CHAPTER 24

11 4 8
                                    


Una decisión.

Justo una decisión sin importar lo absurdo que sea puede llegar a hacer de tu vida algo totalmente distinto, ya sea convirtiendo tu vida en una tormenta, o haciendo de ella un completo desastre sin comparación o respuesta.

Una decisión que podría hacerte cuestionarte al fin de cuentas si fue la mejor que tomaste en tu vida, o, definitivamente necesitas arreglos en el cerebro.

¿Eso es lo que deberíamos de cuestionarnos al estar a solas en nuestra habitación?

¡No! No lo creo.

Una decisión como estás que tomas de la nada suelen ser, sin duda, una de las mejores o, incluso, la peor que haz tomado en toda tu existencia.

Un ejemplo de la primera opción lo dio Ryan hace unas horas. Unas horas en las que las chicas y yo charlamos tranquilamente en la habitación de Ryan mientras que los chicos estaban haciendo-no sé qué- en -no sé que parte- de la casa, estábamos demasiado animadas como para prestarle atención al paradero de los chicos.
Bueno, lo estábamos hasta que uno de ellos, Izan, se acomodó en el umbral de la puerta con una seriedad no propia de él. No obstante, saber la razón por la que estaba cruzado de brazos con la espalda recostada en el umbral fue una duda que quedó disuelta en el olvido cuando me distraje con la estrepitosa llegada de dos personas más a la habitación; Ryan y Andrew.

Las chicas y yo habíamos dejado nuestra conversación a medio dar con la presencia de aquellos individuos en el espacio que habíamos tomado solo para nosotras luego de unas horas de mi conversación con Izan en el patio trasero.
Izan se mantenía impasible sin mover un músculo de su lugar, Ryan avanzó a pasos lentos con un leve color adornar sus mejillas mientras no dejaba de remover sus manos, lo notaba incluso a la distancia que estaba. Andrew, por otro lado, se adentro al lugar con una sonrisa de oreja a oreja. Todas nos quedamos expectantes a la espera de que ocurriera algo, no sé, que Andrew soltara por fin la razón de su entusiasmo que se dejaba notar a leguas con esa gran sonrisa, o que Ryan, con su nerviosismo palpable en el aire, decidiera contar que rayos era lo que les pasaba de la nada, tal vez, pero fue una espera en vano, y no solo eso, esperamos lo que era más que notable que no iba a suceder, y pues, lo que sí pasó, nos dejó sin habla por unos segundos.

Ryan, aún con el nerviosismo notable por el constante movimiento de sus manos que eran estrujadas entre sí, y, con un leve rubor en sus mejillas, se acercó a una confundida Dennis que no sabía si mirar al chico que iba en dirección hacia ella o mirarnos a nosotras para que por arte de magia fuésemos adivinas y le diésemos una explicación de lo que estaba pasando. «¡Oh querida Dennis, yo también quería saber!» pensé en ese momento.

—Espero algún día me perdones—Había dicho Ryan, dejándonos aún más desconcertadas.
Pero dicho desconcierto fue reemplazado tan rápido como llegó por una expresión de sopresa de parte de las tres, al ver que nuestro querido castaño, plantó un beso en los labios de Dennis apenas terminó de pronunciar esa oración. ¿Y que fue más rato? Que el estúpido de Ryan disparó humo por los pies cuando salió a toda prisa de la habitación luego de aquel beso fugaz. Dejando a una pobre Dennis superando el rojo vivo de un tomate en llamas, se cubrió la cara con las manos, y también salió disparada en dirección al balcón.

Lili y yo quedamos tan absortas mirando la dirección en la que Dennis se había ido, que no miramos cuando el rubio-que habíamos olvidado totalmente- se acercó a Lili, y, también, plantó un beso igual de fugaz en los labios de la pelinegra antes de que siquiera ella pudiera notar que el chico estaba cerca. Y, tal y como Ryan había hecho, el rubio salió disparado de la habitación con una sonrisa que se le notaba a leguas, una peor que aquella con la que ya había entrado. Lili salió de su estupor, y estaba incluso igual de roja que Dennis hace un momento, lo que no supe descifrar, era si lo estaba por la misma razón que Dennis, o, por furia, aunque apoyé más el segundo pensamiento cuando la ví salir corriendo de la habitación en la misma dirección que el rubio había ido gritando un «¡TE MATO DESCOLORIDO INÚTIL!» Que, en lo personal, hasta yo correría si de verdad apreciaba mi vida.

Jugar a perder © (Borrador) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora