriendo a su propia mesa, decidiendo que Nagito sería su compañero de mesa más cercano al lograr chantajear a Akane con su merienda. El de ojos grises verdosos no lo entendió, no entendía ese interés en que Hinata y él fueran compañeros, y por mucho que le preguntase al propio chico este se negaba a responderle, diciendo un 'no es importante' o 'da igual'.

Incluso se vio obligado a ir a preguntárselo a su Sensei.

-Bueno, creo que simplemente quiere tener a su amigo cerca para sentirse seguro- la adulta sonrió al pequeño niño que la miraba con curiosidad-. Como tú y Nanami-san el año pasado, ¿recuerdas?

Sí, lo recordaba. Fue el año donde conoció a la niña de ojos rosas, la que prácticamente se convertiría en su "mejor amiga". Nanami fue la única de la clase en no temer a la suerte extraña que parecía tener el albino, soliendo jugar en los recreos con él. Komaeda era un niño que no quería causar problemas, limitándose a quedarse callado y simplemente asentir cuando le decían algo, pero con Nanami fue diferente. Ella le enseñó que era mejor mostrarse tal y como era en vez de retenerse, al menos con las cosas buenas.

Siempre estaba al lado de la chica, prácticamente siendo su segunda sombra al ser su única amiga, pero ella misma se encargó de cambiar eso. Organizó una fiesta en su clase, invitando a todos los niños a ella, Komaeda incluido, y ahí la clase se hizo aún más unida.

El niño de ojos grises, por fin, empezó a ser aceptado por sus compañeros, siendo el conocido Komaeda risueño y alegre que todos conocían a día de hoy, pero aún con sus extrañezas y rarezas. Fue gracias a Nanami que tenía ese futuro tan...

Bello.

El niño asintió, su esponjoso cabello balanceándose levemente por el delicado gesto antes de salir corriendo hacia el asiento de Hajime, sonriendo tan alegre que hasta su propio corazón se alegró. Cada vez que veía a sus niños así de felices se sentía llena de afecto y orgullo, como toda una madre.

Las siguientes semanas fueron de adaptación para Hajime. Se llevaba bastante bien con todos, siendo uno más del grupo en menos de lo esperado.

Pero, sin duda, con el que mejor se llevaba era el albino.

Se les podía ver juntos prácticamente siempre, excepto en algunos recreos cuando iban con otros niños a comer o jugar o cuando se unía Nanami a su grupo. Quitando eso, eran básicamente uña y carne, como por lo eran Peko y Fuyuhiko o Kazuichi, Sonia y Gundam, por ejemplo. Ambos siempre sonrientes, incluso cuando el albino se caía de cara al suelo o se hacía pequeños cortes sonreía feliz, dejando que el sonido de su risa ahogase las preocupaciones y siguiese con la diversión. La de curitas con dibujitos de animales que se gastó Hajime en Nagito era demasiado grande, tanta que no podía contarlas ni con todos los dedos de las manos y pies. Tan sólo tenía 7 años y ya era consciente del dolor de gastar dinero continuamente en esas curitas de dibujos porque, bueno, eran bonitas, y sabía que al albino le encantaban.

Era obvio que se acabarían convirtiendo en mejores amigos, y las pulseras de colores que ambos compartían era la prueba de ello.

Fue en verano, cuando Hajime llevaba de la mano al contrario al parque del colegio para jugar un rato antes de volver a clases. Nanami en un principio también iría, pero Sonia la invitó a jugar con unos hilos de colores oscuros que Tanaka y Souda se encargaron de traer, y no podía negarse, por lo que acabaron siendo Hinata y Komaeda los participantes de su proyecto 'castillo de arena magno' en el arenero del colegio.

Fue mientras Komaeda rellenaba su cubo de arena que recibió aquella pulsera multicolor, extendida por la ligeramente bronceada mano del chico, sonriendo emocionado y tímido a la vez. Nagito le miró confundido, aceptando el objeto con algo de duda.

-Hinata-kun, ¿estaba perdido en la arena?

-Claro que no, tonto- el castaño se sentó a su lado, enseñando su muñeca izquierda donde descansaba una pulsera igual a la recién entregada-. Me lo contó mamá, es una pulsera de la amistad.

-¿Pulsera... de amistad?

-Sí- sonrió, enseñando sus dientes mientras tocaba con su dedo el pequeño cristal azul decorativo en el bonito hilo multicolor-. ¿Ves este cristalito? Se dice que son fragmentos de esperanza, los cuales se encargan que la amistad de los dueños de las pulseras no se rompa nunca. Yukizome-Sensei dijo que nos daría collares a toda la clase para estar juntos, pero como este es el primero te lo quería dar a ti, ya tengo los llaveros de la suerte con Chiaki.

Nagito tragó saliva por ello, dejando que el mayor por meses le agarrase el brazo derecho para elevarlo y así, con suavidad, envolver el presente en su muñeca. Hinata pudo ver ese pequeño brillo en sus ojos al observar la pulsera, sonriendo inconscientemente mientras acariciaba el cristal con su mano izquierda.

-Fragmento de esperanza. Esperanza...

Le gustaba como sonaba esa palabra, esperanza.

El castaño no reaccionó a tiempo al sorprendente abrazo por parte del albino, empezando ambos a reír cuando se cayeron a la arena y se ensuciaron todo el pelo con ella.

Ese día fue otro comienzo, el comiendo de unos mejores amigos que, pasados nueve años, cambiaron su relación de amigos a algo más... romántico, aunque eso Yukizome ya lo sabía. Sabía que esos dos niños, iguales pero diferentes a la vez, terminarían siendo algo en el futuro, era evidente al verles interactuar de esa manera desde pequeños.

Fue ella misma quien les aconsejó cómo declararse y hasta les dio ideas para algunas citas, como haría toda madre orgullosa. Para la mujer fue bastante divertido ver crecer a sus retoños y su amistad, y fue en esos años donde se dio cuenta de que había muy bien el papel de casamentera.

Hopeful 「Komahina」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora