Capítulo VIII.

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Notas:

¡Gracias a todas las personitas que leyeron!

Advertencia: Contenido +18

Disfruten el capítulo.

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Había algo que lo estaba molestando, de cierto modo, al no comprender que pasaba.

Esa molestia fue lo que lo hizo reflexionar el motivo por el cual no le daba miedo el ser tocado de aquella forma. Y ni siquiera estaba seguro de si usar la palabra miedo encajaba con lo que sentía en realidad.

Cuando los mortífagos lo capturaron, lo lastimaron demasiado físicamente; con ellos, llegó a un punto de, cuando los tenía tan cerca no se alejaba por mera terquedad, mas siempre deseaba que no se le acercaran, porque del temor hasta le temblaban las piernas. Recordaba cada herida, maldición tras maldición, la diversión con la que le propinaban golpe tras golpe, logrando que les desarrollara cierto sobresalto a sus verdugos. A Ron no le importó todos los ánimos que se diera para nunca agachar la cabeza ni rendirse ante ellos y el dolor, ya que, de manera inevitable, desarrolló un sentimiento de inquietud que lo acompañó después de tanto, uno que siempre lo hizo estar alerta a todo momento.

Aún así, para su sorpresa, descubrió que realmente con los Malfoy nunca sintió esa necesidad de estar alerta todo el tiempo.

La primera vez, que estuvo ahí con ellos, sí se asustó por lo que pudieran hacerle y Lucius no ayudó a que se apaciguara ese sentir. Estuvo torturándose mentalmente por días y, hasta la fecha, la paranoia de sentirse vigilado cuando estaba solo no se había ido del todo; sin embargo, después de que no le hicieron lo que tanto pensó que le harían y que lo trataran decentemente, había bajado con ellos la guardia sin pensar y estaba seguro que fue cuando empezó a sentir la comodidad con ellos, haciendo que esa ligera intranquilidad lo abandonara de vez en cuando.

No obstante, ese no era el punto que lo estaba agitando. El simple pensamiento le ponía nervioso, y al razonar en el, intuyó que cuando estuvo capturado nunca fue magreado de esa manera tan personal, por lo que nunca desarrolló un miedo real ante ese tipo de situaciones y, si a eso le sumaba la sorpresiva comodidad que progresó sin querer, era ahí que atribuía su falta de temor. No tenía un motivo, una razón, para sentir miedo cuando estaba con Lucius, mucho menos porque analizó que valía la pena hacerlo el que llegaran hasta ese punto.

Fue entonces que pensó en su madre y en todo lo que les había dicho sobre el amor.

Su madre era una romántica sin duda y siempre platicaba, con sus hijos, sobre como debían ser las relaciones entre dos personas, en la manera que siempre debía de haber amor o, al menos, un cariño especial para hacer de todos los momentos inigualables y poder compartir con esa persona no solo intimidad física, sino también intimidad emocional. Ella siempre les decía que la persona que ellos escogieran tenía que ser especial, porque con ella iban a compartir sus alegrías, sus miedos, sus anhelos, sus inseguridades, su todo; esa persona tenía que estar con y para ellos incondicionalmente, tanto como ellos para ella.

En todo momento se ponía de ejemplo a ella y a su padre, diciéndoles que la comunicación era la base de toda relación. Desde el primer momento se tenía que poner las cartas sobre la mesa, de ese modo ambos podrían saber que estaban dispuestos a aceptar y si no deseaban aceptar ciertas cosas, que esa persona ni ellos debían cambiar lo que eran y lo mejor era que se fueran. Les comentaba que, así como ellos, todo tenía que ser reciproco, que todo era a base de construir un camino juntos, amándose.

Lo hizo repasar sus relaciones pasadas y su última ilusión con Hermione. Él sabía lo que sintió por ella y, lo poco que duró con ella de esa forma, fue suficiente para que se diera cuenta que solamente eran dos amigos que habían buscado algo a lo cual aferrarse en esos momentos tan difíciles, algo que los hiciera sentir que seguían con vida y que todavía podían sentir algo, algo bueno, un sentimiento tan puro como lo era el amor. Nunca se había puesto a pensarlo de ese modo, en ningún momento le pasó por la cabeza que a eso se debía ese amor tan intenso, tan repentino, tan todo y nada. No querían pensar que sus sentimientos no fueron reales, no dudaba de ese amor que sintió por ella, nunca podría hacerlo, la amó demasiado, y aún la seguía amando pues su corazón seguía latiendo contento al visualizarla a su lado, mas no de la manera que el creyó que lo hacía. Se dio cuenta, por como estaba su situación ahora, que aquel amor por ella se apaciguó tan rápido como llegó, probablemente desde que se besaron por primera vez en medio de la batalla, entonces fue entendió que ella siempre fue un capricho para él; un capricho que estuvo agradecido no llego más lejos. No hubiera sabido manejar la situación si hubieran llegado a más y no se hubiera sentido cómodo, como tanto le decía su madre también.

Before you goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora