4. Esa chica, toda una mentirosa

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Sabía que me veía extraña. También sabía que a nadie le importaba.

Ventajas de estar en la universidad: puedes vestirte como quieras e irte de la manera que quieras, a nadie le va a interesar.

Iba caminando por el campus con un oso de peluche entre los brazos, casi que abrazándolo. Me dirigí hacia el edificio de la carrera de administración de empresas con Sebastian entre mis brazos y dos pliegos enormes de papel dentro de mi mochila. Para mi clase de hoy tenía que trabajar con carboncillo y siempre, siempre, arruinaba mi primer intento. Pasé por una de las zonas verdes de mi universidad, los estudiantes estaban reunidos en grupos, a parejas o solos, usando sus mochilas de almohadas, o sentados encima de ellas, para que el césped no se les pegara a la ropa. Pasé de largo por la zona y subí las escaleras que me llevarían al edificio con la cafetería principal, en la cual había una larga fila de estudiantes, esperando por recibir su almuerzo. Mi estómago soltó un pequeño gruñido, ver la comida había hecho que me diera hambre. Ignoré la sensación y tomé el ascensor que se encontraba en el edificio de la cafetería, subí al cuarto piso y salí por un puente elevado, que me llevaría al otro lado del campus. Las personas pasaban junto a mí sin prestarme atención. Yo era tan solo una chica más, que iba casi que corriendo a una de sus clases.

Todavía no podía creer que apenas si habían pasado cinco horas desde que desperté esta mañana con Sebastian a mi lado, convertido en una especie de peluche endemoniado. El libro de hechizos lo traía en mi mochila, pues tenía que ir de nuevo a la librería y pedir un copia distinta a la que tenía en este momento.

Luché contra el impulso de cubrirme el rostro con las manos. Había pasado la peor vergüenza del mundo con Sebastian. No solo le hice un amarre mal, sino que, aparte, él se había dado cuenta, y, como si eso no fuera suficiente humillación, ¡se había transformado en un oso de peluche! Y yo no tenía la menor idea de cómo devolverlo a la normalidad. Al menos, eso había tratado de decirle esta mañana, después de mostrarle que, en efecto, la página que necesitábamos había sido arrancada.

Después de haberle pegado con el lomo del libro, y que me acusara de estar a punto de sacarle el relleno, Sebastian decidió sentarse en el suelo, con aire derrotado. Se miraba sus pies de peluche como si fuera a echarse a llorar en cualquier momento. Me sentí fatal. Todo esto era culpa mía, por querer hacer que se enamorara de mí. Sentía que debía decirle algo, pedirle perdón, suplicarle que hiciera como si nada de esto hubiera pasado. Hubiera preferido mil veces que nuestra relación continuara platónica a que me conociera por ser la loca que le hizo un amarre.

—Sebastian, yo... —empecé a decir, sin estar muy segura de qué iba a decirle—. La verdad no sé qué pasó —dije, mordiéndome un poco el labio de abajo, apenada.

El osito alzó la mirada. No sé cómo lo lograba, pero parecía tener una expresión triste en el rostro, de derrota, como si se hubiera dado por vencido con algo. El corazón se me arrugó en el pecho. Lo había arruinado todo con él.

—No entiendo qué te hice para que me odiaras tanto —me contestó, con la voz ronca, parecía que estuviera conteniendo las lágrimas.

—No te odio —respondí, agachándome para tratar de compensar la diferencia de altura—. En serio que no, te lo prometo.

—¿Entonces por qué querrías hacerme esto? —me preguntó con un hilo de voz.

Sebastian estaba aterrado de mí, eso era obvio. Ahora le daba miedo lo que era yo como persona. Mi corazón se rompió, no solo nunca había tenido una oportunidad con él, sino que ahora no tendría ni el privilegio de verlo en redes sociales, porque estaba segura que este hombre iba a bloquearme de todo apenas saliéramos de este problema.

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