18. Esa chica, una errante

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La discusión que creí tener con Sebastian nunca pasó, el osito había aceptado su destino con la cabeza gacha y sin rechistar. Él había intentado aclarar las cosas conmigo durante el resto del día, antes de dormir y en la mañana al despertar, pero yo no quería hablar de eso, es más, no quería hablar de nada.

Ugh, ¿por qué todo tenía que ser tan complicado?

Salimos después de desayunar a la librería, en el trayecto me quedé callada, ahogándome en mi propio silencio. Me sentía tan incomoda con todo lo que estaba pasando, sentía que todas mis decisiones hasta ahora habían sido tan impulsivas, pensadas en el momento, aunque al principio me habían parecido la mejor opción, luego descubría que me había equivocado, que la vida me mostraba una y otra vez que si quería avanzar, tenía que caerme varias veces por el camino.

Entré a la librería un poco más segura que la última vez, crucé miradas con Ayla y ninguna de las dos necesitó otro tipo de comunicación. Ella salió detrás del mostrador y me guió hasta la puerta que llevaba a la cocina de Selene. Cerró la puerta detrás de nosotras y me indicó que me sentara en la mesa. Ella subió por las escaleras y se demoró unos minutos arriba, al bajar, puso a calentar la tetera, al parecer íbamos a beber té.

Los ojos de Ayla se posaron en Sebastian.

—¿Ese es..? —se interrumpió a ella misma, tenía una mirada que oscilaba entre la curiosidad y el miedo.

Puse a Sebastian sobre la mesa.

—Está bien, puedes hablar con ella, aquí nos van a ayudar —le dije al osito, tocándole el hombro.

Sebastian se puso de pie y Ayla reaccionó con rapidez, echó la silla hacia atrás con fuerza, claramente asustada.

—¡No puedo creerlo! —exclamó, llevándose una mano a la boca.

—Hola... —quiso saludar Sebastian, pero Ayla se abalanzó sobre él apenas pronunció palabra y lo alzó en el aire.

—¡Por los Dioses! Esto es magia pura, le diste vida a un objeto inanimado, ¿cómo lo hiciste?, ¿necromancia? —preguntó, dándole vueltas a Sebastian, lo puso de cabeza, lo tomó de un brazo y luego lo sostuvo por los pies.

—¡Hey! —Sebastian se quejó—. No soy un juguete.

Ayla me dirigió una mirada sorprendida al tiempo que volvía a dejar a Sebastian sobre la mesa. Este hizo como que se sacudía el polvo y le dedicó una mirada enfurruñada.

—En realidad es una persona... —admití, encogiéndome un poco en mi lugar.

—¡¿Convertiste a un humano en un objeto?! —chilló, como una gallina inquieta.

—No, no. —Negué con la cabeza—. Su cuerpo real está en coma en el hospital.

Mierda, eso se había escuchado mejor en mi cabeza.

Ayla soltó una exclamación de sorpresa.

—¿Qué hechizo hiciste? —quiso saber, sin dejar de ver a Sebastian. Un brote chiquito de celos se incrustó en mi pecho, pero traté de controlarlo, sabía que era normal que ella, como bruja aprendiz, sintiera curiosidad por un hechizo así.

Abrí la boca para responderle, pero bacilé un poco, ¿debía admitir en frente de Sebastian lo que le había hecho?

Ayla aprovechó mis segundos de silencio para volver a hablar:

—¡No, espera! Todavía no me digas, voy a ir por mi Libro de Sombras para anotar las cosas, esto tengo que saberlo, para no hacerlo nunca —explicó y salió corriendo de la cocina.

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