20. Esa chica, vive en el aire

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El olor y el humo del cigarrillo llegaron casi al tiempo a mi cara.

Era lunes por la mañana y me encontraba más que lista para afrontar una nueva semana de universidad.

Luca ya se encontraba en la parada del bus, parecía tener la mirada perdida y, antes de que yo llegara lo suficientemente cerca para que reparara de mi presencia, pude ver cómo lanzaba la colilla del cigarrillo al suelo y la aplastaba con un poco más de fuerza de la necesaria, parecía molesto... o frustrado.

Caminé a paso rápido cuando vi que el bus ya había llegado y él era el único en la parada esperando, si no me apresuraba, podría dejarme. Al parecer, Luca me vio llegar de reojo justo cuando él estaba poniendo su pie en el primer escalón para montarse, pues se detuvo y esperó a que yo llegara por completo para terminar de subirse. Al verme, sonrió. Yo le sonreí de vuelta. No era un mal chico, y la idea de pasar veinte minutos conversando a su lado no me desagradaba tanto como la primera vez. Podía sentir cómo iba desapareciendo ese velo invisible que convierte a dos desconocidos en amigos. Cada uno pagó su pasaje y nos aventuramos juntos en el interior del vehículo. Encontramos una sola silla vacía en el fondo, la cual Luca me ofreció para que yo me sentara. No rechacé su oferta, detestaba tocar los tubos del transporte público

El día había amanecido frío, así que yo llevaba puesto un gorro de lana rosa con un pompón gigante que decoraba la punta de mi cabeza. La mirada de Luca se posó en este, al tiempo que ensanchaba su sonrisa. Me quité la mochila con algo de incomodidad y la puse sobre mis rodillas, me sentía extraña cuando las personas se me quedaban viendo de una manera tan fija.

—¿Puedes dejar de mirarme así? —lo regañé—. Tu mirada me intimida —confesé, desviando la vista hacia sus zapatos. Traía puestas unas botas de combate negras, las cuales combinaban muy bien con su abrigo camuflado. Su cuello estaba adornado con una cadena de plata y las uñas de sus manos, perfectamente cortas, ostentaban un esmalte negro.

Su sonrisa amable se tornó en una socarrona.

—Estaba calculando —contestó, y se quedó callado.

Me recosté sobre el espaldar de mi silla y alcé las cejas.

—¿Exactamente qué cosa calculabas? —pregunté, con fingida amabilidad.

—Cuanto tiempo tardabas en darme las gracias por detener el bus para que te pudieras subir —al hablar, usó el mismo tono condescendiente que había usado yo, y caí en cuenta que él tenía toda la razón. Ni los buenos días le había dado.

—Gracias por ayudarme a coger el bus —mascullé, bajando la cabeza para que Luca no viera el sonrojo que pintaba mis mejillas.

Luca soltó una pequeña risa y movió su mano para quitarle importancia al asunto.

—No te preocupes, no es nada —me respondió. No pude evitar sonreír, me relajé un poco al ver que no le había molestado tanto como yo había creído—. ¿Cómo estás, Lisis? —quiso saber. Supe que se trataba de un mero gesto de cortesía, pero de inmediato mi mirada se posó sobre Sebastian, que descansaba en mis piernas, y en mi rostro se formó la sonrisa más ancha de toda la mañana.

—Mejor que nunca.

***

Luca caminaba por la universidad con mi gorro en su cabeza, gorro que me había robado al bajarnos del bus y el cual se negaba a devolverme porque "a él se le veía mejor". Como era más alto que yo —más alto, incluso, que Sebastian— decidí no luchar en su contra, y aceptar que, por el momento, no me iba a devolver mi gorro. Este le aplastaba el pelo alrededor de los ojos y le daba un aire mucho más tierno, el rosa resaltaba contra su piel pálida muy bien y por un segundo llegué a considerar que tenía razón con respecto a quién se le vería mejor.

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