Lluvia

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El ruido de las gotas de lluvia golpeando la ventana de tu habitación te despierta, además de los rayos que aumentaron por la cercanía de la tormenta nocturna. Parpadeaste confuso y adormilado, llevando tus manos a los ojos para despertarte mientras te sentabas. Todo estaba oscuro, siendo tu única fuente de luz la iluminación del exterior, los truenos. Agradeciste a tu yo de hace tres horas por no bajar la persiana.

Soltaste un bostezo antes de dirigir tu mirada a tu derecha, alzando confuso una ceja al ver el colchón vacío. Las suaves sábanas blancas recién lavadas cubrían por completo el espacio vacío en lugar del conocido cuerpo de cierto chico albino, advirtiendote de que nadie, además de ti, se acostó.

Decidiste levantarte de la cama, estirando los brazos hacia arriba a la vez que tu cuerpo se endumecía por el reciente despertar, sintiendo el frío suelo de mármol al pisar este descalzo, ayudándote a despertar aún más. Caminaste hasta la puerta, abriendo esta con cuidado justo al mismo tiempo que un potente rayo sonó cerca, haciéndote saltar levemente por la sorpresa. Maldeciste por lo bajo, no te agradaban mucho las tomentas de agosto.

Unas risitas se escucharon de fondo, algo que te extrañó totalmente. Volviste a bostezar, aunque eso no te impidió caminar descalzo hasta las escaleras que te llevaban al piso de abajo de la casa. Tu mano izquierda fue deslizándose por el posamanos de metal a medida que bajabas con lentitud las baldosas de mármol blanco, intentando controlar tu respiración para hacerla lo más silenciosa posible y así escuchar esas risitas de antes. Las gotas de lluvia sonaban de fondo, como lejanas notas musicales que se fundían con el silencio de la noche. Tocaste el suelo de madera del pasillo principal, caminando hacia el salón de la enorme casa. Tus oídos captaron más sonidos, el de pequeñas pisadas y algo que no lograste reconocer pero sabías que lo oíste antes. Tu mano se apoyó en la pared, notando una tenur luz ilumar el pasillo. Provenía de la sala de estar.

Frunciste confuso el ceño, acercándote con cautela. Otro rayo sonó a la distancia, otro gritito causó en respuesta, pero no fue tuyo esta vez. Al asomar tu cabeza por el hueco donde debería estar la puerta (tu cerebro no recordaba que, hace unos días, la puerta de madera se rompió cuando intentabas cargar un armario y durante unos días estaría así) viste al dueño de ese respingo.

-Shshsh, cállate Jataro, lo vas a despertar.

-Lo siento...

-Oye, ahora me toca a mí, Kotoko.

Ahí estaban esos cuatro pequeños diablitos.

Los niños se encontraban rodeando el sofá, susurrando lo más bajito que podían mientras en sus manos llevaban rotuladores de diferentes colores y grosores, teniendo una lámpara encima de la mesa del centro para iluminarles. Suspiraste, parándote delante de la puerta mientras cruzabas los brazos con la mejor cara de molesto que podías poner. Carraspeaste, haciendo que el cuerpo de los pequeños de 10 años se tensaran enseguida.

Muy lentamente se giraron para verte, el miedo y pánico dominando sus rostros.

-¿Qué hacéis despiertos a estas horas?- los cuatro se pusieron en línea recta delante del sofá, escondiendo sus manos manchadas de pintura tras sus espaldas- Deberíais estar durmiendo.

-Nos despertó la tormenta- Masaru fue el primero en hablar, poniéndose de puntillas para aparentar madurez-, asi que bajamos a por leche caliente.

-Eso no responde a lo que vi- te acercaste, alzando una ceja al ver a cierta persona en el sofá, durmiendo tranquilamente mientras te daba la espalda-. ¿De dónde sacasteis los lápices?

-De mi mochila.

-¡Jataro!- la niña de cabello rosa infló las mejillas enfadada, dándote su rotulador rosa cuando extendiste la mano. Los otros niños la imitaron, mirando culpables al piso- Pero Nagito-niichan nos ha...

Hopeful 「Komahina」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora