5. Esa chica, un intento de artista

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Elegí el caballete más alejado de la puerta, en la esquina izquierda del salón de clases. Era bastante amplio, sí, pero hoy era un día en el quería evitar todo el contacto social posible. Cerré el caballete y lo puse contra la pared, no lo necesitaba, hoy se trataba de dibujar con carboncillo, el lienzo no iba a aparecer hasta dentro de, al menos, un mes. Ubiqué a Sebastian en la silla metálica alta que hacía juego con el caballete, procurándome que su espalda estuviera bien ubicada contra el espaldar de la silla, para que no se fuera a caer por accidente.

Me dejé caer sobre el piso del salón. Casi no habían llegado mis compañeros de clase y no se veía al profesor por ningún lado. Daba igual. Esta clase era así. Cada quien usaba de estas tres horas como quisiera, pero el día de la entrega final debía presentar todo a tiempo. Nada de pedir plazos extras o alguna cosa por ese estilo.

Estiré el pliego de papel en el suelo y me senté en frente. Saqué los carboncillos de mi mochila y me quedé mirando mi mano con la mente por completo en blanco, Sebastian estaría observándome en este momento y yo tenía que ofrecerle mi mejor presentación. Si desaprovechaba la única oportunidad que tenía para impresionar al hombre que había estado viendo a través de una pantalla durante tanto tiempo era, sin lugar a dudas, la mujer más tonta del planeta.

La hoja en blanco me miraba fijamente, como si quisiera descubrir las entrañas de mi alma. El carboncillo seguía estático en mis dedos, sabía que tenía que dibujar algo pronto, cualquier cosa. Sebastian me miraba desde las alturas, y yo sabía que se aburría de manera descomunal. Me estaba empezando a poner nerviosa, tenía que ponerme a dibujar algo pronto, ¿qué se supone que podía hacer para impresionar a Sebastian? Miré al oso de peluche que se encontraba sobre la silla, parecía ausente, casi incluso como si no tuviera vida en lo absoluto. Me entró el pánico, ¿y si el hechizo se había acabado y estaba ahora sin Sebastian? ¿Eso era posible? Me puse de pie y acerqué mi rostro al oso de peluche, clavándole mi mirada en sus ojos. Miré por encima de mis hombros, cuidándome de que no hubiese moros en la costa, y hablé:

—¿Sebastian?

—¿Lisis?

Pegué un pequeño brinco en mi lugar, exaltada por escuchar mi nombre venir de otra persona. Miré con atención, el peluche parecía estar ahora un poco inclinado, Sebastian también había sido cogido desprevenido. Me tranquilicé un poco, él seguía dentro del cuerpo del Dr. Abracitos. La voz que había pronunciado mi nombre no era la de Sebastian, era de Eliana, mi mejor y única amiga.

—¡Estúpida! —la regañé, al tiempo que me giraba para verle la cara—, ¡me asustaste!

Eliana me tomó del brazo y me atrajo más hacia ella, mirando a todas partes.

—¡Ay ya, no seas exagerada! Te tengo un chisme —me dijo, casi en un susurro. Se veía ansiosa, como si lo que me tuviera que decir fuera de extrema importancia.

Y claro que lo era, chisme era chisme, y todos los chismes eran de extrema importancia.

—¡Dímelo! —le pedí, si Eliana no me había escrito nada signifcaba que se trataba de una noticia de tamaño descomunal.

—Bueno, pero siéntate que te vas a ir para atrás —me dijo esta, que ni siquiera se había quitado la mochila ni había abierto su pliego de papel. Eliana tomó la silla más cercana a mí y la arrastró para que quedara a una corta distancia de la silla en la que estaba sentado Sebastian—. Es sobre...

—Sobre...

—¡Pero siéntate! —me ordenó, señalando la silla ocupada varias veces, para enfatizar las palabras—. No entiendo qué haces trayendo un oso de peluche a la universidad —me dijo, al verme quitar con delicadeza a Sebastian de la silla y poniéndolo sobre mis piernas. Un tenue rubor intentó subir por mis mejillas al darme cuenta que tenía a Sebastian otra vez muy junto a mí. Me controlé, no podía dar ninguna señal extraña a mi amiga, que después empezaría a preguntarme por qué diablos me estaba sorojando por un oso de peluche.

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