Capítulo 21

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El reverendo James Stewart estaba en su iglesia rezando a Dios. Era un hombre mayor que ya estaba cerca de llegar a los setenta años. Se había quedado calvo por toda la parte de arriba de la cabeza y el cabello lo tenía entero canoso. Era un hombre regordete que medía poco más del metro sesenta, lo que le daba una apariencia que le hacía parecer más bajo. Sus ojos eran de color marrón oscuro y siempre llevaba unas gafas redondeadas para poder ver, pues tenía una dioptría de más de dos y medio. Estaba preparando la cena para después ir a rezar un rato y acostarse. Se estaba preparando unos espaguetis a la carbonara, pues era un aficionado a la pasta y no solía comer mucha carne, pues el médico le había dicho que debía reducir su consumo de carne. La cocina no era muy grande, pero era lo suficientemente grande como para albergar una gran cocina de carbón, una de gas, bastante encimera, un fregadero doble, el horno, la nevera, el microondas, una tostadora y una pequeña mesa en la que tenía una televisión plana pequeña que le había regalado un miembro de su congregación hacía un par de años.

Salió de la cocina y se dirigió a la sala de estar. La casa estaba dividida en una planta y constaba de una cocina, un salón en el que tenía una mesa plegable para comer, una habitación lo suficientemente grande como para albergar los muebles que le habían dejado sus padres al morir, y un cuarto de baño que había remodelado él con parte de la herencia que le habían dejado sus padres. Lo había ampliado un poco para que pudiera entrar un pequeño cuarto de la colada. Como la reforma la había hecho hacía quince años, la lavadora y la secadora pronto tendría que sustituirlas. El salón era bastante acogedor. Tenía un pequeño sofá de dos plazas, una mesa de café, un mueble de salón de los ochenta y una televisión que había comprado de segunda mano en una página web, pues tenía conexión wifi desde hacía más de seis años. Se sentó y se puso a ver un programa que emitían todos los fines de semana a las siete de la tarde.

Mientras veía el programa, le gustaba hacer los juegos del periódico del día. Ahora mismo estaba con el sudoku, pues siempre lo dejaba para lo último por ser lo que más le costaba de todo. Estaba escribiendo una de las respuestas cuando alguien tocó a la puerta de su casa. Dejó el periódico en el reposabrazos del sofá y se levantó para abrir la puerta. Al abrirla, se encontró con Greta Bristol, la encargada de la radio en la oficina del sheriff. Era una de las habituales en la congregación.

-Buenas tardes Greta-le saludó él-Pasa por favor. Estaba preparando la cena. ¿Te apetece una taza de té?

-Si no es mucha molestia..-le respondió ella.

-Por supuesto que no-se apartó de la puerta para que Greta entrara.

Greta entró en la casa. Se sentó en el sofá y se quitó el abrigo. El reverendo fue a la cocina y preparó un par de tés. Cogió un par de pastas y la jarra de los terrones de azúcar. Lo colocó todo en una bandeja de plástico que había comprado para navidad el año anterior, y lo llevó hasta el salón. Greta estaba mirando los discos de vinilo que tenía en la estantería. Estaba repleto de discos de Blues y alguno de Jazz. También tenía un par de discos de un par de cantantes españoles. Se los había regalado su hermana tras regresar de celebrar los cincuenta años de casada con su marido en Madrid, Cuenca y Sevilla. Colocó la bandeja en la mesa de café y se acercó hasta Greta.

-Tienes una buena colección-le dijo ella.-¿Cómo los has conseguido?

-La mitad me los ha regalado mi hermana de sus viajes por EEUU y Europa-dijo él.-Algunos me los han regalado miembros de la congregación y el resto los he ido comprando yo.

Después de que Greta viera la colección de vinilos del reverendo Stewart, se sentaron en el sofá y el reverendo les sirvió el té. Después, le preguntó a Greta la pregunta que ella temía. 

-¿Qué es lo que te ha traído aquí, Greta?-le preguntó el reverendo.

Ella dio un sorbo a su taza de té y soltó un largo suspiro.

-Reverendo Stewart-empezó ella a hablar.-, hace un par de días, unos chicos llegaron al pueblo.

-Lo he oído.-dijo el reverendo.-Según me han dicho, son nueve chicos. 

-Así es-le dijo Greta-, pero lo que pasa es que en la oficina dicen que no son buena gente. Según se comenta, han provocado la muerte a un médico experto en venenos al que habían ido a buscar el día de ayer. Al parecer, hubo un accidente en el bosque y encontraron el cadáver del doctor. Van a ir a por esos chicos. Y no creo que sean malas personas. Lo que pasa es que quieren ir con armas letales a por ellos; no van a usar las armas no letales que utilizamos normalmente. ¿Qué cree que debería hacer?

El reverendo Stewart se recostó en el respaldo del sofá y se empezó a frotar la perilla, pensando en lo que le debería decir a Greta. Mientras pensaba, recordó su infancia y cuando había luchado en la Guerra de Vietnam. Había estado en un equipo SEAL que había participado en varias misiones. Cuando en 1973, su equipo fue enviado a la zona sur para liberar a un grupo de prisioneros, fueron emboscados en una zona cercana al campamento. La mitad de la unidad cayó en combate, y el resto fueron capturados, incluido él. En aquel entonces, el no rezaba a Dios desde que había perdido a su hermano gemelo cuando él tenía solo nueve años. Es más se había casado con su mujer en el judgado. Cuando la guerra acabó, lo soltaron a él y a lo que quedaba de su equipo SEAL. Durante su prisión de dos años, habían muerto otros tres miembros de su equipo y al menos una docena de los demás prisioneros. 

Después de un rato pensando, supo lo que le debía decir a Greta.

-Bien.-empezó a decir él.-He estado pensando y creo que deberías hablarlo directamente con el Sheriff actual, que si no me equivoco es Peter Chevalier. Dile que crees que lo mejor es que deberíais llevar también alguna de fogueo por si no van armados ese grupo. Así, si no van armados con armas, no se corre el riesgo de que se dispare alguna por accidente y se mate a alguno de los chicos.

-Muchas gracias reverendo Stewart-le dijo ella mientras se levantaba y tomaba el abrigo.-Ha sido un placer hablar con usted. Que pase una buena noche.

-Lo mismo le digo.-dijo el reverendo.

La acompañó hasta la puerta y se despidieron. Volvió a la cocina y apagó la cena. La pasta había pegado un poco, pero ya estaba hecha. Le retiró el agua y se puso a cenar.


La Maldición de Lincoln ForestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora