CHAPTER 02

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Dos cosas.

Dos aparatos a mi derecha ejercen su función de amargar me la mañana lo suficiente como para que mueva mi trasero de dónde está, y eso solo indicaba una cosa: hora de ir al instituto.

Sin abrir los ojos tanteo sobre mi mesita de noche para apagar la estúpida alarma y de paso tomo mi móvil. A estás horas de la mañana es un castigo infernal.

—Espero que ya estés aseada y cambiada para estar en la cocina en treinta minutos.

Fueron las primeras palabras que escuché apenas y pegué el móvil a mis oídos, y cuando estoy por responder ya me ha colgado.

Genial.

Y por si preguntan. Si, esa fue mi madre. Y si, me ha llamado a las -no sé que hora es- de la mañana para asegurarse de que al menos ya estoy despierta, siempre lo hace, pero no es porque esté muy lejos de mí o algo, realmente está en la cocina, pero para no subir los escalones a mi habitación me llama.

Al dejar lo más cómodo de mi habitación empiezo a caminar arrastrando los pies como un zombi en dirección a la ducha.

Luego de ducharme me doy un último vistazo al espejo de cuerpo completo que hay en el armario de mi habitación para asegurarme de que no me falte nada. Elevo una de mis manos para darle un último toque a mi cabello de pasada y noto que sí me falta algo.

Mi reloj. No puedo salir sin él.

Paseo por el tercer cajón de mi mesita izquierda encontrándome con lo que buscaba.

Al salir coloco seguro a la puerta, porque sé que si no lo hago recibiré un regaño de parte de mi madre, y no es porque tenga algo que esconder, más bien es porque a mí querida madre le molesta un poco que un lugar este adornado completamente de un solo color durante tanto tiempo, y lamentablemente el caso así es mi habitación, parece la aldea de un pitufo, porque sí, está más de azul que normal. Pero no se equivoquen, claro que la pinto de vez en cuándo, pero a un azul diferente.

—Buenos días, madre—menciono luego de pasar el laberinto que tengo de casa para llegar a la cocina donde encuentro a mi madre de espaldas con un delantal.

Pasa a mi lado depositando sobre la isla de la cocina un plato con tostadas y un jugo de naranjas, sin olvidar mi beso de buenos días.

—Buenos días cariño —Gira a continuar con lo que sea que estaba haciendo antes de que yo llegase—. Espero que hayas cerrado tu habitación. Recuerda no tardar mucho que solo te quedan diez minutos. Y nos veremos más tarde, te quiero—Finalizó depositando el delantal sobre la encimera, para luego pasar a mi lado, y, en este caso yo le daría un beso en la mejilla.

—Si ya lo hice. Está bien, ya voy saliendo. Yo también te quiero —Enumeré todas las respuestas en el orden en qué las preguntó antes de verla salir de la cocina como si su vida dependiera de ello.

Y esa, señores, era una de las pocas mañanas en las que me encontraba con mi adorada madre antes de ir al instituto.

Pasan solo unos minutos en los que pierdo mi tiempo con mi tostada cuando escucho pasos acercarse a la cocina y giro bruscamente sobre el taburete lo más rápido que puedo, no quiero un regaño de mi madre por estar sentada aún en lugar de estar casi fuera de la casa, pero al instante en que me pongo de pie y miro quien atraviesa el umbral de la puerta siento un gran alivio recorrerme todo el cuerpo.

—¡Nana!—exclamé dando un salto en dirección a la mujer que había entrado al lugar.

—¡Chiquita!—respondió ella de la misma manera con una sonrisa dándome un gran abrazo como si no nos hubiésemos visto hace años, cuando en realidad solo fue el fin de semana —. Me imagino que tu madre ya se ha ido a trabajar. Y por lo visto también ha hecho el desayuno.

Jugar a perder © (Borrador) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora