—Lo tiene porque yo se lo di. —Dio unos pasos hacia mí—. Que bien que llegaste, dime, ¿cómo te ha ido?, ¿ya lo leíste?, espero que le hayas echado un vistazo antes de venir, me gustaría saber por dónde quieres empezar —me dijo, caminando hacia la cocina.
Yo me quedé estática, sin saber muy bien qué estaba pasando y en qué me había metido.
—En realidad... sí, lo leí, pero no solo eso —dije, avergonzada. ¿Qué iba a pensar esta mujer de mí?, ¿sería capaz de creerme? Sí, tenía un aura mística y poderosa, pero por lo que sabía podía tratarse simplemente de una vieja loca y parlanchina.
—Ah, que bien, que bien. —La anciana puso una tetera con agua a calentar—. ¿Te gusta el té? Voy a hacer té.
La cajera veía todo con una expresión seria.
—Nonna, en serio me gustaría saber cómo lograste hacer que el libro saliera de acá —le dijo, cruzándose de brazos.
—Ayla, vas tan avanzada en tu aprendizaje que no deberías estar haciéndome una pregunta de esas, piensa, querida, piensa —le contestó la anciana, echándole unas hojas al agua caliente.
La cajera —Ayla— giró los ojos, pero se mantuvo callada, era obvio que le tenía un gran respeto a la mujer, y que solo tenía esas reacciones de molestia por el grado de confiaza que había entre las dos.
—Un Sigilo, ¿verdad? ¡Mi mamá se va a poner furiosa cuando se entere!
—Mi hija no hará nada, ella está ocupada con asuntos más importantes. —La anciana sacó tres tazas de té y las llenó con el líquido. Me tendió una.
—¡Puede ser peligroso! —siguió insistiendo Ayla—, tú no sabes quién es ella.
Uhmmm, ¿hola? Yo también estoy en esta habitación.
—Mi tercer ojo no vio maldad en ella —respondió la anciana, dándole un sorbo a su té—. Ahora, ¿por qué no nos sentamos?
—¿De verdad confías en ella?, ¿qué la hace tan especial? —le preguntó Ayla, seguía seria, tenía el mentón en alto y los hombros atrás, parecía un soldado a punto de desobedecer las órdenes de su capitán.
—¡Simplemente es una niña curiosa!, sentí una energía muy extraña, quería saber qué era, le di el libro porque quería ver si le atraía mi energía. No es más. No la escogí, ella estaba ahí y yo estaba aburrida. —La anciana se sentó en la mesa y se puso la trenza por encima del hombro. Me hizo una seña para que me sentara y yo le hice caso. Okay, no se trataba de ninguna vieja loca y parlanchina—. Hola —me dijo, sonriéndome de nuevo—, permíteme presentarme, me llamo Selene, ¿y tú?
—Lisis... —contesté, con la voz una octava más alta de lo normal, los nervios me gananaban, tenía que admitirlo. No entendía qué acababa de pasar, pero se escuchaba muy místico y desconocido.
—Muy bien, Lisis, ¿qué quieres empezar a estudiar primero? —me preguntó Selene.
Tomé un sorbo de mi té, tratando de hacer algo de tiempo antes de contestar la pregunta.
—En realidad solo vine a que me cambiaran el libro que compré —admití—, pero... está bien, creo que no hay otra copia así que... —las palabras me salieron en balbuceos sin sentido. La taza de té temblaba entre mis manos, ya no sabía qué más decir.
Ayla, la cajera, caminó hacia la puerta para irse. Antes de salir, me dirigió una mirada a mí y otra a Selene, la resignación se le podía notar en los ojos.
—Volveré al trabajo —nos avisó—, la dejo en tus manos, abuela.
Un pequeño silencio se hizo presente por unos segundos, yo tomaba sorbitos de mi taza y me dedicaba a ver los alrededores. La cocina parecía ser la copia exacta de las cabañas de los libros de fantasía, las gavetas y los cajones estaban hechos de madera muy bien conservada, el piso estaba cubierto por una gran alfombra con varios símbolos que no logré reconocer y del techo colgaba un candelabro al que le faltaban las velas. Después de un sólido minuto sin decir nada, decidí empezar de nuevo la conversación.
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Encántame
Teen FictionLisis ha convertido a Sebastian en un oso de peluche, ahora deberá de encontrar una solución a su problema antes de que sea demasiado tarde y las consecuencias sean irreversibles... Desde que Lisis conoció a Sebastian el semestre pasado en una clase...