24. Esa chica, bajo la lluvia

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Alguien me llamaba a la distancia.

Ese alguien era Luca, al que había dejado plantado con mi celular en la mano mientras que yo emprendía una carrera a través de todo primer piso del edificio de mi universidad. Pasé por la fila de estudiantes que se estaba formando al frente de los ascensores, pasé por las máquinas expendedoras, esquivé una columna blanca y me agarré con fuerza a la baranda de metal que se encontraba al principio de las escaleras de caracol.

Mis pulmones se quejaron por la improvista carrera, y los gemelos de mis piernas me castigaron con una improvista tensión en los músculos. Aun así, jamás había subido una escalera tan rápido. Tres pisos, sin parar, sin descansar, aunque sintiera que me faltaba el oxígeno. Como mi ciudad estaba bien por arriba del nivel del mar, uno solía cansarse con más velocidad.

Sin haberme percatado de que había roto un récord personal, el final de las escaleras me escupió en una de las plazas principales de mi universidad. Era algo pequeña, de un tono anaranjado gracias a los ladrillos de los que estaba construida. La placita funcionaba como un lugar de paso hacia los demás edificios, aunque también había estudiantes sentados en el pequeño muro que se extendía a su alrededor. Di un giro de 360º, no sabía a dónde ir, y mi visión estaba empañada por una cortina de lágrimas. Una brisa fría chocó contra mi cuerpo, y en la distancia sonó un trueno.

De repente unos brazos me envolvieron y me atrajeron contra un pecho. Sentí de inmediato el calor humano.

—Tranquila.

Era Luca.

Le devolví el abrazo rodeándole la cintura con mis brazos y dejé que me consolara. Como pudo, Luca me hizo sentar en el murito de la plaza.

—Lisis —escuché que me llamaba—, respira, te ves muy mal.

Me enjugué las lágrimas de los ojos y me limpié el rastro que me habían dejado en las mejillas. Sabía que Luca no alcanzaba a comprender mi malestar, pero para mí, la situación era mucho más grave de lo que parecía. Sebastian estaba allá afuera solo, desprotegido, alguien podría habérselo llevado, cualquier cosa podría pasarle. Él no podía protegerse de nada por sí mismo.

Mi celular sonó y Luca contestó la llamada. Intenté escuchar lo que decía, pero mis pensamientos estaban muy lejos y yo ni siquiera podía hallar mi voz.

Las manos me temblaban, no sabía si de frío o de preocupación, cuando una gotita de agua me cayó en el zapato. Alcé la mirada al cielo: estaba tornándose de un gris oscuro, opacando cualquier rayo de sol que pudiera colarse por entre las rechonchas nubes, cargadas de agua.

—Va a llover. —Luca puso en palabras mis pensamientos.

Nuevas lágrimas se escurrieron por mi rostro, Sebastian en el frío y la lluvia, ¿qué podría esperarle al pobre? Y todo por separarme de él por una hora. Una sensación de malestar en contra de Eliana empezó a crecer en mi pecho, ella debía de cuidar bien a Sebastian, ella tenía que ser más responsable con los objetos importantes de otras personas. Apreté los puños, rabiosa. Sebastian estaba perdido y todo era culpa de Eliana y su insistencia de quererse meter en mi vida.

Como si el universo hubiera decidido poner a prueba mi paciencia, vi cómo mi mejor amiga se acercaba trotando hacia nosotros. Ahí fue cuando me di cuenta de que la llamada que había contestado Luca había sido de ella.

Me puse de pie, con el ceño fruncido y la boca en una línea seria, dispuesta a decirle a Eliana unas cuantas cosas... hasta que la vi mejor. Sus ojos estaban cristalizados y su labio inferior temblaba de manera leve. Ella se veía casi tan preocupada como yo.

—Perdóname, Lisis —fue lo primero que me dijo—, no sé cómo pudo haber pasado, te juro que no lo descuidé ni un segundo, ¡simplemente desapareció! —Los ojos de Eliana se volvieron a llenar de lágrimas.

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