Capítulo IX.

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Notas:

¡Gracias a todas las personitas que leyeron!


Disfruten el capítulo.

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Había comenzado a notar un par de cosas sobre Lucius que antes no tomó en cuenta o, si las había notado, las había pasado de largo.

Su apariencia física era distinta a como la recordaba. Aquel hombre imponente, bien alineado y sin nada que se pudiese criticar de su elegante apariencia, parecía haber quedado atrás; ya que, su larga cabellera había perdido parte de su brillo y ahora era más un plateado opaco, su rostro tenía un tinte demacrado, con ojeras que trataba de ocultar, estaba más pálido, delgado y sus ropas arrugadas le daban una apariencia descuidada. Figuraba a que era debido a que estaba solo y no tenía a nadie más que a su hijo que se preocupara y conviviera con él. Le era increíble ese hecho.

Lucius Malfoy y soledad no eran palabras que combinaran juntas, pero así era como se encontraba. Llegaba a ser ilógico que un hombre tan poderoso, como lo era él, no tuviera ni un solo amigo en el cual se pudiera apoyar. Hasta la persona más nefasta tenía a alguien especial, en cualquier sentido y realmente, ni en sus más locos sueños, se imaginó que fuera un hombre solitario. Cierto era que desde que llegó a esa mansión no había sido visitado por nadie, ni tampoco había salido más que a los jardines, pero que se encontrara totalmente abandonado era demasiado extremo.

Podía decir que hasta Draco estaba cambiado. Se le notaba más suave y menos como él solía ser en sus años escolares. Si bien aún tenía su carácter espantoso, algo en él estaba apagado; lograba notar que sus ojos no estaban llenos de ese fuego que los hacía resaltar, viéndose sin igual, y parecía que solo hacía las cosas por hacerlas.

Seguían vivos, pero parecían almas penando y era lo que no le cabía en la cabeza. Después de estos meses con ellos, notó que estaban sufriendo, mas no lo entendía porque su lado fue el ganador, ellos habían ganado, se preguntaba por qué deberían de estar así sino era celebrando. De igual manera, pensaba en que esas penas se las dejaran a él que, sabía, perdió más de lo que quería enterarse.

Más recordó y, antes de envolverse en esos sentimientos egoístas, a su cabeza llegó lo de Snape y su muerte. Su profesor fue alguien especial para la familia y no estaban enterados ni dónde estaba su cuerpo, aparte se agregaba que Narcissa no estaba ahí con ellos.

Sabía que no había notado muchas cosas, pero se sintió estúpido cuando omitió ese pequeño gran detalle. Narcissa, esposa de Lucius y madre de Draco, no había asomado ni sus narices por la mansión y no había averiguado el motivo de su ausencia. Intentó rememorar si alguien de la Orden, o su familia, habían hablado de Narcissa antes de que todo se saliera de control, sobre algún tipo de traición hacía los suyos o que estuviera planeado fugarse, pero nada venía a él. Cualquier idea que se le ocurriese era incoherente, aun más que se fugara sin llevarse a su hijo con ella, por lo que, a lo único que llegaba con sus ideas, era que había muerto en el campo de batalla. No obstante, hasta esto le resultaba irracional. Narcissa era una bruja poderosa, lo sabía de antemano, y tenía mucha gente que pudiera protegerla, ni su esposo ni su hijo iban a permitir tal cosa.

Y esa era una de las razones por las cuales no percibía a lo que Lucius estaba jugando o tratando de hacer con él. Llegó a la conclusión de que el mayor, al no estar acostumbrado a estar sin su compañera, y viéndose abruptamente solo, se limitó a buscarse un reemplazo con la primera persona que tuviera a la mano y esa persona fue él: Ronald Weasley. No importándole su nombre y apellido, y olvidándose de quién era hijo, él había sido el candidato perfecto para satisfacer todos los deseos y necesidades que Lucius pudiera tener en sus momentos de soledad.

Before you goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora