19. Esa chica, sin salida

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El olor del antiséptico del hospital llenaba mis fosas nasales a medida que caminaba por los pasillos de este, buscando una habitación en específico. A mi lado venía una enfermera que me estaba guiando entre la masa de personas. Había llamado el día anterior a los padres de Sebastian, a pedirles permiso para ir a ver a su hijo y ellos le habían dado mi nombre al hospital para que autorizaran mi entrada. En una mano llevaba una pequeña canasta de flores, y en la otra traía a Sebastian. Como el cuerpo de este se encontraba en la Unidad de Cuidados Intensivos, tuvimos que caminar un poco más, hasta que llegamos por fin a su puerta. Las paredes se erguían, blancas, en frente de nosotros y, tenía que admitir qué, aunque no se podía distinguir lo que había del otro lado, aun así, la mera presencia del cuerpo de Sebastian puso a mi corazón a latir como loco. Tal vez era miedo, o nervios, o emoción, o todo al mismo tiempo, pero mis manos empezaron a temblar de manera muy imperceptible.

Por primera vez desde que todo este desastre comenzó estaba en el hospital con Sebastian y, aunque sentía que debía de haberlo hecho antes, sentía que así era como debía de pasar. Primero tenía que conocer a Selene y a sus padres, para así poder tener la valentía de afrontarme cara a cara con mis errores.

La enfermera abrió la puerta y me permitió pasar, dio media vuelta y se fue, no antes de explicarme cómo llamar a alguien si necesitaba algo. Tomé una profunda respiración antes de entrar.

Estaba lista.

Estaba preparada.

Estaba...

Una exclamación de tristeza se escapó de mis labios, mi mano izquierda soltó la canasta de flores, provocando que esta se estrellara contra el suelo y algunos pétalos se desprendieran, provocando un pequeño desastre. El oso de peluche que traía en la otra mano de repente se convirtió en nada más que en un objeto, el cual también terminó en el suelo. No pude evitarlo, mi cabeza sólo estaba concentrada en el cuerpo inerte de Sebastian, el cual estaba lleno de cables y se veía muy mal. Me abalancé de manera torpe sobre la camilla que lo sostenía y me agarré contra las barandas de esta, llorando.

—¡Sebastian! —jadeé, en medio del silencioso llanto—. ¿Qué te ha pasado? —le pregunté a la nada. Sus ojos estaban cerrados y su pecho subía y bajaba con lentitud. El monitor de sus latidos era lo único que interrumpía el silencio en la habitación. Quise tocarlo, pero no me animé, se veía tan frágil que temía que, si lo hacía, se iba a desintegrar al momento en el que sintiera mi tacto.

Escuché cómo la puerta se cerraba detrás de mí y me giré asustada, pensando que alguien había entrado a la habitación. Se trataba de Sebastian. Bueno, del osito de peluche, porque Sebastian estaba acostado inconsciente justo en frente de mis ojos.

—Lisis, ¿estás bien? —me habló el osito, con la voz de Sebastian.

Me alejé de la camilla, tambaleando de espaldas hasta la pared. La cabeza me daba vueltas, Dios mío, ¿qué había hecho? Me llevé las manos a la boca, en un intento por contener los sollozos. Yo era un mostruo.

—Lisis... —El osito me tocó la pierna, como si me estuviera acariciando para calmarme.

—Sebastian —lo llamé, pero ya no sabía a quién me refería con exactitud.

Me contestó el osito.

—Lisis, sé que esto puede ser difícil para ti, pero habla conmigo, por favor —me pidió, mirándome desde el suelo.

Yo le devolví la mirada, luego la desvié al cuerpo de la camilla, alternándola entre ambas versiones de Sebastian. El hombre que amaba estaba divido en dos, y si ninguna parte era enteramente él, ¿terminaba de existir Sebastian? ¿Quién lo representaba más? ¿El oso de peluche o el hombre inconsciente? Las lágrimas inundaron mis ojos por completo, el mundo estaba cubierto por una gruesa capa de agua salda, las piernas me cedieron y no tuve más remedio que dejarme deslizar por la pared, hasta que sentí mi trasero chocar con el frío suelo de hospital. Tenía la respiración más agitada que nunca, el mundo cada vez perdía más visibilidad y mis manos cayeron a los costados del cuerpo, las sentía frías.

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