6. Esa chica, enfermera profesional

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—Antes de que digas algo, mantén la calma.

La hora dorada se perdía en el cielo, provocando que la universidad comenzara a vaciarse de estudiantes. Por lo general, la mayoría se iban con el sol y en las noches los pasillos quedaban relativamente vacíos. Solo se quedaban los que seguían en sus clases largas o los que tenían que estudiar para algún examen. Nadie se quedaría en la universidad solo porque sí, cuando su jornada había terminado.

Yo, en cambio, no me quedaba por ninguna de las opciones anteriores, me quedaba porque necesitaba hablar con un oso de peluche sobre su cuerpo humano. Ya sabes, cosas de todos los días.

Estábamos en un pequeño jardín falso detrás del edificio de medicina, la pequeña banca de madera se encontraba mirando hacia un árbol que se extendía hasta el cielo, y el suelo estaba decorado por piedras blancas en cuyas ranuras se asomaban algunas plantas diminutas y césped. Era un sitio apartado y pequeño, que, a estar hora del día, podía convertirse en el lugar perfecto para tener una charla privada.

—Lisis... —El sonido de mi nombre saliendo de los labios de Sebastian rompió un poco el muro que había alzado a mi alrededor para no quebrarme antes de darle la notica. Respire hondo—. ¿Hay algo que quieras decirme?

Oh, no.

De la misma manera en la que un dique se rompe, se rompieron mis muros. Apreté al Dr. Abracitos contra mi pecho y me eché a llorar con fuerzas. Me sentía asustada, perdida, no tenía a nadie para apoyarme, Sebastian estaba en el hospital por mi culpa, yo había ocasionado todo esto por simple y puro egoísmo. Enterré mi rostro contra el peluche tal y como lo hacía cuando era una niña y buscaba consuelo.

—Lo siento, lo siento, perdóname, lo siento —repetía, una y otra vez, abrumada por la situación.

Una patita de peluche intentó acariciarme de manera torpe el pelo.

—Deja de llorar, a los chicos no nos resultan atractivas las chicas que están cubiertas de mocos.

Jamás.

Jamás.

Ni en un millón de años hubiera pensado que esas iban a ser las palabras con las que Sebastian intentaría consolarme.

—En este momento lo que menos me importa es llamar la atención de un hombre —le contesté, hablando como podía entre los hipidos causados por el llanto.

Bueno, corregía: no me interesaba llamar la atención de un hombre que no fuera él.

—¿No? Lo escuché todo —me respondió.

Las luces del cielo pasaron del morado claro al azul oscuro y la única lámpara que había en ese pequeño jardín se encendió de manera automática. El frío de la noche empezó a sentirse más presente y se escuchaban cada vez menos las voces de los estudiantes. En definitiva era área de la universidad empezaba a desolarse por completo.

—Eso es lo menos importante de mis problemas —dije, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano.

—No pensé que me vieras como un problema —me respondió Sebastian, con un tono algo herido.

Un gemido lastimero salió de mi garganta.

—Por supuesto que no te veo como un problema... creo —le contesté—. En diferentes circunstancias, no te vería como un problema.

Sebastian pareció entender a lo que me refería. Asintió una sola vez.

—Comprendo, tranquila. —Tras unos segundos en los que ambos nos quedamos en silencio, él añadió:—. ¿Y bien? ¿Ya sabes cómo devolverme a mi cuerpo? Toda experiencia fue un gran recorrido, pero me gustaría volver a la normalidad ya, por favor.

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