Capítulo 30

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Curtis y Shirley estaban preparando todo para bajar abajo y acabar con todos los que se habían escapado de alas celdas cuando Damian entró por la puerta. Shirley se fijó en que el rostro que antes era el de Brian, parecía cada vez más el de Damian. Eso le daba miedo. No estaba acostumbrada a ver cosas como esas. Era cierto que había ayudado a Curtis y a Damian con muchos sacrificios en ese lugar, pero no quería que el plan de Damian se completara. Tenía muchos familiares y amigos que morirían si el plan se completaba. Su madre vivía en el pueblo desde hacía varios meses para poder estar más cerca de su hija. Se había enterado de que Lincoln Hill desaparecería por completo para poder crear el nuevo invierno donde estaba situada la ciudad. Todos los ciudadanos que no eran fieles morirían. Por lo que Shirley sabía, solo eran un par de centenares de ciudadanos los que se habían unido a la secta, por lo que más de treinta mil personas morirían dentro de unas horas. No podía llamar a su madre, pues los vigilaban constantemente para que no revelaran nada del lugar. No sabía cuando había empezado a sentir arrepentimiento, pero había sido después de ver como le arrebataban la vida y se la devolvían. Ya no sentía nada por Curtis. Es más, lo que más deseaba ahora mismo, era que los que se habían escapado lo mataran a él y a ella y que detuvieran los planes de Damian.

-¿Qué ha pasado?-les preguntó Damian- Se han escapado, ¿verdad?

-Si-le dijo Curtis.-, pero vamos a solucionarlo ahora mismo. Vamos a reunir a un par de decenas de miembros y vamos a acabar con ellos.

-Quiero que acabéis con los chicos de la acampada cuanto antes.-les dijo Damian-Yo también bajaré pronto.

En cuanto Damian se marchó, Shirley se puso el uniforme y se unió a los demás miembros que había reunido Curtis. Bajaron las escaleras de la  cabaña hasta el refugio. Estaba a unos veinte pisos más abajo y no había ascensor para bajar. Además, era la única entrada o salida del refugio. Ella había estado un par de veces en ese lugar. Cuando llegaron abajo, Curtis abrió la puerta de una patada. Al otro lado estaban todos los prisioneros. Curtis y los que estaban delante abrieron fuego y mataron a muchos de ellos. Los demás se escondieron detrás de las cajas y las paredes sin terminar. Ellos formaron detrás de las cajas que había ahí y abrieron fuego. Los prisioneros también abrieron fuego, pero no tenían muy buena...

No le dio tiempo a acabar de pensar la frase. En ese momento, la cabeza de uno de los que estaban a su lado se movió hacia atrás cuando una bala que debía de ser un calibre 32 le abrió un enorme agujero en la cabeza. Cayó muerto al suelo. Las balas en su bando cesaron un par de segundos y continuaron disparando. Ella se agachó detrás de la caja justo en el momento en que otra bala impactaba en el borde de la caja, a muy pocos centímetros de su cabeza. Sabía por Brian quién había sido el que había disparado: Nathan, uno de los chicos del grupo. Su amigo no había mentido: tenía una puntería excelente. Ahora estaba dudando en lo que tenía que hacer. Desde su punto de vista tenía dos opciones: o se dejaba matar por ese tipo disimuladamente para que Curtis no se diera cuenta o los ayudaba a escapar de ese lugar. Mientras pensaba en lo que debía hacer, la cabeza de otro de sus compañeros volaba en pedazos tras atravesarle la cuenca del ojo otra bala del calibre 32. El tiempo corría en su contra. Tenía que decidirse pronto o ella también moriría.


Nathan volvió a disparar por cuarta vez y le acertó a otro en plena frente. De los cuatro disparos que había efectuado, solo había fallado uno porque se había agachado. Estaba seguro de que era una mujer. De los uniformados ya habían muerto cinco. De su grupo, solo quedaban sus amigos, Ryan, Catherine y cuatro personas más. Los uniformados habían acabado con otros siete. Sabía que ellos estaban en desventaja, pero era lo único que podían hacer. Su puntería con el rifle era perfecta. El tiro que había fallado ahora el primero que fallaba en más de seis años, cuando intentó darle a un ciervo que saltaba el río.

Los uniformados seguían disparando. Se iban turnando para que las balas no pararan. Mientras un grupo disparaba, el otro recargaba sus armas. En su grupo, estaba todo más descontrolado. Cada uno disparaba a una zona. Ryan y Catherine no paraban de disparar sin apuntar, como si la munición que tenían fuera infinita. Nathan apuntó su rifle a otro de los uniformados. Disparó y el hombre cayó muerto. Se cubrió detrás de la caja mientras recargaba. Contó las balas que tenía. En total tenía treinta balas. Tenía más que suficientes para acabar con todos. Vio que una ráfaga de balas de Anne acertaba en el pecho de uno de ellos. Otro del grupo de ellos cayó muerto. Esta vez era una joven que no debía de haber cumplido los veinte siquiera.

Ryan miró a la joven muerta y soltó un grito de rabia. Cogió el rifle de asalto de uno de los que habían muerto del grupo y disparó una larga ráfaga contra los uniformados. Tres de ellos cayeron muertos tras ese repentino ataque sorpresa. Otro de ellos recibió un par de balas en el hombro. Nathan aprovechó y disparó contra otro. La bala le atravesó el corazón y cayó muerto. Con la broma ya iban quedando cada vez menos del otro grupo. Estaba apuntando a otro cuando vio como la uniformada (porque estaba seguro de que era una mujer) se levantaba y disparaba contra sus propios compañeros. Los de su grupo se vieron sorprendidos por el repentino cambio de bando. De todos los que quedaban, solo dos lograron atravesar la puerta de la salida. El grupo de Nathan había dejado de disparar al ver eso. La mujer se quitó el casco y dejó ver la melena rubia que tenía. Era bastante joven y hermosa. Se giró hacia ellos y se acercó caminando con el arma bajada.

-Vamos-les dijo-. No tenemos mucho tiempo. Llamarán a los refuerzos. Además, uno de los que huyó era el jefe.

Ryan dudó un rato. Esa mujer estaba en el bando enemigo pero no había visto que disparara una sola bala. A pesar de que eran sus compañeros, ella los había acribillado sin piedad. Después de pensarlo, no tuvo ninguna otra duda. 

-Vámonos-les dijo a ellos. Después miró hacia ella.-Te lo advierto: si nos estas intentando llevar a una trampa, no dudaré en meterte una bala en la cabeza.

Ella no se inmutó. Solo dijo dos palabras:

-De acuerdo.

Nathan fue detrás de ellos y empezaron a subir las escaleras. Tenía serias dudas sobre lo que se encontrarían al llegar arriba. Solo sabía que, fuera lo que fuera, no sería nada bueno.


La Maldición de Lincoln ForestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora