29. Esa chica, universitaria

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La nota que me remitía a psiquiatría reposaba sobre mi mesita de noche. Mi psicóloga me la había dado después de nuestra última sesión.

—No eres una asesina, Lisis —me había dicho, tendiéndome el pedazo de papel—, y tampoco puedes culparte por las decisiones que tomen los demás. Todos tenemos vidas que vivir y encontramos varias maneras de seguir adelante. Así como tú no te sientes lista para aceptar que van a desconectar a Sebastian de su soporte vital, sus padres no se sienten tan fuertes como para estar esperando por quién sabe cuánto tiempo a qué su hijo despierte. Muchas veces la incertidumbre de un resultado es más dolorosa que el resultado en sí.

Después de que la sesión hubiera terminado, me dirigí a mi habitación para pasar, de nuevo, una noche incómoda con Sebastian a mi lado.

Si a mí me había sentado mal la noticia, a él le había sentado peor. Vamos, no podía culparlo, había escuchado que sus padres planeaban desconectarlo.

Era sábado por la mañana, ayer se habían acabado las clases en el semestre y hoy nos iban a dar las notas finales de todas las materias que uno cursaba. Me levanté aún con vestigios del sueño, bostecé y, con un movimiento perezoso, tomé la mitad de una pastilla antidepresiva (recetada por la psiquiatra) que luego me pasé con la ayuda de una botella de agua. Sebastian se despertó por mi movimiento.

—Buenos días —me saludó.

—Buenos días —le respondí, una vez que me terminé de pasar el agua de la pastilla.

Los primeros días después de la noticia fueron difíciles para los dos, no sabíamos qué iba a pasar si lo desconectaban en serio, no sabíamos si iba a quedar atrapado para siempre en el cuerpo del Dr. Abracitos o si también perdería eso. Poco a poco nos fuimos recuperando del shock inicial, hablamos con Selene con mucha más calma y yo le pasé mi número de celular a Ayla, que quedó en comunicarme cualquier eventualidad.

Después de tomarme mi pastilla, toqué la pantalla de mi celular, en busca de alguna notificación de Ayla. Un mensaje, una llamada perdida, lo que fuera que pudiera indicarme que ya me tenían una respuesta. No había nada. No había habido nada en una semana entera. La pantalla del aparato se iluminó sola: me había saltado una notificación. Puede que Ayla no tuviera nada que decirme, pero Eliana sí.

¡Ya estoy de camino a la universidad!, ¿tú cómo vas?, ¿necesitas que pase por ti?

Dudé por unos segundos antes de escribir mi respuesta:

Está bien, pasa por mí, pero te advierto que todavía no me he duchado.

La respuesta de mi amiga no se hizo esperar:

Estoy ahí en 20.

Bloqueé el celular y caminé hacia mi armario. Tenía que ir a recibir mi primera nota final. Tomé la ropa con desgano, dadas las circunstancias actuales, lo último que me importaba eran las notas finales de mis clases en la universidad. Si mis matematicas no me fallaban, iba a pasar todos los cursos con, mínimo, la nota base para aprobarlos.

Me duché rápido, Eliana debía de estar cerca a mi casa y no quería ponerla a esperarme. Al salir de la ducha, Sebastian y yo intercambiamos una mirada. Era un poco extraño tener que seguir con nuestras vidas como si nada, en la espera de alguna novedad. Después de todo lo que se había desatado al enterarnos de la noticia, habíamos decidido que no ibamos a preocuparnos más y que lo ibamos a dejar todo en manos de Selene.

—¿Cómo te sientes hoy? —le pregunté. Puede que la que estuviera en antidepresivos fuera yo, pero Sebastian era el que estaba cargando con todo el peso de la situación.

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